MADRID – Tras años de estar al margen, Rusia ha vuelto al centro del juego geo estratégico en Oriente Medio. Con el trasfondo de la equívoca política de Estados Unidos, la calculada intervención rusa en la guerra civil de Siria es uno de esos casos excepcionales en que el uso limitado del poder en la región ha causado una importante reestructuración en el ámbito diplomático.
En una entrevista reciente con Jeffrey Goldberg, el presidente Barack Obama opinó sobre una serie de temas clave de política exterior, especialmente sobre Oriente Medio. Con una actitud cínicamente despectiva hacia sus aliados europeos y sus asesores de seguridad, incluida la exsecretaria de Estado Hillary Clinton, que apoyó la intervención militar en Libia, Obama no parece medir sus palabras en su fatalismo sobre esta atribulada región.
Según Obama, poco o nada puede hacer Estados Unidos para estabilizar Oriente Medio. Incluso afirmó estar orgulloso de no haber tomado medidas cuando el presidente Bashar al Asad traspasó la “línea roja” que Obama planteó en el 2012 sobre el uso de armas químicas, ya que ni las leyes internacionales ni el Congreso estadounidense habrían sancionado la intervención. Recalcó que, con ayuda de los rusos, esa decisión permitió llegar a un acuerdo para eliminar la mayor parte del arsenal químico de Siria.
Pero, como hace notar Goldberg, la decisión de no tomar medidas en forma de ataques aéreos también puede haber hecho que Oriente Medio “se escurriera del alcance estadounidense”. De hecho, se han perdido importantes recursos estratégicos de la región, que han pasado a quedar dominados por potencias hostiles, como Rusia o el Estado islámico (EI).
Si a eso se añade el alejamiento de los aliados más cercanos, muchos de los cuales dudan de la capacidad y voluntad de que Estados Unidos, obsesionado con Asia, pueda estar de su lado a la hora de la verdad, acaba por resultar chocante la sugerencia de Obama de que EE. UU. no debería centrarse en Oriente Medio.
Por supuesto, un motivo clave de la reticencia de Obama a involucrarse en Oriente Medio es el temor a repetir los errores que enmarañaron a Estados Unidos en Afganistán e Irak, en lo que Obama calificó como una “precipitada deriva del gobierno estadounidense hacia la guerra en los países musulmanes”. Pero Putin acaba de demostrar que una intervención militar en Oriente Medio no tiene por qué convertirse en un atolladero. De hecho, lejos de hacer realidad las pesimistas predicciones de Obama, la operación siria de Rusia puede ayudar a que se produzca un acuerdo político.
Al rechazar verse arrastrado a una larga y costosa guerra que permitiría que Asad recuperara la mayor parte del territorio sirio, Putin ha creado un punto muerto que obliga al régimen y a la oposición a participar con seriedad en las conversaciones de paz de Ginebra. En este sentido, Monzer Makhous, vocero de la oposición siria, señala que la decisión rusa de retirarse “cambia la situación por completo”.
¿Qué tipo de acuerdo político sería? Una opción, impulsada por Rusia, sería un sistema federal; de hecho, podría basarse en las divisiones territoriales que los rusos han dejado atrás. Los alauíes de Asad controlarían los territorios al oeste, desde Latakia en el norte a Damasco por el sur, y al noroeste se podría crear una región autónoma sirio-kurda; el resto del país podría pasar a estar gobernado por la oposición suní.
Sin embargo, no estamos cerca de la paz. Irán y Arabia Saudita, que tienen en terreno organizaciones que los apoyan y representan, siguen enfrentados sobre cómo solucionar el conflicto, mientras que Turquía está en su propia guerra contra los kurdos y la oposición suní sigue sin querer ceder. Si Asad intentara recuperar Alepo, no hay duda de que los rebeldes suníes romperían el cese al fuego y descalabrarían todo el proceso político.
Incluso sin un acuerdo político, son notables los logros estratégicos de Putin. La operación militar rusa salvó de la derrota a Asad, su aliado en peligro, y afianzó su base aérea en Latakia y su presencia naval allí y en Tarso, bastiones que le permitirán desafiar el control de Estados Unidos y la OTAN en el Mediterráneo oriental.
El resultado final es que Rusia ha consolidado su posición como potencia que se debe tener en cuenta en Oriente Medio. Puesto que, desde la crisis causada por el uso de armas químicas por parte de Asad, Estados Unidos ha ido a la zaga de las acciones de Rusia en el conflicto sirio, ahora los gobernantes de la región miran a Moscú en lugar de Washington para velar por sus intereses. El rey Salmán de Arabia Saudita visitará este mes el Kremlin para hablar de cooperación por miles de millones de dólares. En cuanto a Irán, némesis de los sauditas, Ali Akbar Velayati, alto asesor del ayatolá Alí Jamanei, estuvo en Moscú en febrero pasado.
Por su parte, Israel arriesgó una crisis diplomática el mes pasado, cuando el presidente Reuven Rivlin canceló abruptamente una visita oficial y, en su lugar, viajó a Moscú para una reunión de urgencia con Putin. (Y, además, esto ocurrió poco después de que el primer ministro Benjamin Netanyahu cancelara una reunión programada con Obama en Washington, sin siquiera comunicarlo oficialmente a la Casa Blanca.)
Para Israel, la ofensiva militar de Rusia fue una bendición porque impedirá que el eje de Irán, Hizbulá y Asad dicten el resultado de este conflicto. Tras haberse coordinado plenamente con los rusos en el frente sirio, los israelíes esperan ahora que Putin colabore para mantener a las fuerzas iraníes alejadas de su frontera en los altos del Golán y ayudar a que regresen al área los observadores de las Naciones Unidas.
No cabe duda de que Putin está muy lejos de lograr que regresen los días imperiales de la Unión Soviética en Oriente Medio, no en menor medida debido a la limitada capacidad rusa de sostener una operación militar más allá de sus fronteras. Pero el inteligente uso de su poder militar para lograr objetivos específicos y alcanzables en Siria ha convertido a Rusia en un punto de referencia para los principales actores de la región y creado un serio reto geopolítico para Estados Unidos.
Está claro que el próximo presidente deberá reconsiderar la estrategia estadounidense en la región.
Shlomo Ben Ami, exministro de Exteriores de Israel, es en la actualidad vicepresidente del Centro Internacional Toledo por la Paz y autor de “Scars of War, Wounds of Peace: The Israel-Arab Tragedy” (“Cicatrices de guerra y heridas de paz. La tragedia árabe-israelí”). ©Project Syndicate 1995–2016