Antes de explicar mi punto de vista, necesito que usted abra su mente y cambie el switch de la vida cotidiana. Si lo desea, piense en los tiempos en que usted estaba en la escuela; piense qué le enseñaban, qué pensaba mientras el profesor o la profesora explicaba la materia.
Después de que haga su reflexión, procederé a explicar mis puntos.
La gran mentira de nuestro sistema educativo es sostener que tiene fundamento para enseñar. Se aprenden cosas inútiles, no nos preparan para la vida real, nos quieren meter en una burbuja de cristal, ¿cómo? se preguntará usted, y yo le respondo: muy sencillo, si usted se saca varios treintas en varios exámenes, todos los compañeros y el profesor, entre otros, pensarán que usted es un fracasado.
Lo peor de todo es que nos lo creemos. Nuestro sistema educativo no sirve porque nos juzga de una manera muy tonta. Si nos damos cuenta, grandes científicos, empresarios, entre otras personas, con cargos más importantes no estuvieron en la escuela, y si lo estuvieron esta no fue muy importante para ellos. Albert Einstein no pudo hablar sino hasta los tres años y no le veían mucho futuro. ¡Y pensar que fue uno de los más grandes científicos que ha tenido el mundo!
Esta es la gran mentira que nos estamos creyendo, y por mucho tiempo ha sido así y muy probablemente lo siga siendo.
Lo interesante es que el sistema educativo, desde el kínder hasta la universidad (se profundiza específicamente en secundaria), nos educa y nos seguirá educando para sacar buenas notas como símbolo de inteligencia.
Este es un proceso memorístico que consiste solamente en aprender palabras aunque para el estudiante no tengan sentido alguno. Para que el alumno conteste el examen y al otro día se le olvide todo.
Sin motivación. Otro asunto que me parece muy valioso destacar es la manera como nos hacen creer que al obtener muy buenas notas uno se asegurará un muy buen empleo. Es falso.
Las escuelas y los colegios, y si se quiere también las universidades, no motivan a sus estudiantes a explotar su talento (liderazgo, habilidades artísticas, proyección al público entre otros), sino que se concentran en una nota que depende del proceso memorístico.
Estamos como momias viendo a un profesor explicando una materia que es más irrelevante que lo que uno quiere estudiar en verdad.
Ahora agréguele al combo que algunos estudiantes no saben ni para qué están en las aulas, van a calentar la silla, y me incluyo en este grupo.
Y los maestros son todos como una bolsa de jocotes: hay buenos y malos. Desgraciadamente, hay menos de los primeros. Aquellos que explican con todo el gusto del mundo, aman lo que hacen y se les nota el entusiasmo. Los que imparten las materias en las que siempre se quiere estar porque la imaginación y la tertulia abundan, aunque todo el mundo salga mal en la clase.
Este es uno de los grandes problemas actuales.
Juan Pablo Naranjo es estudiante de secundaria.