Al visitar el museo de la diáspora africana en San Francisco, California, se observan referencias de la llamada “ferrovía subterránea”. Alusiones a este triste pasaje de la historia del pueblo afroamericano, también se encuentran en algunos otros centros históricos estadounidenses, donde se narra la epopeya americana de dicha etnia. Ferrovía subterránea es el nombre simbólico que se le dio a la furtiva operación instituida para ayudar a los esclavos afroamericanos a emigrar desde los Estados esclavistas del sur de los Estados Unidos hacia los Estados libres del norte.
Huían de la represión legal y de la opresión económica. ¿Y por qué aquel extraño nombre, si quienes huían nunca lo hacían por tren? Se debía al hecho de que, para comunicar los mensajes cifrados, quienes los ayudaban utilizaban como código los términos de la actividad ferroviaria. Así, por ejemplo, los esclavos en huida eran denominados “pasajeros”; a las casas de descanso se les llamaba “estaciones” y a los baqueanos, “maquinistas”.
En el siglo XIX, para colaborar con los esclavos afroamericanos, era preciso tener verdadero carácter. Los colaboradores de aquel “ferrocarril” eran usualmente reclutados entre las filas de los abolicionistas y la pena para esa acción era la muerte.
Las actividades clandestinas de aquella “ferrovía” finalizaron con la guerra de Secesión, cuando la esclavitud fue abolida en la gran nación del norte.
En el siglo XXI, existen otras “ferrovías subterráneas”. De hecho, Melanie Kirkpatrick, periodista del Wall Street Journal , denominó los escapes de ciudadanos norcoreanos como el “ferrocarril subterráneo asiático”.
Según la información documentada por los medios, en la experiencia clandestina de los norcoreanos, son los cristianos chinos quienes han constituido la red de ayuda a los emigrantes que huyen del totalitarismo policial de su país.
Versiones nacionales. Los costarricenses estamos siendo testigos de la versión latinoamericana. Aquí, tal drama lo protagonizan los cubanos que, al igual que aquellos afroamericanos del siglo antepasado, no solamente huyen de la pobreza –como ocurre por ejemplo con los hondureños–, sino, además, de la represión totalitaria.
La crisis humanitaria que sufren los emigrantes cubanos ha involucrado a nuestro país, el cual ha reaccionado de forma desacertada ante la primera crisis de política exterior que ha enfrentado esta administración.
El mayor capital de una nación desarmada como la nuestra es la fuerza moral de su política exterior. Necesariamente, la debilidad militar de un Estado debe ser compensada con el prestigio que otorga la fortaleza moral de su política internacional.
Hasta ahora, Costa Rica había sido particularmente sabia en ese aspecto. Basta con recordar el manejo que le dio a las crisis internacionales en las que se vio inmiscuida después de la abolición de su ejército.
Hagamos un breve repaso. El manual de principios de nuestra política exterior contemporánea lo forja don Pepe Figueres en sus dos primeras administraciones, cuando asume el liderazgo latinoamericano contra lo que entonces daban en llamar la “internacional de las espadas”.
Así se le llamó al conjunto de dictaduras militares que dominaban el continente americano en la segunda mitad del siglo XX. Fue un valerosísimo enfrentamiento, entre otros, contra Trujillo, en República Dominicana, quien incluso intentó asesinar a don Pepe; contra Somoza, en Nicaragua, quien incluso nos invadió en 1955; contra Pérez Jiménez en Venezuela, o por ejemplo, contra la totalidad de los países centroamericanos que estaban controlados por dictaduras militares.
Prácticamente toda Latinoamérica se encontraba dominada por satrapías. Salvo el apoyo de algunas figuras prestigiosas de la oposición política latinoamericana, como lo eran Rómulo Betancourt, Muñoz Marín o Haya de la Torre, el gobierno de Costa Rica se encontraba prácticamente solo frente a aquellos regímenes militares.
La historia que finalmente se escribió después de aquella noche oscura reconoce la heroicidad de nuestra política internacional de entonces.
Posteriormente, Costa Rica enfrentó otra gran crisis: la de la guerra centroamericana. La posición del gobierno costarricense fue igualmente ecléctica y valiente. Inicialmente, con la proclama de neutralidad de la administración Monge, que nos colocaba en una posición equidistante frente a las dos potencias involucradas en la guerra. Posteriormente, la administración Arias enfrentó de forma directa al gigante estadounidense, confrontando la política belicista de la administración Reagan con una agenda de ruta para la paz, que contradecía la vía de la guerra en la cual estaba entonces determinado el gobierno estadounidense.
El manejo de don Pepe. Ante el problema cubano, la posición histórica de nuestra clase política también la sentó Figueres. Sucedió en la primavera de 1959. Don Pepe, en su condición de dignatario de prestigio y como exlíder de una revolución triunfante, fue invitado a hablar en un acto público televisado para toda Cuba.
Allí, sutilmente, reprendió el giro satelital hacia la órbita soviética que había dado la Revolución cubana, alertando los peligros que dimanaban de tal decisión.
Antes de finalizar su exhortación, le fue arrebatado el micrófono frente a los ojos atónitos del gran público, para, de seguido, dar paso a una humillante invectiva que hizo Fidel contra el ilustre visitante.
Con aquel incidente, don Pepe dejó sentadas las bases de lo que, en adelante, sería la posición de censura hacia el régimen castrista, de la generalidad de la clase política costarricense.
Desaciertos. Pero, contrario a la valiente coherencia que había tenido nuestra política exterior frente al totalitarismo cubano, la reacción de nuestro gobierno frente al actual drama de sus inmigrantes en nuestras fronteras ha sido desconcertante.
El primer desacierto fue permitir el ingreso masivo de ellos, sin una comunicación básica que permitiera una mínima coordinación, tanto de su tránsito por el país como de su asistencia y recepción en el país vecino.
El segundo desaguisado, el peor de todos, la decisión de retirarse de la mesa del Sistema de Integración Centroamericana, en momentos en que, precisamente por el drama cubano, tal participación y comunicación con los gobiernos de la región era vital. Una caprichosa actitud, que va a contrapelo tanto de la actual corriente histórica de integración mundial como de la tradición de diálogo y negociación que ha sido característica cardinal de nuestra política exterior.
Y el último yerro, la decisión de hacerle corte al régimen cubano. Este era el peor momento para ello.
Por una parte, por un aspecto de fondo: ser el momento en que nuestro país testifica las consecuencias de ese régimen conculcador de las libertades. Más que un momento para hacer corte al castrismo, era oportunidad para levantar la voz en relación con el doloroso drama que vive su pueblo.
Finalmente, por la forma: asistir a ese país con una delegación de 30 funcionarios –tan numerosa– es una señal de pleitesía inadecuada en momentos de dolor para los inmigrantes cubanos y de crisis fiscal para nuestros ciudadanos.
El autor es abogado constitucionalista.