Por mejor diseñados que estén, los Estados son entidades sociales que dependerán de sus líderes para transitar sobre los rieles correctos, porque el mismo potencial de autoridad que les permite a los Estados garantizar la libertad de sus ciudadanos, también les permite conculcarla. Al fin y al cabo, tal y como afirmó Max Weber, “el Estado en su mínima expresión es una entidad social que, en una jurisdicción determinada, posee el monopolio de la fuerza”.
Por ello, países como Haití, Ruanda, Siria o Afganistán son prueba fehaciente de que los Estados fracasados generan crisis humanitarias que derivan en graves conflictos internacionales. El ejemplo más ilustrativo lo ofreció el débil Estado afgano, tan fallido que, a inicios de este siglo, fue tomado por Al Qaeda, un grupo de delincuentes internacionales arropados con el disfraz del islamismo, para montar la base de una transnacional terrorista.
Pues bien, en un afán de que nuestro país no caiga nunca en las profundidades en las que han caído países como los del triángulo norte centroamericano, amerita contestar cómo se engendra un Estado fracasado.
En función de tal cometido, lo primero que debemos aclarar es que el Estado surge en la historia humana gracias a las culturas capaces de acumular bienes. A partir de que el hombre desarrolla la actividad agrícola, logra almacenar producto. Esto por cuanto la cosecha del trigo, la cebada o el arroz se podía conservar por mucho más tiempo de lo que lo cazado o recolectado, que era rápidamente perecedero.
Así la acumulación de producto agrícola permitió riqueza a algunos individuos y, además, aprovechar su tiempo en actividades que requerían mayor abstracción intelectual. Nació una cultura más sofisticada de la que surgieron logros como la escritura, la moneda y los inventos técnicos con alguna sofisticación, como las nuevas herramientas agrícolas, las armas y, debido a ellas, los ejércitos.
Inicio cultural. Igualmente fue posible esa magna creación de la cultura humana que es el Estado. ¿Por qué? porque el almacenamiento de granos permitió el desenvolvimiento de la actividad crediticia, surgiendo la deuda con ello y estimulándose el uso del dinero.
Esto a su vez fue catalizador de la existencia del Estado, pues este era indispensable para darle confianza al valor de la moneda, compeler por la fuerza el pago de las deudas y proteger las ciudades y sitios donde se almacenaban bienes agrícolas. Por el contrario, las sociedades cazadoras y recolectoras, como las hordas del África profunda, las tribus del Amazonas o de la Norteamérica precolombina, u otras comunidades, como los aborígenes de Oceanía, no fueron capaces de instituir la escritura, los ejércitos formales, ni mucho menos Estados. Así las cosas, la primera enseñanza de tal realidad histórica es la siguiente: el superávit fue un factor que hizo posible al Estado. Y a contrario sensu, el déficit produce la inviabilidad de los Estados. Por ello, podemos afirmar que una de las razones por la que fracasan los Estados es el hecho de que pertenezcan a sociedades con una balanza económica deficitaria. Mas no demos por sentada que esa es la conclusión final.
Valores. Lo verdaderamente esencial en las sociedades no es su producción económica o comercial, sino los valores intangibles. Advierta el lector que al inicio anoté que el Estado fue una derivación de la cultura, y no de la economía, pues es el desarrollo cultural de una sociedad la que genera prosperidad económica, haciendo a su vez viable al Estado.
Repasemos algunos elementos que sustentan esta afirmación. La Unión Soviética fue el Estado fallido más grande y poderoso de la historia humana. En su libro “El año que cambió el mundo”, Michael Meyer, periodista de Newsweek acreditado en Europa del Este, revela cómo desde años atrás se tejieron los liderazgos de los movimientos políticos, laborales, espirituales y culturales en general, que detonaron desde adentro la cortina de hierro. Hasta provocar, primeramente, una crisis de la cultura, y consecuencia de esta, un colapso del sistema productivo. Todo hasta el derrumbe económico del orbe comunista.
Donde no existe un fundamento cultural fuerte, el Estado fracasa. De ahí que gran cantidad de Estados fallidos modernos son aquellos que no surgieron como resultado de un proceso cultural propio de la sociedad que aspiran controlar, sino que, en la mayoría de los casos, han surgido como imposiciones o construcciones artificiales.
Así sucedió con Zimbabue, originalmente denominado Rodesia, un Estado fundado por el británico Cecil Rhodes, colonizador y empresario minero. Es un ejemplo prototípico de muchísimos Estados, los cuales eran inexistentes antes del coloniaje europeo.
Primero fueron construcciones artificiales de británicos, holandeses, franceses y portugueses, y finalizada la Segunda Guerra Mundial, se generó el nacimiento de una oleada de Estados independientes donde antes existían colonias impuestas sin mayor antecedente histórico-cultural. El resultado: salvo contadas excepciones, la gran mayoría de ellos son Estados fracasados.
Por el contrario, sabemos que el éxito de un Estado dependerá de la calidad de la cultura de la sociedad donde este surge, pues es la cultura la que condicionará la calidad de las instituciones estatales.
Eficacia institucional. Veamos a lo que me refiero. Por ejemplo, uno de los grandes debates ideológicos sobre el Estado se reduce al siguiente dilema: para alcanzar prosperidad, ¿debe reducirse, o más bien aumentarse la fuerza y el alcance estatal? Pues resulta que el desarrollo de una sociedad más que depender del tamaño del Estado, dependerá de la eficacia de sus instituciones.
Corea del Sur tiene un Estado con una buena dosis de intervención, como lo tenemos otras naciones latinoamericanas; sin embargo, Corea alcanzó niveles muy superiores de crecimiento, comparado con otros países intervencionistas de Latinoamérica.
Al leer a economistas como James Robinson y Daron Acemoglu, se infiere que los condicionantes fundamentales que inciden en la prosperidad, en realidad dependen de la calidad de la política y de las instituciones de una nación, o sea, de su cultura. Y mucho menos de las variables económicas. De ahí lo grave que enfrentamos con hechos como el caso del cemento chino y la corrupción asociada a su alrededor, pues si la descomposición de la cultura hace de las entidades públicas fines en sí mismas, socavando las instituciones democráticas que generan confianza, se está a las puertas del Estado fracasado.
El autor es abogado constitucionalista.