María sale de su casa en las mañanas para ir al colegio. Hoy, como cualquier otro día, se pone audífonos para esperar el bus. No quiere escuchar lo que le gritan desde un carro. María saca un libro que no piensa leer, pero en cuyas páginas puede depositar su mirada, para no ver el gesto obsceno que le dedica un transeúnte. Ya en el bus, ella debe esquivar constantemente el roce de manos de cuanto lascivo tenga cerca. Cuando se baje del bus no se quitará los audífonos: aún debe caminar algunos metros, donde seguro le dirán de todo. Ella es menor de edad, pero eso no impide que le griten obscenidades. Tiene miedo de que algún depravado la espere a la salida del colegio (de nuevo). Está harta de tener que vivir con la posibilidad de ser abusada.
Pese a que no hay amenaza de bombas en nuestro país, el grueso de la población femenina no sabe lo que es poder caminar en paz a ninguna hora del día. El machismo, tan profundamente arraigado de nuestra sociedad, le rinde culto al mal llamado “piropo”, que no respeta edad ni lugar. Es como una sombra que recorre cada rincón de este país. No hay sanción tampoco para el acosador sexual. Pese a que el acoso sexual es un delito, son poquísimos los infractores condenados.
El acosador sexual es genéricamente un tipo con ganas de sentirse valiente. Siempre matón con mujeres solas, cobarde cuando alguien lo enfrenta. El acosador tiene miedo, por eso necesita hacer sentir miedo a otra persona para sentirse pleno. El acosador sexual cobija su falta de seguridad en gritería soez para cuanta mujer se cruce en la calle.
Como sociedad tenemos que parar esto en seco. Hemos llegado a tal punto, que ni siquiera jóvenes colegialas pueden caminar sin terror en sus rostros. Nadie que pase por la avenida central queda exento de ver este triste espectáculo de acoso y miedo. Nuestra sociedad está enferma. Aquí no tendremos un Boko Haram que secuestre nuestras niñas, pero tenemos una sociedad que protege y legitima toda clase de abusos contra las mujeres que habitan en nuestro país.
Parar el acoso. Para la sociedad tica, que una mujer ande en minifalda es sinónimo de una invitación al abuso ¿Para qué negarlo? Si la sociedad se enfermó en temas de género, fue por negar atrocidades como esta por muchísimos años, por tratar al género femenino como pedazos de carne de disponibilidad comunal y para fines meramente sexuales o domésticos. Si queremos gestar cambios reales, que vuelvan a Costa Rica un país donde las niñas no sean secuestradas, donde las mujeres no sean violadas, donde ninguna mujer tenga miedo al caminar sola a ninguna hora, donde seamos hombres y mujeres respetuosos uno del otro, el primer paso es parar en seco el acoso.
Hay que hacerle entender a la sociedad que la clave para detener el acoso y el abuso es entender a las mujeres como iguales, no como un organismo diseñado para el placer sexual del hombre. La educación es una inmensa fuerza de cambio y la única forma de erradicar el machismo. Cada mujer abusada tiene familia, y aun los acosadores más vulgares salieron de una mujer. Ojalá que antes de decir una frase que destruya los nervios de una muchacha, estos sujetos tengan en cuenta que probablemente alguien se la dirá a su madre, a su hija.
Denunciemos el acoso, enfrentemos a los acosadores, no bajemos más la cabeza. Metamos presos a los violadores. Exijamos a las autoridades justicia para las víctimas. Exijamos a la Policía que investigue los frecuentísimos casos de acoso. Que pongan micrófonos para que escuchen los directivos las cosas que dicen ciertos policías a las muchachas.
Sueño con una Costa Rica donde las mujeres no tengan miedo a caminar, donde lo puedan hacer con la cabeza en alto, sin temor a ser manoseadas, violadas, ni sufrir ningún acoso en ningún ámbito. Sé que este sueño se puede materializar, si nos comprometemos como sociedad a detener el acoso de una vez por todas, si decidimos erradicar el machismo de nuestras vidas, y si nos damos cuenta de que todos y todas merecemos vivir en paz.