Se acerca el Día de la Madre. Bombardeo publicitario, carreras y compras. Consumo. La gran paradoja: esa celebración trae mucha tensión a las familias. Pero, sobre todo, siempre me ha parecido plástica. Es la celebración que literalmente permite a miles de comerciantes hacer su agosto. Eso está muy bien. Lo que me estorba es que sea casi solo eso: un agosto comercial.
Igual sucede en junio con el Día del Padre. Junio plástico. Junio banal. Junio de corbatas, aparatos tecnológicos, accesorios deportivos y parrillas para los asados con cerveza y futbol. Al menos a las madres se les considera sagradas, aunque cada año mueran muchas a manos de sus parejas y muchas pasen sus últimos años abandonadas en asilos.
Pero “madre solo hay una” y su estatus goza de máximo reconocimiento, aunque a veces sea superficial.
El padre, en cambio, se ha ido convirtiendo en el personaje secundario del largometraje de la vida; a veces ni se sabe quién es, a pesar de que no hay madre sin padre; es una ley biológica infalible mientras no exista –por dicha– la clonación humana.
Pero muchos padres no entienden el valor de asumir esa bella experiencia de guiar, de sentir amor y expresarlo; otros, monstruópatas, agreden a sus hijos. Y muchos no quieren asumir el costo de darles educación y una existencia digna a esos hijos a veces deseados y a veces no, lo que no los hace menos hijos ni menos merecedores de una digna existencia.
Papel de proveedor. ¿Por qué hay tantos padres evasores, morosos en amor y en dinero? ¿Son ellos los únicos culpables? El patriarcalismo y el machismo nos dan abundantes pistas y recomiendo mucho el artículo “ Masculinidades positivas ” de Roberto Díaz publicado en estas páginas el 25 de julio.
Durante generaciones, los mismos hombres se autocondenaron a ser la autoridad proveedora sin sentimientos; el macho duro y valiente que dominaba a la mujer víctima y cómplice involuntaria.
Suena trillado, sí; no estoy revelando ningún secreto. El secreto es quizás el peso tan terrible y no reconocido que eso ha tenido sobre generaciones de padres, hijos y esposas.
Lo novedoso es mirarlo a través de otro prisma: del daño que ha hecho y sigue haciendo la autoenajenación afectiva de sus propias vidas y las de sus hijos, para atrincherarse en el triste poder y perpetuar el patrón de discapacidad sentimental, o peor aún, un legado de violencia.
Igual de importante es reconocer el daño que ha producido que la institucionalidad los reduzca al papel de proveedores y que si alguno quiere un rol más activo deba pelear como gladiador contra prejuicios de algunos jueces, trabajadores sociales y burócratas.
Hay que reconocer también que subestimar cultural y oficialmente el peso de la paternidad en el desarrollo socioafectivo de los niños tendría un efecto enorme. Enormemente transformador.
Modelo paterno. La necesidad del padre en la crianza de los hijos y en su estabilidad emocional es empírica y científicamente incuestionable. Los menores necesitan un modelo paterno; los varones necesitan alguien con quien identificarse para la construcción de su masculinidad y de su autoestima; identificarse con el padre es determinante para desarrollar hábitos de autocuidado y respeto por sí mismos y por los demás.
La carencia de figura paterna repercute de forma abrumadora en los índices de fracaso y deserción colegial, de trastornos de personalidad y de problemas relacionados con drogas y criminalidad. Y un padre presente es, por supuesto un apoyo fundamental para la madre.
La Ley de Paternidad Responsable, del 2001, fue un paso justo y muy importante para garantizar derechos patrimoniales a los menores y para permitirles establecer su identidad con certeza, lo cual es cardinal para toda persona. Sin embargo, no alcanza a promover el desarrollo de los necesarios lazos afectivos entre padre e hijos. Esa es tarea de la sociedad; es decir, de todos. Y es precisamente la sociedad la que está fallando.
El porcentaje de hogares jefeados por mujeres pasó de 17% en 1984 a 36% en el 2014 y casi la mitad viven en pobreza extrema.
El fenómeno es multicausal, y todo esfuerzo por revertir ese porcentaje debe tener como objetivo aliviar la difícil situación de esas madres, así como promover la presencia del padre por el bienestar de los menores y, por ende, de la familia. También hay que incorporar a los hombres a las tareas no remuneradas que se hacen en el hogar ya que, según estudios del INEC, la UNA y el Inamu, ello recae desproporcionadamente en las mujeres (hasta el doble y el triple de horas según la labor de que se trate).
Compromiso. Claro está que la primera responsabilidad es de los hombres mismos; deben valorarse lo suficiente para comprender y asumir su paternidad con el debido compromiso.
No hay justificación para los que se desentienden y rehúyen la responsabilidad patrimonial o afectiva, causando a sus hijos carencias y desventajas importantes frente a los que sí tienen un padre presente en sus vidas.
En los últimos 70 años, hemos avanzado mucho en la promulgación de políticas públicas a favor de los niños y de las mujeres; también hemos consagrado la figura de la madre como pilar social fundamental.
Ahora debemos rescatar la figura del padre del rol machista, de la irresponsabilidad autoelegida por muchos, y de la irrelevancia y el prejuicio institucional y cultural.
Es hora de promover políticas que transmitan modelos masculinos equilibrados y revaloricen al padre tanto como a la madre. Ese es el contenido que me gustaría que me bombardeara en las redes, en la prensa y en la publicidad cada junio y cada agosto. Todos ganaríamos, no solo los comerciantes.
La autora es escritora.