El 15 de marzo del 2011, en el salón Simón Bolívar de la OEA, en Washington DC, se realizaba la sesión plenaria que inauguró el año internacional de los afrodescendientes. Walter Robinson Davis, quien intervino en representación de nuestro gobierno, inició su discurso definiendo su propia identidad, para lo cual recordó que se sentía totalmente costarricense, totalmente afrodescendiente y totalmente cristiano.
En varias ocasiones en que conversé con él acerca de su historia personal, intuí que su éxito se sustentó en la segura confianza que posee acerca de su propia identidad. De hecho, su trayectoria como líder se inició cuando, siendo dirigente de la asociación de estudiantes limonenses, promovió, junto con otros líderes juveniles afrocostarricenses, el día nacional del negro.
La autoestima sustentada en la dignidad de ser quien era le permitió enfrentar los desafíos de una vida que inicialmente fue llena de carencias económicas; su padre ejercía dos jornadas como obrero para sostener una familia de diez hermanos, mientras su madre era misionera.
Aferrados casi únicamente a sus valores, y en medio de tremendas limitaciones, sacaron adelante a todos sus hijos como ciudadanos de bien.
Su historia es enseñanza de vida acerca de la importancia de abrazar la propia identidad evitando asumir una actitud excluyente con la de los demás. Quien tiene certeza de su propio valor, defiende su individualidad y reconoce también el valor de quien posee una diferente.
Crisol. Al fin y al cabo, si rastreamos en nuestro lejano historial genealógico, encontraremos que somos el resultado de una infinidad de ancestros y, por tanto, derivación de una multiplicidad de puntos de partida en el mapa planetario. Pero reconocer la verdad del amplio crisol genealógico que poseemos –en especial los hispanoamericanos– no implica negar lo que somos en medio de la ofensiva global que mina todo rastro de identidad cultural.
La genuina vocación cosmopolita valora las identidades culturales ajenas sin renegar de la propia. No es “renegante” de su realidad cultural.
Si la adolescencia se considera una crisis de identidad cuyo vacío arriesga asumir roles falsos o equivocados, podemos afirmar entonces que el ciudadano universal no tiene una propensión adolescente. Al tiempo que se sabe ciudadano del mundo, entiende que posee una identidad cultural propia. Está claro de su identidad, al tiempo que reconoce las bondades de las otras.
Hispanoamericanismo. Gran parte de nosotros nos sabemos hispanoamericanos. Ahora bien, es una realidad innegable que la identidad base de nuestra nacionalidad costarricense fue un hispanoamericanismo muy particular.
Si debiésemos definir la realidad de nuestra fundación nacional, debemos afirmar que nuestros colonos y conquistadores tuvieron una historia que se asemeja más a la del origen de los Estados Unidos, que a la de la mayoría de las naciones latinoamericanas.
¿Por qué? Veamos. La mayoría de las naciones hispanoamericanas se asentaron a partir de la conquista de grandes poblaciones nativas, como Tenochtitlán, Cuzco o el norte de América Central.
Por el contrario, en el caso de Costa Rica, los conquistadores llegan a un territorio que para entonces era considerado remoto, mucho menos poblado y sin una civilización potente.
Ciertamente, eran conquistadores, pero esa circunstancia los convirtió, más que en conquistadores, en colonos. Ese sentimiento de desolación lo registra la epístola que el gobernador Ocón y Trillo remite a la audiencia de Guatemala en 1607: “Costa Rica tiene ese nombre, que parece mote irónico, perfecto antónimo con nuestra realidad”.
Coincidencias. En un contexto similar, los historiadores Nevis y Commager nos recuerdan que los colonos estadounidenses se asentaron en territorios que estaban relativamente deshabitados y carentes de concentraciones metropolitanas que ofrecieran grandes riquezas en metal precioso o mano de obra.
Así, guardando las proporciones en relación con la diferencia en el tamaño de los territorios, la de los colonos norteamericanos era una situación en algo semejante a la nuestra.
Otro elemento de coincidencia importante, lo es el hecho de que buena parte de aquellos colonos-conquistadores estadounidenses venían huyendo de las persecuciones promovidas en Europa, al igual que buena parte de nuestros ancestros –que eran hispanos sefardíes– eran una población perseguida en el reino.
Sus asentamientos resultaron ubicados en regiones inhóspitas y lejanas a las civilizaciones europeas de donde eran originarios. No por casualidad, además, las familias se establecían aisladamente.
Así, encontramos una diferencia abismal entre nuestra realidad y la de la conquista de los grandes centros poblacionales del resto de América, pero en aquel sentido relativamente similar a la de los colonos de los Estados Unidos.
Idiosincrasia nacional. En el caso de Costa Rica, ser una nación en alguna medida colonizada, forjó una idiosincrasia nacional sin aversión a la madre patria española. Tanto así que, pese a la noticia de la independencia, recibida en octubre de 1821, existió una reticencia inicial a aceptarla.
Eso permitió que el costarricense asumiera a plenitud, y sin rencor alguno, tanto su propia identidad nacional como su hispanoamericanidad.
Además, ser un pueblo de inmigrantes y con claridad respecto de sus propios valores, permitió que nuestro país acogiera sin resquemores otras poblaciones inmigrantes con identidades culturales diferentes, como, por ejemplo, en el siglo XX, los judíos de la Europa del Este, o los cuáqueros que pacíficamente fueron asentados en la meseta de Monteverde, en Puntarenas, quienes, por motivos sustentados en objeción de conciencia, venían huyendo de los Estados Unidos con el afán de evitar su conscripción en la cruenta guerra de Corea.
Y ello enriqueció, aún más, nuestra sociedad. Usualmente, el odio hacia otras culturas tiene su raíz en la debilidad e incerteza acerca de la propia. Por el contrario, nuestra fortaleza radica en reconocer que nuestras raíces se hunden y florecen a partir de los más ínclitos valores de la hispanoamericanidad, y del condimento aportado por otras migraciones que han abrazado con pasión su propia cultura dentro de la nuestra.
El autor es abogado constitucionalista.