Cuando la noche cierra los ojos cansados de luz y las hormigas tapizan sus trillos de arcoíris verdes, los hombres, esperanzados, tejen los afanes de la vida. Ellos reflejan el misterio de la creación. Hombres y hormigas pareciera que consultan un mapa de signos y ambiciones. A veces los humanos nos llenamos de esperanzas, penas y alegrías; otras veces, de fatigas y desánimos; repuestos, volvemos a emprender la lucha.
Mas cuando aparece la mujer, el mundo cambia de rumbo y nace una nueva convivencia humana, suave como los arcoíris verdes. Ya no queremos tanto abandonar la lucha de la vida, ya se respira un aire más limpio, más puro. No deformemos su cariño ni su espíritu de servicio, su paciencia, ni su ejemplar entrega. Ella, la mujer, es la grandeza de la creación. El hombre lo sabe: trajo la alegría al mundo.
Igualdad. Si se prepara a fin de ocupar un cargo usualmente desempeñado por un varón, no cabe la menor razón para discriminarla, ni laboral ni salarialmente; puede desempeñar cualquier cargo: todo lo hace bien.
El historiador austríaco Friedrich Heer destaca el poder espiritual de la mujer, capaz de transformar el mundo, dada su polifacética dimensión antropológica: puede ser esposa, madre, ama de casa, profesional, música, pintora, escritora, modelo, periodista, ejecutiva, educadora, funcionaria pública…; no hay razón para discriminarla.
Esa repudiable actitud lesiona la dignidad humana de todos. Como afirma el filósofo y escritor Julián Marías: “El problema no es lo mismo que se ignora, sino lo que se necesita saber”. Y, como en este caso, lo que se necesita saber es cómo conducir el repudio universal de la discriminación, la violencia y la inconcebible irracionalidad de convertir a la mujer en un objeto de placer, de publicidad, de relleno laboral, de trata de blancas, de lo que sea.
Sin embargo, la aventura o lucha femenina planteada no es la unión, la comprensión y la armonía, mucho menos la complementariedad, signada en la naturaleza humana. Siempre será mejor buscar la paz y el respeto mutuo, no la división coercitiva, sino la supresión de excesos de ambas partes. Esto se puede lograr: somos como “rieles” paralelos del tren; ellos no lo saben, pero gracias a su existencia, el tren nos lleva a feliz puerto.
Necesidad del otro. Y como a los seres humanos, sobre todo a los hombres, nos desagrada vivir en soledad, a unas y a otros nos va bien recordar las sabias palabras del poeta inglés William Blake: “Todo lo que vive, no vive solo, ni para sí mismo”. Nos necesitamos. No conviene unirnos a dioses falsos, como el poder, el bienestar y el placer. Vivamos unidos al de siempre.
Rescatemos la misión de la mujer y, entre todos, construyamos una sociedad sin discriminaciones. Tampoco olvidemos el camino del hombre, siempre abierto a horizontes de luz.
El autor es abogado.