La cultura es lo que queda cuando se ha olvidado todo. Si en Costa Rica podemos hablar de una cultura ancestral, esta es sin duda la del maíz. Aunque ya hemos olvidado gran parte de nuestras mejores tradiciones, debemos recordar y conservar algo propio y esencial: somos hijos del maíz.
Por esta razón, y al igual que hicimos anteriormente con la carreta, el boyero o con la música calipso, ahora impulsamos desde el Ministerio de Cultura y Juventud declarar el maíz y todo lo que representa, como patrimonio natural y cultural de Costa Rica –Zea mays– así como sus tradiciones y prácticas agroculturales.
Existen muchas razones para justificar esta declaratoria; una de ellas es el vínculo inseparable entre cultura y cultivo, esa labor del hombre que hace producir la tierra. En las culturas indígenas mayoritarias de nuestro territorio, como los bribris y los cabécares, su cosmovisión se fundamentó en el maíz. Estos pueblos se consideraron creados por el dios Sibú, a partir de semillas de maíz, y sus diversos colores determinaron la pertenencia a los distintos clanes o “razas”.
El cultivo de maíz en nuestro país es milenario. Se han encontrado semillas y olotes carbonizados en Tronadora Vieja, hoy Laguna de Arenal, de 2000 a. C., así como cerámicas que registran prácticas agrícolas de esa fecha. También hay evidencias históricas que demuestran la presencia de maíz en Costa Rica –de polen de maíz encontrado en sedimentos de lagunas– como en la Laguna Martínez, de Guanacaste, que los científicos consideran que datan del 3000 a. C.
Se conocen asimismo orígenes sudamericanos del maíz, en el Caribe Central –sitio arqueológico Severo Ledesma, cerca de Guácimo– que permite pensar que nuestro territorio funcionó como lugar de encuentro entre distintos pueblos de todo el continente que tenían en común el cultivo de distintas variedades de esta planta.
Estas variedades fueron una característica particular de cada pueblo que los diferenciaba entre sí, lo que podría asociarse con la aparición de cacicazgos, pero esto en época más cercana, posiblemente 300 a.C. Y también hasta se han descubierto cambios de costumbres, de trabajadores que abandonaron el cultivo de la tierra por la prestación de servicios, en labores de coordinación y control.
En todas las etapas históricas, el maíz fue esencial en la dieta popular, como atoles, tortillas, mezclado con carnes y hasta bebidas fermentas, como la chicha.
Los simbólicos metates, verdaderas obras de arte prehispánico, fueron creados para moler el maíz, herencia directa que recibieron nuestras abuelas y usados después de la conquista española, costumbre que perdura hasta nuestros días.
El cultivo y el consumo del maíz en todo el territorio nacional es evidente, siendo la sección mesoamericana del país la que posee mayor cantidad de variedades. Y es en esta región donde podemos apreciar una típica y abundante gastronomía con base en este grano, entre bebidas y comidas, como pozol, tamal, pisque, tortillas, biscocho, rosquillas, tanelas, marquesotes, topotoste, atol, pinolillo, chicheme y chorreadas.
Debemos concentrarnos en un modelo de desarrollo que tenga como fundamento nuestras mejores tradiciones y, entre ellas, como punto de referencia central, la del maíz.
Construyamos el futuro conociendo y defendiendo nuestro pasado. Asumamos con orgullo nuestra rica herencia de los hijos del maíz, de hombre de maíz como nos llamó el laureado novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias.