Retumba el mundo por una nueva era. Una en donde los moldes se quiebran y dan paso a un derecho que le pertenece a quien ama. Un nuevo día, en donde generaciones valientes gritan unidas que la comunidad LGBT no vivirá nunca mas excluida, limitada y en la oscuridad.
El matrimonio entre personas del mismo sexo es el reconocimiento del derecho que tiene todo ser humano de construir su vida con quien ama, en fidelidad, devoción y sacrificio.
Los acontecimientos de los últimos días en Estados Unidos son un llamado a vivir en una comunidad abierta y dentro de la cual cada uno podrá buscar la felicidad a su manera sin sentirse ciudadano de segunda clase. No veo razón por la cual no replicar esto mismo en nuestro país.
Ojalá los prejuicios se herrumbren, se marchiten y se borren de la memoria colectiva, para que unidos demos paso a una nueva sociedad basada en el amor sin terquedades ni obsesiones. La lucha por el acceso igualitario a la institución del matrimonio no es solo de quienes aman a alguien de su mismo sexo, es de todos aquellos para quienes un mundo sin derechos igualitarios es un proyecto destinado al fracaso.
Decía Desmond Tutu –clérigo y ferviente opositor del apartheid – que él no podía imaginar a Jesucristo estando de acuerdo con la persecución de una minoría, pues el Jesús que él adora es un Jesús que estuvo siempre al lado de los que eran castigados y se metió en problemas debido precisamente a ello.
El combate de la homofobia y la búsqueda de igualdad ante la ley es exactamente esto: estar al lado de los perseguidos; trasciende toda religión y creencia, y apela a lo más noble del espíritu humano: el amor.
El cariño, apoyo y crecimiento que mi esposa y yo hemos vivido en el tiempo que llevamos casados es una experiencia a la cual todo ser humano debería de tener acceso. No hay nada más hermoso que construir su vida con quien uno más ama.
Desde mi visión de mundo, manifestarse a favor de la igualdad es un acto de valentía, con el cual afirmamos que, indiferentemente de nuestra cosmovisión, no nos quedaremos sentados hasta garantizar que quienes vivan distinto podrán hacerlo fuera de las sombras, fuera de los prejuicios y podrán buscar su felicidad sin la presión de adecuarse al molde de la mayoría.
Somos una generación valiente, decidida pero sobre todo tolerante.
No dejemos que antiguos prejuicios limiten nuestra capacidad de convivencia; no dejemos que el miedo a una sociedad más abierta acabe con nuestra paz, y vivamos recordando que lo más importante en esta vida es amarnos los unos a los otros.