No me gustan las formas de la diputada Ligia Fallas. Son políticamente incorrectas, y yo soy, ahora, un pequeño burgués políticamente correcto. Comparto algunas de sus posiciones y otras rotundamente no. Pero es coherente con lo que ella y su partido, el Frente Amplio, le ofrecieron o, consecuentes con su ideología, debieron ofrecerle al electorado, no cabe duda.
Me da la impresión que Fallas no es siquiera marxista, menos trotskista; no parece tener la formación necesaria para llamarse así. Más bien parece ser una populista de izquierda, en la línea del populismo latinoamericano que ella no oculta ni ante el cual asume posiciones vergonzantes.
Admira a Chávez y su revolución bolivariana, a Daniel y a Fidel, cosa que otros en su mismo partido ocultan, aunque con la diputada Fallas compartan sentimientos.
Ella no oculta, por cálculo político, lo que es, lo que quiere, lo que ofrece a sus electores. Contrario a sus correligionarios, piensa que el gobierno de Luis Guillermo es uno más de la burguesía a la que hay que combatir y derrotar y, en consecuencia, no lo apoya ni colabora en sus planes.
Le parece que su partido y la fracción de la que forma parte es colaboracionista con la burguesía y ella se distancia públicamente de tal posición.
Gestación. Usa todos los medios a su alcance, incluso los recursos públicos puestos a su disposición, por ser diputada, al servicio de su particular concepto de la revolución.
Su oficina de legisladora no es una oficina burocrática, es un centro de gestación del nuevo amanecer revolucionario, ahí llegan y trabajan para la revolución partidarios, aliados y voluntarios que, siempre que sean de izquierda, serán bienvenidos. La unidad revolucionaria prevalece como debe ser.
Usa su cargo de diputada para lo que un revolucionario coherente debe hacerlo: gestar la nueva etapa de la revolución. Eso asustó al secretario general de su partido, al grado de acusarla de ser “trotskista”; es decir, de querer llevar la revolución del proletariado a todo el mundo y de manera permanente.
Esa fue, precisamente, la discusión luego de la muerte de Lenin: Stalin se contentó con que los sóviets controlaran Rusia; Trotski quería seguir combatiendo el capitalismo más allá de unas fronteras nacionales que no reconocía.
El socialismo debía ser la única forma de organización mundial, nada de nacionalismos burgueses. Creo que doña Ligia, coherente con su pensamiento, comparte esa visión del mundo.
Pero no es trotskista como no creo que José María Villalta sea estalinista, aunque considere que los asuntos del partido son simples cuestiones internas que no deben ser públicamente ventiladas, tal cual pensaban los marxistas burocratizados de la peor época del estalinismo hasta que llegó la perestroika.
Por lo pronto, visto lo visto, me parece que la diputada más coherente del frenteamplismo es Ligia Fallas.
El autor es abogado.