En tiempos del senador Joseph McCarthy, el presidente Donald Trump hubiera sido encarcelado por ser un agitador antiimperialista: Trump es el chavista de la Casa Blanca. Él ya ha unido a todos los mexicanos decentes: a los empresarios preocupados por sus exportaciones, a los trabajadores por sus empleos, a los familiares de los emigrados y, en general, a todos los mexicanos que repudian la humillación inmerecida que les infiere Trump. Este ha renovado tanto la imagen del “americano feo”, que ya se cantará en Hispanoamérica: ¡Donald, chavista, gran antiimperialista!
Así, en el exterior, conforme pasan los minutos, Donald Trump va quedándose más solo, igual que el comisario Gary Cooper en la película High Noon, pero con la diferencia de que contra Trump ya están los malos y también los buenos: así no se gana ni en el cine. No faltan irrespetuosos para quienes Donald Trump es la necedad toda junta.
Que pasen, no más. Una reciente matonería de Trump consiste en intentar “hacer pagar” a México el costo del ya famoso muro internacional subiendo un 20% los aranceles impuestos a los productos llegados desde México.
Algunos políticos mexicanos ya han adelantado eventuales respuestas que su país podría dar a Trump. El excanciller mexicano Jorge Castañeda ha opinado: “En vez de detener a los migrantes centroamericanos en su frontera sur, México debería dejar que pasen y recorran el camino hasta los Estados Unidos. Veamos si su muro mantiene fuera a los terroristas porque nosotros no lo haremos”.
Otra respuesta adecuada sería que México obligue a Trump a financiar todo el altísimo costo de combatir el tráfico de drogas del territorio mexicano hacia los Estados Unidos, trasiego causado por los millones de estadounidenses drogadictos.
Algunos de estos probablemente sean amigos de Donald Trump, dado el alto consumo de cocaína registrado entre los ejecutivos de Wall Street (“Wall”, otro muro).
De paso, Donald Trump pagaría los mayores gastos requeridos en la represión policial antidrogas que habría dentro de su país, y los mayores costos médicos y sociales invertidos en rehabilitar a sus paisanos drogadictos, cuyo número lamentablemente crecerá –y no por culpa de México–.
Huelga fronteriza. Puede cobrarse a Trump calculando lo que México perderá por el alza de los aranceles estadounidenses, y eliminando, en consecuencia, las partidas presupuestarias mexicanas orientadas hoy a la represión del narcotráfico en su frontera del norte.
El gobierno mexicano podría explicar la reducción de aquellas partidas arguyendo que el alza de aranceles estadounidenses y las menores exportaciones lo obligan a reducir el gasto público en la represión fronteriza.
México es soberano y puede eliminar las partidas A y no las B sin pedir permiso a nadie.
Por supuesto, habría que conservar los gastos de reprimir el tráfico interior en México para no perjudicar a los mexicanos. Incluso, habría más fondos para esta política. Todo consiste en declararse en “huelga” en la frontera del norte.
El Estado mexicano no fomenta el narcotráfico, y sus problemas económicos y sociales serían mucho menores si no hubiese tantos drogadictos en los Estados Unidos. “La demanda crea la oferta”, dicen los economistas, y es verdad hasta en Wall Street.
El muro quizá sirva para reducir el narcotráfico llegado desde México, pero bajarlo tomaría mucho tiempo pues el muro no se hará en un día.
De construirse el muro de Trump, el ingreso de drogas bajaría algo en el territorio estadounidense, pero el señor Trump se quedaría sin algunos amigos de narices resentidas en su Wall Street: una lástima; pero, felizmente, ya habrán pasado cuatro años.
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