Hace ya 16 meses, el Consejo de Promoción de la Competitividad (CPC), en la figura de su otrora directora ejecutiva, nuestra querida amiga Coti Fonseca, hoy rectora de la Universidad Latina, logró que el Gobierno de Corea, uno de los países con las mejores prácticas de políticas de desarrollo del planeta, hiciera un estudio de las condiciones económicas y productivas de Costa Rica. Se buscaba la guía del Instituto de Desarrollo Coreano (KDI) para el diseño de un mapa de ruta de innovación y competitividad. El KDI acaba de rendir un informe final con sus recomendaciones, a partir de una mirada francamente crítica de nuestra realidad. Corresponderá a las nuevas autoridades retomar los desafíos de sus planteamientos.
Sus consejos no podían llegar en momento más oportuno, porque Costa Rica está en una coyuntura en la que la autocomplacencia ya no es una opción. Esta cooperación técnica jamás se habría imaginado que la realidad iba a tener un giro tan fuerte de circunstancias, en la hora de su reporte final.
Crónica anunciada. Al valor amenazado de nuestra moneda, déficit fiscal galopante, creciente desbalance comercial y endeudamiento externo acelerado, y el peligro de mala calificación de riesgo-país, vino a sumarse la noticia de la salida de Intel y del Bank of América. Eso era una crónica anunciada, aunque no reconocida, de una ya notoria contracción de los volúmenes de la inversión extranjera en zona franca, hoy un 32% menor que en el 2010.
Es verdad que la inversión extranjera ha crecido de forma récord desde entonces, pero ha sido en los sectores de telecomunicaciones e inmobiliario. En el sector productivo más dinámico de zona franca ha ido, en cambio, disminuyendo. Eso era suficiente para poner las barbas en remojo. La “gloria” del bosque ocultaba árboles desatendidos. Pero no queríamos escuchar campanazos de alarma, embobados, como se nos recomendaba que estuviéramos, por los “récords de inversión y exportaciones”. Ahora vivimos el contexto idóneo para escuchar el informe del KDI, con actitud humilde, y sin repetir perennes lecciones de la excepcionalidad nacional.
El Dr. Chung, uno de los líderes coreanos, siempre nos decía: “¡Ustedes necesitan un sentido de urgencia!”. Tenía razón. De nada nos servirían consejos, si no estuviéramos dispuestos a seguirlos, y poca voluntad existiría para hacer cambios, si no sintiéramos que nos urgen. Los pueblos suelen reaccionar cuando tienen el agua al cuello y nosotros, el país más feliz del mundo, vivimos siempre en Jauja, que el DRAE define como expresión de lo que quiere presentarse irónicamente como próspero y abundante.
Sentido de urgencia. Los acontecimientos vinieron a ofrecernos el sentido de urgencia que necesitábamos. Eso, si la necesidad de auto-justificación no nos hace sordos a los signos críticos de una realidad que se impone, porque somos perfectamente capaces de seguirnos consolando, repitiendo que la salida parcial de Intel no es culpa nuestra y, lo que es más, que no significa tanto.
A decir verdad, el CPC jamás compartió una mirada complaciente con la realidad nacional. Su axioma siempre fue pasar de decir: “Hecho en Costa Rica” a poder tener el orgullo de decir: “Creado por Costa Rica”. Esa fue la preocupación que nos animó para solicitar la cooperación técnica con Corea. Muchas empresas, entre ellas Intel misma, albergaban preocupación por una insuficiente capacidad del país para ofrecer mayor valor nacional agregado a sus productos, a partir de un tejido productivo más complejo y sofisticado de suplidores nacionales.
Eso es precisamente lo que destaca el KDI, entre decenas de otras recomendaciones: promoción prioritaria del encadenamiento nacional para fortalecer las capacidades domésticas, especialmente de la pequeña empresa, y superar la excesiva dependencia que tenemos frente a la inversión extranjera. Sin eso, nuestro aparato productivo no podrá aprovechar las transferencias tecnológicas a las que brinda acceso la presencia de empresas tecnológicas de punta.
Nuestra envidiable plataforma exportadora tiene como contrapartida un bajísimo nivel de encadenamiento de las multinacionales con los proveedores nacionales, pues tienen que abastecer su producción con una fuerte proporción de insumos importados, al no existir programas nacionales de encadenamiento, con suficiente respaldo financiero para el mejoramiento innovador y técnico de la oferta local.
Lección básica. ¿Qué lección básica, de fondo, nos ofrece Corea? Yo diría, en primer lugar, “coherencia”. En Corea no existe divorcio entre prioridades declaradas y presupuestos asignados. Donde ponen la boca, ponen su plata. El programa de encadenamientos, dirigido por Procomer, tuvo apenas un presupuesto de $300.000 en el 2013, con una exportación de más de $11.000 millones. Igual ocurre con el tan cacareado apoyo a las pymes exportadoras: mientras Corea apoya a las pymes con un 0,27% de su PIB, Costa Rica lo hace apenas con el 0,004% del nuestro. Eso impacta la participación de las pymes en las exportaciones. En Costa Rica, participan en el 13% del valor total de las exportaciones; en Corea, en el 30,8%.
Una nueva Administración es una nueva oportunidad. Pero no para comenzar, otra vez, de cero. Corea piensa a 30 años plazo, nosotros, pocas veces, a más de una Administración. Ese es uno de nuestros grandes desafíos: adquirir un sentido de urgencia con mirada de largo plazo. El peso de Corea, como actor ejemplar del desarrollo, debería ser suficiente para inducirnos a traducir en acciones las recomendaciones del KDI.