PRAGA – El libre comercio internacional es la oportunidad más grande de mejorar el bienestar humano en la próxima década y media. Ya ayudó a sacar de la pobreza a más de 1.000 millones de personas en el último cuarto de siglo. Y en los próximos quince años reducir más las barreras al comercio puede duplicar el ingreso medio de las regiones más pobres del mundo.
Sí, el libre comercio conlleva costos que hay que encarar mejor; pero son ampliamente superados por los beneficios. Sin embargo, en los países ricos, hoy los ánimos están en su contra. Es trágico que así sea.
En ningún lugar la oposición al libre comercio es más clara que en Estados Unidos. Sin importar quién venza la elección presidencial de noviembre, el próximo ocupante de la Casa Blanca será un escéptico en la materia. Tanto Hillary Clinton como Donald Trump se oponen a la mayor iniciativa comercial lanzada por el gobierno del presidente Barack Obama (el Acuerdo Transpacífico –ATP– con otros once países de la Cuenca del Pacífico) y los dos quieren revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), que está en vigor desde 1994.
La otra gran iniciativa comercial promovida por Obama, la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI) entre Estados Unidos y la Unión Europea, está casi muerta: la han paralizado la oposición en ambos continentes y el resultado del referendo británico por el brexit, que casi todos interpretan como un voto a favor del proteccionismo.
Entretanto, las protestas contra los tratados de libre comercio atraen apoyo político y multitudes en Alemania, Bélgica, Canadá, Suecia, Nueva Zelanda, Australia y otros países.
No es solo un cambio retórico. Un estudio determinó que en el 2015 las medidas proteccionistas crecieron un 50% respecto al año anterior, llegando a superar por tres a uno a las liberalizadoras. Los miembros del G20 (las principales economías avanzadas y emergentes del mundo, que representan más de cuatro quintas partes del PIB global y tres cuartos del comercio internacional) fueron responsables del 81% de las medidas punitivas.
Los políticos de los países ricos explotan temores comprensibles de la opinión pública. Los tratados comerciales crean costos de ajuste que se concentran en determinadas áreas, por ejemplo, la región del centro y sur de los Estados Unidos, donde la producción fabril puede ser más costosa y menos eficiente que en el extranjero. Las fábricas cerradas se tornan advertencias emblemáticas, muy visibles, contra la apertura de fronteras.
Los beneficios del libre comercio, aunque mucho mayores, no son tan obvios. Los consumidores obtienen una variedad mayor de bienes a menor precio: se estima que el estadounidense típico de clase media deriva del comercio internacional un 29% de su poder adquisitivo; es decir, puede comprar un 29% más con cada dólar que si no hubiera comercio internacional. El efecto es aun mayor (62%) para el decil más pobre de los consumidores estadounidenses.
El comercio internacional hace a los exportadores más fuertes, más eficientes y más productivos. Los trabajadores participan de los beneficios: el Consejo de Asesores Económicos del presidente Obama halló que, en promedio, las industrias estadounidenses volcadas a la exportación pagan a sus empleados hasta un 18% más que las que no exportan.
La oposición al libre comercio ignora la interconexión del mundo en que vivimos. Según un informe de la ONU publicado en el 2013, un 80% del comercio internacional se produce a lo largo de las cadenas de suministro de las empresas transnacionales. Mientras algunos políticos estadounidenses piden aranceles contra México, la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de los Estados Unidos calcula que cerca del 40% del valor de los bienes mexicanos importados a ese país se agrega en destino.
Estos argumentos forman parte del contundente corpus de evidencia económica a favor del libre comercio. Pero el argumento más fuerte es de índole moral. El análisis de costo-beneficio demuestra que liberalizar el comercio internacional es el mejor modo de ayudar a los ciudadanos más pobres del mundo.
Según una investigación encargada por el Centro de Consenso de Copenhague, revivir las negociaciones de libre comercio internacional de la moribunda Ronda de Desarrollo de Doha reduciría la pobreza mundial en la asombrosa cantidad de 145 millones de personas en quince años. La riqueza del mundo crecería 11 billones de dólares cada año de aquí al 2030, de los que 7 billones irían a los países en desarrollo (lo que equivale a 1.000 dólares más por año para cada persona de esos países, de aquí al 2030).
Además, el comercio internacional aporta a la sociedad beneficios mucho más amplios. Está comprobado que la globalización económica reduce la mortalidad infantil y aumenta la expectativa de vida, gracias a la mejora de los ingresos y del acceso a información. En Estados Unidos, el comercio internacional en el último medio siglo aumentó considerablemente la longevidad. En Uganda, la liberalización del comercio prolongó la duración media de la vida unos dos o tres años en los últimos 35 años.
Según otro estudio académico, “el libre comercio es bueno para el medioambiente”. Puede parecer paradójico; pero si bien cada 10% de aumento de la producción lleva a entre 2,5 y 5% más de contaminación, el aumento de ingresos derivado de esta producción impulsa la adopción de tecnologías mejores y normas más estrictas, lo que a su vez reduce la contaminación entre 12,5 y 15%. En total, un 10% de aumento de los ingresos da lugar a un 10% menos de contaminación. Un estudio que respalda este dato concluye que “el comercio internacional tiende a reducir tres medidas de contaminación del aire”.
También está comprobado que el libre comercio crea mejores empleos para las mujeres, reduce la discriminación laboral y mejora la situación de derechos humanos.
Es verdad que la liberalización del comercio no beneficia a todos: algunos pierden sus empleos y algunos tienen problemas para encontrar otro. Pero es importante tener una idea del tamaño del problema.
Un estudio reciente señala que el libre comercio aumenta la desigualdad de ingresos, y que el costo de la redistribución puede llevarse más del 20% de los beneficios. Esto indica que tal vez deberíamos invertir un 20% de los beneficios del comercio internacional en ayudar a los perjudicados, por medio de programas de capacitación laboral y prestaciones sociales transicionales que mitiguen los riesgos.
Pero también demuestra que el 80% de los beneficios sigue en pie; y el 80% de 11 billones de dólares es nada menos que nueve billones de dólares en beneficios para la humanidad, que se suman a una reducción de la pobreza, la mortalidad infantil y la contaminación, a una mayor expectativa de vida y a menos discriminación por motivos de raza o género.
Aunque los candidatos presidenciales estadounidenses adoptaron una retórica proteccionista, también lo hizo Barak Obama cuando era candidato en el 2008. Pero después se convirtió en un entusiasta defensor de los tratados de libre comercio, especialmente en su segundo mandato. Según sus palabras, el comercio internacional, “hizo a nuestra economía mucho más bien que daño”. Y ahora que está próximo a dejar el cargo, declaró que es un área para seguir trabajando. Tarea que debemos apoyar todos, pensando menos en nuestros temores y más en los hechos comprobados.
Bjørn Lomborg es director del Centro de Consenso de Copenhague y profesor visitante en la Escuela de Administración de Empresas de Copenhague. © Project Syndicate 1995–2016