No cabe duda de que la sociedad mundial transita por un proceso de cambio continuo que es inherente a la naturaleza humana.
De hecho, a estas alturas, hay que admitir que no hay nada más permanente que el cambio; negarlo sería desconocer la capacidad del ser humano para progresar y crear nuevo conocimiento.
Ese nuevo acervo que se va generando en todos los campos del saber es lo que lleva a la especie humana, mediante la aplicación práctica, a impulsar múltiples transformaciones.
Expertos de distintas disciplinas hacen aportes excelentes para interpretar y analizar el significado de tales acontecimientos que modifican vertiginosamente la realidad mundial. Por ejemplo, Jonás Riddersträle y Kjell Nordström, catedráticos de la Escuela de Economía de Estocolmo, en su fabuloso Funky Business Forever, dicen: “El nuevo mundo es diferente. Olvídese del viejo mundo. Olvide lo que aprendió ayer. La tecnología, las instituciones y los valores están trastocados y vueltos al revés. Son la tríada, los motores interrelacionados del cambio, se transforman entre sí y crean una aldea global de turbulencia”.
Algo similar plantea el legendario estratega japonés de negocios Kenichi Ohmae en su magnífica obra El próximo escenario global: desafíos y oportunidades en un mundo sin fronteras. Ohmae, que en 1990 acuñó la palabra “globalización”, nos revela cómo será el mundo pos-globalizado y muestra qué se debe hacer en ese nuevo escenario para tener éxito como empresa, como nación y como individuo. Llama a un nuevo tipo de liderazgo en un mundo verdaderamente sin fronteras y con Estados-nación que van perdiendo carácter y capacidad para gestionar efectivamente.
Un nuevo orden. Otra de las dimensiones en la que el cambio también es dramático es en las relaciones internacionales, con consecuencias directas en el orden mundial, la configuración de los nexos de poder y las dinámicas interestatales.
La segunda mitad del siglo XX evidenció la conformación de una nueva sociedad mundial que sustituyó a la que prevaleció en la primera mitad. Pasamos de una sociedad en la que los Estados eran actores casi exclusivos del sistema mundial y sujetos únicos del derecho internacional, a una en la que las dimensiones trasnacional y humana han pasado a tener, junto con la dimensión interestatal, una importancia y un protagonismo igualmente decisivos en las relaciones internacionales.
Esa sociedad anterior tuvo su origen en la sociedad de Estados europeos que nació formalmente a partir de la Paz de Westfalia de 1648. En esta, el Estado, en cuanto forma de organización política, económica y social suprema, de base territorial, era el actor casi exclusivo.
Posteriormente, acontecimientos sucesivos fueron dando lugar a los rasgos que hoy día prevalecen en el ámbito internacional: el Congreso de Viena en 1815, la Sociedad de las Naciones en 1919, la creación de las Naciones Unidas en 1945, cada uno de ellos acompañado de múltiples desarrollos, como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y el derrumbamiento de la Unión Soviética y el bloque comunista.
Todo ello permitió que emergieran, con toda su intensidad, una serie de fenómenos, dimensiones, estructuras, dinámicas y problemas que se habían ido fraguando y que conforman una sociedad mundial diferente.
Características. ¿Cómo es la nueva sociedad mundial? Sus características más singulares son: universal y planetaria, pues cualquier acontecimiento, se produzca donde se produzca, impacta al resto de los actores; es heterogénea y compleja, pues hay diferencias extremas entre los distintos actores, pero también al interior de ellos, lo cual se deriva de la gran cantidad de fuerzas nuevas que hoy son parte de las relaciones internacionales, más allá de los propios Estados: organizaciones internacionales y no gubernamentales, empresas transnacionales, entidades subestatales, grupos sociales y políticos.
Otras características de la nueva sociedad es que es crecientemente interdependiente y global; políticamente no integrada y sin regulación adecuada; y crecientemente desequilibrada y desigual.
Derivados de esas características, hay dos fenómenos que se deben destacar.
1) Debilitamiento de la centralidad del Estado. Aunque el Estado sigue siendo un elemento esencial del sistema internacional y mantiene vigente su papel de máxima autoridad, es un hecho que su autonomía, protagonismo y exclusivismo anterior se han debilitado y puesto en entredicho, debido a la interdependencia, la transnacionalización y el desarrollo de nuevas fuerzas y actores, que han erosionado su soberanía, sus fronteras, sus funciones y su relación con los ciudadanos.
Este fenómeno es cierto para el Estado tanto en el plano interno como en el internacional. En el interno, por la mala e ineficaz gestión de los Gobiernos, que no logran responder con eficiencia y oportunidad a las necesidades acuciantes de la ciudadanía; en el internacional, porque ante la emergencia de nuevos actores, el Estado tiene que compartir más su protagonismo con, por ejemplo, la creciente sociedad civil, organizaciones ambientales o empresas transnacionales.
2) Revalorización de lo humano y lo humanitario. En esta nueva realidad, la dimensión humana viene tomando una fuerza inusitada, que no tuvo nunca en la anterior sociedad internacional.
Como consecuencia de la profundización de la democracia por doquier, los ciudadanos y la opinión pública son sujetos activos en el gobierno del Estado, lo que los coloca en el centro de la vida internacional. Por ello, los Estados son cada vez más dependientes de sus respectivas sociedades y menos libres y capaces para adoptar las políticas que mejor respondan a su propia lógica.
Esta revalorización de lo humano en las relaciones internacionales, al superar el estatocentrismo, coloca al ser humano como foco de atención primario.
En tiempos en que los desequilibrios y desigualdades se manifiestan en todos los ámbitos de la vida humana y de la realidad social, y en vez de disminuir están en pleno proceso de crecimiento (Celestino del Arenal), esta tendencia se torna vital.
Este fenómeno es decisivo en el cambio progresivo de la naturaleza de la sociedad internacional, que se está transformando en una más humana, que prioriza la solidaridad internacional.
El movimiento mundial por los derechos humanos, con los sistemas de protección que se fortalecen a partir de la Segunda Guerra Mundial, fueron un factor clave en este logro de una mayor humanización de la sociedad internacional, que cada vez es más consciente de la necesidad de desterrar la pobreza, la desigualdad, la pésima distribución de la riqueza y continuar la construcción de una vida justa y digna para el ser humano, en armonía con la naturaleza.
La autora es internacionalista, especialista en habilidades gerenciales.