Martín Santomé, desconocido en nuestro medio, es el personaje principal de la novela de Mario Benedetti La Tregua (Montevideo, Uruguay,1959). Próximo a jubilarse, con el amor en bandolera, concluye que en las oficinas de aquella capital no hay lugar para la amistad: “En las oficinas no hay amigos, hay tipos que se ven todos los días, que rabian juntos o separados, que hacen chistes y se los festejan, que se intercambian sus quejas y se transmiten sus rencores”.
En mayo pasado, en ese mismo Montevideo, se efectuó el Primer Congreso Internacional sobre Acoso Laboral. En este, el profesor Iñaki Piñuel, concienzudo estudioso del mobbing y del bullying , disertó acerca de tan serio tema, tomando como base el cuento de Blanca Nieves y los siete enanitos. Paradójico. Explica Piñuel que la madrastra, egoísta y narcisista, es el prototipo del funcionario con jefatura que teme que su puesto sea arrebatado en el futuro por uno o varios de sus subalternos. Por eso, por sí mismo o valiéndose de otros, trata de aniquilarlo profesionalmente, mina su autoestima y, si puede, lo exilia a vivir con los seres más pequeños de la sociedad, los enanitos, que no pueden crecer, no representan ningún peligro y laboran en oscuras y profundas minas.
La madrastra y el acosador disfrazan sus actos, los hacen parecer buenos, pero tienen un fin de muerte y los reiteran sistemáticamente. Como la malvada mujer envenenó a Blanca Nieves, así también el acosador envenena al funcionario que amenaza su futuro, y paraliza su vida profesional ocasionándole tristeza, temor, angustia, depresión, frustración, miedo, soledad, ganas de morir y hasta el suicidio. Igual que la doncella es puesta en una urna de cristal, el acosado es puesto a la vista de todos. Da lástima. Pobrecito. Lo logró el jefe.
El acoso laboral en Costa Rica es una realidad. Las instituciones públicas están saturadas de acosadores y acosados. Las víctimas son trabajadores paralizados, sin producción, enfermos, que esperaran, incapacitados, hasta que llegue su jubilación. El Estado, miope y negligente, no para mientes en el problema. Nula la acción del Poder Legislativo, ineficaz la del Ejecutivo. El único refugio es el Poder Judicial, donde los jueces, a manera de rompecabezas, han venido tomando normas jurídicas desperdigadas para pintar el rostro del acoso laboral: maltrato, altanería, prepotencia, simulación, ofensas, cambio repentino de directrices, asignación de labores complicadas o sin ninguna relevancia, invisibilidad, cambios de horario, de lugar de trabajo, baja en la jerarquía, indiferencia, excesiva fiscalización, murmuración, acecho, amenaza, sanción, desprecio, olvido y satisfacción cuando la víctima debe abandonar su trabajo. Todo disfrazado de acciones legales y morales.
Intervención valiente. La intervención de los jueces en esta materia debe ser valiente, decidida, implacable. Cuando de verdadero acoso se trata, el juez debe tutelar en estrados judiciales lo que no se puede proteger fuera de ellos, incluso utilizando medidas cautelares que desde el inicio del proceso ubiquen a la víctima al margen de las acciones del acosador. La aplicación de los artículos 452 del Código de Trabajo y 242 del Código Procesal Civil resulta indispensable,
En las oficinas de Montevideo, decía Martín Santomé, coexistían la burla y el trabajo: la primera era necesaria para reírse y para atenuar la rutina de laborar a favor de los intereses de un propietario que creía en Dios, porque no quería reconocer que Dios había dejado de creer en él. “La burla y el trabajo. ¿En qué difieren después de todo? Y qué trabajo nos da la burla, qué fatiga. Y qué burla es este trabajo, qué mal chiste”.
Aunque sea un mal chiste, el trabajo no se puede evitar. La burla, sí. ¿Verdad que sí, Poder Judicial? Para que no le suceda al trabajador lo que decía Martín que le pasaba al gerente: “Allí donde normalmente va la dignidad, él solo tiene un muñón; se la amputaron”.