NUEVA YORK – Las predicciones audaces basadas en la intuición raras veces son una buena idea. Según la famosa afirmación de Margaret Thatcher cuando era secretaria de Educación en 1973, el Reino Unido no tendría una primera ministra durante su vida. El presidente de IBM, Thomas J. Watson, declaró en 1943 que “había mercado mundial tal vez para cinco computadoras” y, cuando aparecieron las películas sonoras en 1927, Harry Warner, de Warner Brothers, preguntó: “¿Quién demonios quiere oír hablar a los actores?”.
En una época en la que cuatro fuerzas poderosas están perturbando la economía mundial y poniendo patas arriba la mayoría de las cosas que damos por descontadas, es más probable aún que semejantes pronunciamientos sobre el futuro, debidos a intuiciones basadas en el pasado, estén equivocados.
Cada una de esas cuatro “grandes perturbaciones" es transformadora por sí sola y todas ellas están amplificando los efectos de las otras y produciendo cambios fundamentales e imprevisibles en una escala que el mundo no había visto nunca... y que probablemente demostrarán que nuestras intuiciones están equivocadas.
La primera gran perturbación es el paso de la actividad económica a ciudades de los mercados en ascenso. En época tan reciente como el año 2000, el 95 por ciento de las empresas de la lista Riqueza Mundial 500 tenían su sede en economías desarrolladas. En el 2025, casi la mitad de las empresas de Riqueza Mundial 500 tendrán su base en economías en ascenso y las correspondientes a China serán más que las de Estados Unidos o Europa.
Las ciudades son la vanguardia de ese cambio. Casi la mitad del crecimiento del PIB mundial del 2010 al 2025 procederá de 440 ciudades de mercados en ascenso, de cuya existencia en la mayoría de los casos puede que los ejecutivos occidentales no estén enterados. Son lugares como Tianjin, ciudad situada al sudeste de Pekín y con un PIB que actualmente está prácticamente a la par con Estocolmo y podría igualar a toda Suecia de aquí al 2025.
La segunda gran perturbación es la aceleración del cambio tecnológico. Si bien la tecnología siempre ha sido transformadora, ahora sus repercusiones son ubicuas, pues la adopción de las tecnologías digitales y portátiles se está haciendo a un ritmo sin precedentes. Tuvieron que pasar más de cincuenta años después de que se inventara el teléfono para que la mitad de los hogares americanos tuvieran uno, pero tan solo veinte años para que los teléfonos portátiles pasaran del tres por ciento de la población mundial a más de dos terceras partes. Facebook tenía más de seis millones de usuarios en el 2006; hoy tiene 1.400 millones.
La conexión a la red Internet mediante los teléfonos portátiles ofrece la promesa del progreso económico para miles de millones de ciudadanos de economías en ascenso a una velocidad que, de lo contrario, sería inimaginable y brinda a las empresas incipientes una mayor oportunidad de competir con las empresas establecidas, pero el cambio tecnológico entraña también riesgos, en particular para los trabajadores que pierden sus puestos de trabajo por la automatización o carecen de aptitudes para trabajar en las esferas de la tecnología de vanguardia.
La tercera perturbación es demográfica. Por primera vez en muchos siglos, nuestra población podría estabilizarse en la mayor parte del mundo. De hecho, el envejecimiento de la población, que ha resultado evidente en el mundo desarrollado desde hace ya cierto tiempo, está extendiéndose a China y pronto alcanzará a América Latina.
Hace treinta años, solo unos pocos países, que albergan una pequeña proporción de la población mundial, tenían tasas de fecundidad muy inferiores a la de substitución, que es de 2,1 hijos por mujer. En el 2013, el 60 por ciento, aproximadamente, de la población mundial vivía en países con tasas de fecundidad inferiores. A medida que el número de personas de edad supera cada vez más al de las que están en edad de trabajar, aumenta la presión a la fuerza laboral, mientras que van disminuyendo los ingresos por impuestos necesarios para abonar el servicio de la deuda estatal y financiar los servicios públicos y los sistemas de pensiones.
La perturbación final es la interconexión cada vez mayor del mundo, con lo que los bienes, los capitales, las personas y la información cruzan cada vez más fácilmente las fronteras. No hace mucho, existían vínculos internacionales primordialmente entre los centros de comercio más importantes de Europa y Norteamérica; ahora la red es intricada y está desperdigada. Las corrientes de capitales entre las economías en ascenso se ha duplicado en tan sólo diez años y más de mil millones de personas cruzaron fronteras en el 2009, cinco veces más que en 1980.
Los problemas resultantes –multitud de nuevos competidores inesperados, una inestabilidad procedente de lugares muy lejanos y la desaparición de puestos de trabajo locales– están ya abrumando a los trabajadores y las empresas. Naturalmente, esa interconexión ofrece también importantes oportunidades, pero un sesgo implícito en pro de lo familiar está impidiendo a trabajadores, empresas e incluso gobiernos aprovecharlas al máximo.
Resulta particularmente aplicable a las empresas. Según una investigación del Instituto McKinsey, de 1990 al 2005 las empresas de los Estados Unidos casi siempre asignaban recursos basándose en datos del pasado, en lugar de oportunidades futuras. Las empresas que sucumban a esa inercia probablemente se hundirán, en lugar de flotar, en la nueva economía mundial.
Sin embargo, algunas empresas se adaptarán y aprovecharán unas oportunidades sin precedentes para mantenerse ágiles. En lugar de construir una nueva sede, pongamos por caso, alquilar un local para una tienda o comprar un restaurante, necesidades tradicionales que requerían grandes cantidades de capital inicial, pueden abrir una oficina de ventas satélite, crear una tienda en línea o ponerse a vender comida cocinada en una furgoneta. La flexibilidad y la capacidad de reacción permitirán a esa clase de empresas prosperar.
El ritmo y la escala de la transformación económica actual es indudablemente ingente, pero hay multitud de razones para el optimismo. La desigualdad puede estar aumentando dentro de los países, pero se ha reducido espectacularmente entre ellos. Casi mil millones de personas salieron de la pobreza de 1990 al 2010; otros tres mil millones entrarán a formar parte de la clase media mundial en los dos próximos decenios.
En 1930, en el apogeo de la Gran Depresión, John Maynard Keynes declaró que el nivel de vida en las “economías progresistas” se incrementaría entre cuatro y ocho veces en los cien años siguientes. Su predicción, considerada absolutamente ingenua en aquel momento, ha resultado ser correcta y probablemente la mejora será la mayor de las indicadas en esa proyección.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Keynes reconocía las fuerzas que actuaban en la economía, ajustaba su pensamiento y –lo más decisivo– no temía ser optimista. Nosotros debemos hacer lo mismo.
Richard Dobbs, James Manyika y Jonathan Woetzel son directores del Instituto Mundial MacKinsey y coautores de No Ordinary Disruption: The Four Global Forces Breaking All the Trends (“Una perturbación poco corriente. Las cuatro fuerzas mundiales que están desbaratando todas las tendencias.”) © Project Syndicate 1995–2015