El pasado primero de mayo estuvimos pendientes del proceso democrático en la Asamblea Legislativa y, como todos los años, la prensa se ocupó tanto de lo que ocurría en la parte política como de otros detalles, algunos de poca relevancia, como el vestido, el calzado o el peinado de las diputadas.
Este año, sin embargo, se dio una situación especial. La diputada del partido oficialista Marcela Guerrero llegó de saco y corbata (se vistió de forma masculina) a los actos de ese día, no precisamente porque fuese de su preferencia el uso de tal atuendo, si no como una forma de protestar a favor de las mujeres por su escasa participación en puestos de elección.
Tal actitud llamó la atención de los comunicadores y, por supuesto, hace un llamado importante a quienes tienen la posibilidad de elegir en puestos de poder.
Es sorprendente que deba existir una estrategia coercitiva para que las mujeres tengan participación en la política y en otras áreas relevantes. Indudablemente, hay todo un patriarcado histórico que hemos heredado de forma negativa, pero está cambiando, aunque no sea suficiente.
Cuando el denominado bloque de mujeres parlamentarias anunció a la prensa, en abril de este año, su exigencia a las fracciones para que se cumpliera el derecho de ellas a aspirarar al Directorio, fue muy gratificante saber que se puede emprender el camino hacia la igualdad desde el propio sector de las mujeres que se sienten afectadas y discriminadas, y que ese grupo que exigía su derecho a la elección tenía gran potencial para serlo.
Decepción. Al final del día, sin embargo, fue otra cosa. Las 20 mujeres que tenían en su poder la responsabilidad de promover y apoyar la candidatura de las mujeres terminaron votando por los hombres.
Esta no fue una situación ajena al acontecer político, pues en la elección de alcaldías no se alcanzó un porcentaje significativo de alcaldesas, pese a que la participación de las mujeres en política es notoria.
Las mujeres debemos no solo promover, sino también apoyar a otras mujeres para que ocupen puestos de poder. Esta generación tiene esa responsabilidad y se lo debemos a las generaciones futuras. No podemos continuar en una sociedad que no respeta al género femenino y no debemos ser indiferentes ante esta realidad.
No estamos para hacer el café, tenemos pendiente no aceptar que es normal que exista una brecha salarial en favor de los hombres, que va en detrimento de las mujeres como si nosotras realizáramos un trabajo de calidad inferior que no merece mayor retribución económica, y, lo peor, hasta nos hacen creer que lo debemos agradecer.