Cuando en la política prevalece el maniqueísmo se tiende a la polarización, al uso de los discursos de odio y, consecuentemente, al deterioro del debate público y la tolerancia política, que son cimientos esenciales de la democracia.
El uso de un discurso virulento, la descalificación grosera contra quien piensa distinto o defiende otras ideas, el predominio del resentimiento y del revanchismo en el ánimo de los actores políticos son causas de la intolerancia política, que es una característica de los individuos dogmáticos y fanáticos.
Estos, por lo general, tienden a favorecer actitudes y formas de gobierno autoritarias y tiránicas para imponer su forma de pensar, sin importarles que se irrespeten los derechos elementales de las personas. Esta peligrosa tendencia debe preocuparnos a todos por cuanto puede dar al traste, más temprano que tarde, con la paz social y nuestra preciada democracia.
El vertiginoso deterioro del debate público es más que evidente en los últimos meses, por cuanto la confrontación, el revanchismo y las descalificaciones personales son un lugar común y cotidiano en la vida política del país.
Aunque la confrontación es un componente normal de la política, llevarla a excesos, como se viene haciendo campaña tras campaña, en el día a día de la acción política y, recientemente, originada en las altas esferas del poder, no solo demerita el debate público, sino que constituye una práctica nociva que dificulta lograr acuerdos para solucionar los problemas que como sociedad enfrentamos.
La irrupción de algunos políticos de nuevo cuño, con un discurso procaz, populista y demagógico, abundante en falsedades y posverdades, en el que no faltan expresiones de odio, ha distorsionado y demeritado el debate público.
Calidad del debate
Nuestros dirigentes, esencialmente quienes detentan el poder, deben entender que los problemas del país no se arreglan con más encono, ni con hostilidad o represalias, y deben ser conscientes que, por el contrario, es necesario y urgente mejorar la calidad del debate público.
Un debate público de calidad juega un papel importante para poder contar con una opinión pública debidamente formada e informada, condición idónea para que los procesos electorales sean realmente democráticos. Además, facilita la negociación y el alcance de acuerdos para aprobar la legislación e implementar las políticas públicas que procuren el desarrollo del país y el bienestar de la gente.
Los gobernantes deben tener claro que lo sustancial del sistema democrático lo constituyen los acuerdos entre actores políticos y que para que eso suceda se necesitan escenarios de diálogo y debate que permitan discurrir y polemizar con transparencia, tolerancia y respeto.
Porque no puede existir disposición al diálogo o capacidad de negociación cuando de forma intolerante se ataca constantemente al adversario o se le acusa de corrupto o se abusa de la ofensa y la difamación.
LEA MÁS: El odio está desatado en Costa Rica, advierte oficina de ONU
Ánimo de los ciudadanos
Lamentablemente, la intolerancia ha permeado también el ánimo de los ciudadanos, quienes a través de las nuevas herramientas tecnológicas de la comunicación expresan rabiosa y vulgarmente su menosprecio por quienes piensan diferente.
Los mensajes de odio, la violencia verbal y los improperios que abundan en las redes sociales al abordar temas políticos son muestra del alarmante e inconveniente grado de intolerancia al que hemos llegado, ya que la ausencia de argumentos y razones es sustituida por la crítica soez y la falacia ad hominem.
Esta triste realidad fue confirmada por un reciente estudio de la oficina de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Costa Rica que mide los discursos de odio y discriminación en redes sociales y que advierte que el odio está desatado en nuestro país, puesto que la medición de este año detectó un crecimiento del 50% con relación al año anterior y del 255% con respecto al 2021. La política y la realidad nacional son algunos de los temas más comunes entre los discursos de odio.
Este sustantivo incremento de los mensajes de odio es de tal gravedad que la coordinadora residente de la ONU en el país, Allegra Baiocchi, destacó que “no debemos dejar que se normalicen las expresiones de odio, violencia y discriminación en el discurso público. Requerimos la acción urgente de todos los poderes de la República, pero también de todos los actores sociales para atender este creciente problema mediante la creación de un acuerdo y una estrategia nacional”.
Esos excesivos niveles de agresividad e intolerancia en las redes sociales, exacerbados por multitud de troles y la profusión de noticias falsas, no son otra cosa que el espejo del deplorable panorama político nacional y corolario del mal ejemplo de una buena parte de nuestra dirigencia.
Cuando se pierde la capacidad de debatir civilizadamente y de ser tolerantes con la opinión del adversario, cuando se normalizan los mensajes de odio, cuando, en fin, se deteriora la disposición colectiva de respetar los derechos políticos de los demás, se pone en riesgo la convivencia política, la paz social, la estabilidad política y la democracia. Ojalá reaccionemos a tiempo para evitar males mayores.
El autor es exembajador.