La felicidad se ha convertido en sujeto de un sinfín de investigaciones y discusiones. El término no cuenta con una definición concreta y puede ser entendido de diferentes maneras.
Coincido con el ingeniero Emilio J. Rodríguez, cuyo artículo intitulado “La felicidad: un derecho humano”, recientemente publicado en este medio, expone que las condiciones objetivas influyen en el ánimo de una Nación y pueden llegar a formar un sentimiento colectivo. Sin embargo, basándome en mis vivencias y en lo que he investigado, he llegado a la conclusión de que la felicidad no es un sentimiento ni un estado de ánimo, sino una decisión, y una muy personal.
Para entenderlo mejor, debemos diferenciar este de otros términos que estamos habituados a utilizar como equivalentes. Así como la tristeza no es sinónimo de depresión, la alegría tampoco es sinónimo de felicidad.
Estar alegres es una emoción pasajera que cambiaría de repente si somos sometidos a otras emociones. Por otro lado, ser feliz implica algo más duradero y constante.
Desde mi punto de vista, la felicidad no debe verse como una meta a la cual aspirar. Es una decisión que tomamos sobre la manera como nos enfrentamos a la vida. Ser felices no implica andar por las calles con una sonrisa siempre. Implica sentirnos plenos y satisfechos por como vivimos a pesar de nuestras limitaciones, carencias y problemas.
Ser feliz significa abrazar a la vida, levantarse todas las mañanas y enfrentar los obstáculos que esta nos presenta con la mejor actitud y de una manera positiva. Una persona feliz no se deja vencer por sus problemas; aprende de ellos y busca soluciones.
Pienso que, al entender la felicidad de esta forma, nos es posible explicar por qué los costarricenses somos calificados como una de las sociedades más felices. Aunque reprochamos la situación actual del país, somos personas positivas y buscamos el lado bueno de las cosas, nos reímos de nuestros propios problemas –lo vemos en las publicaciones jocosas que inundan las redes sociales sobre problemáticas nacionales– y tomamos las crisis como oportunidades para surgir.
No es de extrañar que en este mismo diario, unas cuantas páginas antes de la publicación de Rodríguez, leímos el titular: “La felicidad de los ticos alcanza un 85,5%”.
Costa Rica tiene problemas, pero a pesar de las horas de viaje de San José a Heredia, las largas listas de espera de la CCSS y la burocracia en el campo de la construcción, el costarricense ha decidido no dejar que su felicidad se vea truncada por estos factores.
Mi consejo es que no malgasten su valioso tiempo buscando la felicidad y que, al igual que la mayoría de habitantes de este país, sean felices sin dejar que nada ni nadie se lo arrebate.
Guillermo A. Zúñiga Solano es publicista.