La primera vez que una de mis hijas y sus amigas me bombardearon con preguntas sobre sexualidad, confieso que me tomó por sorpresa. Entonces me creía preparada para la tarea, pero lo cierto es que me hubiese ayudado mucho el contar con más apoyo, principalmente del sistema educativo.
No hay ninguna duda: los centros educativos deben ser espacios propicios para que los estudiantes –de acuerdo con su grado de desarrollo y madurez– tengan la oportunidad de responder a sus preguntas, prepararse para vivir su sexualidad en forma plena y responsable, y tomar decisiones debidamente informadas.
Esto supone adquirir habilidades para comunicarse asertivamente y protegerse de los riesgos de abuso y violencia; supone, también, aprender a reconocer y respetar los derechos de las personas en su diversidad, entre ellas sus identidades o expresiones de género. La investigación en esta materia es contundente: la educación en sexualidad, lejos de fomentar relaciones sexuales tempranas, propicia que estas se posterguen y se asuman con corresponsabilidad y autocuidado.
Está claro que la familia tiene una enorme responsabilidad y que la escuela no la sustituye. Pero así como la familia tiene un deber, la escuela y el colegio también lo tienen.
Recientemente, dimos una noticia importante para el país: por primera vez, la Educación para la Afectividad y Sexualidad se consolida como una asignatura específica. Ya no como parte de otra materia, sino como espacio que en sí mismo constituye una asignatura independiente. La nueva lección se impartirá en el 2018 en 10.° año, por docentes de Psicología, con una metodología que propicia la participación, la resolución de casos y la reflexión.
Otra innovación es que esta asignatura está inscrita dentro de un modelo mixto, que consiste en la existencia de espacios curriculares específicos y la complementariedad a través de otras asignaturas.
El abordaje del tema se asumirá en I y II ciclos de primaria, en Orientación y Ciencias, de forma complementaria. En III ciclo (7.°, 8.° y 9.°) interactúan Educación Cívica, Educación para la Vida Cotidiana y el Programa de Afectividad y Sexualidad aprobado en el 2012, y asociado a la asignatura de Ciencias.
En Educación Diversificada tendremos esta nueva asignatura, complementándose con Psicología, Orientación y Biología. Esto es lo que entendemos por “complementariedad”: un espacio específico en sexualidad, pero a la vez perspectivas diferentes sobre la temática construidas desde distintos espacios disciplinarios y saberes. Además, este modelo propone la incorporación activa de estrategias cocurriculares que refuercen los procesos educativos.
Política curricular. La nueva asignatura se enmarca en una novedosa “política curricular” que comenzamos a trabajar en esta administración y que fue aprobada por el Consejo Superior de Educación en el 2016. ¿Cuál es la base de esta transformación? Programas de estudio diseñados para el desarrollo de habilidades, destrezas y competencias. Es decir, lo crucial no es el número de contenidos que imparte el profesor, sino las habilidades y aprendizajes que efectivamente desarrolla el estudiante. Transitamos así de la enseñanza al aprendizaje y colocamos realmente a la educación costarricense en el siglo XXI.
Urgencia nacional. La aprobación en el 2012 de un programa de estudios de afectividad y sexualidad asociado a la asignatura de Ciencias fue indiscutiblemente un paso de enorme relevancia. Fundamental, es cierto, pero el país necesita seguir avanzando e innovando.
Según el estudio que en el 2014 realizó Paniamor en relación con las uniones impropias, el 8,6% de las niñas y las adolescentes entre los 12 y los 19 años habían estado en algún tipo de vínculo de convivencia conyugal –compatible con relaciones impropias– con un hombre adulto.
Tales desequilibrios de poder en ocasiones también ponen en riesgo la vida. Las estadísticas sobre feminicidio del Poder Judicial respaldan esta afirmación: entre el 2004 y el 2014, un promedio de 32 mujeres al año murieron a manos de sus compañeros sentimentales. Un 75% de las víctimas nunca reportaron maltrato ante las autoridades, y un 15% fueron mujeres menores de edad.
Las estadísticas sobre embarazo adolescente del INEC también son relevantes. Datos del 2015 indican que alrededor del 16% del total de nacimientos ocurridos en Costa Rica corresponden a adolescentes madres: la gran mayoría entre los 18 y 19 años, aunque se registran 432 nacimientos cuyas madres tenían entre 12 y 15 años.
Estos datos golpean nuestra conciencia y convocan nuestra responsabilidad. Hago un llamado a madres, padres de familia y personas encargadas para que se acerquen a los centros educativos para conocer más sobre estos nuevos programas, que se han diseñado en forma equilibrada, con base en saberes que evolucionan respetando las etapas del desarrollo de los estudiantes y desde un enfoque de derechos humanos.
Que alguna que otra voz alarmista o desinformada no nos sorprenda. ¿A quién le puede interesar sembrar duda y temor? Estoy segura de que ningún sector tendrá razones para impedir que preparemos a nuestros niños y jóvenes para vivir su sexualidad en forma plena y responsable, y para romper el silencio en situaciones de abuso y violencia.
El relator especial de las Naciones Unidas señaló que “el derecho a la educación incluye el derecho a la educación sexual, el cual es un derecho humano en sí mismo, que a su vez resulta condición indispensable para asegurar que las personas disfrutemos de otros derechos humanos, como el de la salud, el derecho a la información y los derechos sexuales y reproductivos”. Sobre afectividad y sexualidad tenemos que hablar.
La autora es ministra de Educación.