El Estado burocrático, creado a imagen y semejanza de los principios del viejo orden industrial, da estertores de muerte. Veamos por qué. Jeremy Rifkin y otros recientes pensadores han afinado el viejo concepto planteado originalmente por Marx, que advertía el alto grado de influencia que la estructura económica ejerce sobre la forma como la burocracia del Estado se organiza.
En cada etapa histórica se explota una matriz de energía y comunicación que va a condicionar la forma de organización humana en casi todas las áreas de la vida, y la forma como se producen los servicios y los bienes es lo más afectado por los cambios en dicha matriz.
Para ilustrar lo anterior, resumimos que la historia ha conocido tres grandes paradigmas que han marcado la economía de la civilización humana. La primera matriz nace con las semillas que empezaron a plantarse, creando la civilización agrícola y permitiendo el final de la vida errante, así como los primeros excedentes que posibilitaron la acumulación de productos.
El segundo paradigma emergió al final del siglo XVII, a través de la actividad mecánica e industrial. Ese nuevo sistema de creación de riqueza se caracterizó por la tecnología de fuerza bruta, en interacción con energía derivada de combustibles fósiles y telecomunicaciones.
El tipo de organización surgida con la industria se caracterizó por el trabajo en serie, repetitivo, y la concentración del recurso humano y material, en estructuras de jerarquía vertical.
Max Weber las describió como estructuras de dimensión piramidal, con un ejercicio vertical de la autoridad, recursos espacialmente concentrados, definición esquemática de tareas, actividades estrictamente regladas, producción en serie, criterios ortodoxos de evaluación, división formal del trabajo en tareas y actividades y clasificación estandarizada de productos.
El objetivo era concentrar múltiples actividades bajo una misma infraestructura centralizada. De hecho, a inicios del siglo pasado, el experto en administración F.W. Taylor se convirtió en una celebridad por racionalizar el comportamiento humano para amoldarlo a las formas de organización burocrática industrial.
Sus investigaciones sobre el comportamiento laboral llegaron al extremo de calcularlo en fracciones de segundo. Así fue la organización humana prototipo durante la sociedad industrial del siglo XX. Y de este esquema no se escapó nadie, pues era aplicado tanto por el capitalismo industrial de libre mercado, como por las llamadas economías del socialismo real, que en realidad fueron capitalismo de Estado, como la Unión Soviética.
Era del conocimiento. Finalmente, en este siglo, irrumpe con toda su fuerza la era del conocimiento, que es el tercer paradigma de energía-comunicación. Con tal advenimiento, la forma tradicional de organización industrial está cayendo, y como el diseño del Estado está condicionado por cada matriz energética y de comunicación existente en cada etapa histórica, entonces demos por sentado que pronto caerá también el Estado diseñado por el esquema industrial.
Me refiero al Estado burocrático que conocemos, ese de gran dimensión, vertical, centralista, de actividad serial concentrada bajo una gran infraestructura central, entre otras características, hechas a imagen y semejanza de las viejas industrias.
Salvo raras excepciones, nuestros ministerios y dependencias públicas están diseñados imitando la antigua comunidad fabril. Por ejemplo, entidades como el MEP controlan desde una megadependencia centralizada todo el proceso de reclutamiento, ascensos, pagos, incentivos y el largo etcétera que implica la actividad.
La administración del personal docente en los cantones se confunde con otros elementos relativos a la calidad y método de educación que se ofrece. Y así sucede con prácticamente toda la actividad del Estado costarricense, como la administración centralizada de la asistencia social.
Modelo antiguo. Esta concepción deriva del vetusto modelo de la sociedad industrial, que parte del axioma de que los desafíos nacionales se resuelven mediante una burocracia organizada como gran “fábrica” emisora de recursos. Y dicha factoría se traduce en una burocracia industrial centralista dedicada a concentrar recursos y poder.
Se diseñan megaoficinas que, en serie, “producen” soluciones, medidas y recetas en beneficio de una comunidad pasiva. Pero hoy se escribe una nueva historia, pues el siglo veintiuno está siendo impactado por una novedosa matriz comunicación-energía cada vez más reticular, horizontal, descentralizada y desconcentrada. Proporcionalmente inversa de lo que fue la organización industrial de ayer.
Allí está el fundamento del porqué antiguos gigantes como la IBM, modelados bajo el esquema de la antigua burocracia industrial, colapsaron frente al desafío que les impusieron empresas competidoras organizadas reticularmente, o sea, en redes. Y tal fenómeno también debe generar una radical transformación de la organización burocrática estatal, que deberá funcionar de forma descentralizada a través de entidades locales y sectoriales, cercanas a las comunidades, y con un alto nivel de autonomía.
Modelo eficiente. Así, un sector público moderno debe depender más de formas de organización no estatales que actúen en alianza con los gobiernos locales. Ilustremos el concepto. ¿Qué sería más eficiente para detectar a las personas realmente necesitadas de asistencia social: las asociaciones de desarrollo comunal y las fuerzas vivas de las comunidades, debidamente empoderadas y legitimadas, o la burocracia afincada en el IMAS?
La comunidad organizada siempre tendrá un mejor criterio, pues conoce de primera mano la cambiante realidad de su entorno inmediato. Además, ese tipo de organizaciones públicas no burocráticas hacen su trabajo con un costo marginal mínimo para ahorro del erario. Ese es solo un ejemplo.
La administración del personal docente y otros recursos administrativos, que actualmente maneja el MEP de forma piramidal e ineficiente, deberían trasladarse bajo la administración de nuevas figuras como las federaciones de cantones. Incluso otros servicios, como el régimen de salud preventiva.
La fuerza de mi argumento lo sustentan experiencias como la del traslado del viejo impuesto territorial, que pasó del Gobierno Central a las municipalidades, mejorando sustancialmente su recaudación, administración y ejecución.
Me preocupa ver diputados “congelados” en el modelo estatista de los años cincuenta, insistiendo en proponer proyectos que centralizan piramidalmente la burocracia pública.
El autor es abogado constitucionalista.