Es una de mis memorias más agradables y atesoradas, ambas, como costarricense y también como entusiasta de la moda: cuando era el cumpleaños de una tía o vecina, nunca faltaba alguna que llegara con una bolsa plástica y con una gran sonrisa anunciando: “Acá tenés un corte, para que te mandés a hacer algo lindo”. La idea me parecía fantástica. ¿En qué se convertiría esa tela de estampado floreado? ¿Una blusa? ¿Vestido? ¿O una enagua larga? Lo más maravilloso es la libertad que le daba a la que lo recibía: podía hacer lo que quisiera con ella, a su gusto, y sobre todo, único e irrepetible. Estaba hecho especialmente para ella.
Esa era la norma hace 20 años en Costa Rica (o al menos en mi familia y en los círculos sociales en los que me desenvolvía). Nos adelantamos al siglo XXI, y nos encontramos en el país del consumo rápido, en un estilo de vida aún más rápido. Adiós a la costurera (y al zapatero) de barrio, ahora no hay tiempo para eso. “¡Qué polada!”. Ahora lo in es usar ropa con fecha de expiración de un par de meses de cadenas españolas o gringas y, aunque las marcas más caras y prestigiosas del mundo (desde Hermès hasta Chanel) se esmeran y luchan por vender y mantener el fino oficio del artesano, acá se ve como algo passé y démodé (o, como dicen en la tele: “¡Está out!”).
Costa Rica, como democracia, tiene que entender que no hay nada más democrático que el vestirse o usar ropa. Absolutamente toda persona (o la gran mayoría) se detienen todas las mañanas haciéndose la misma pregunta del millón de dólares: “Hoy, ¿qué me pongo?”. La historiadora de la moda, Ángela Hurtado Pimentel, en su tesis de Licenciatura para la UCR, explica los variados factores que implican el vestirse: desde la disyuntiva de tener un deseo de pertenencia de grupo (y a la vez, diferenciarse de él), el demostrar clase social, identidad sexual, edad, etc. En resumen, la ropa habla. Y, al andar todos vestidos, nos comunicamos con cada pieza que nos ponemos.
Así como nadie en su sano juicio se dejaría atender por un doctor, por más fino que sea el consultorio, si él se presenta con una gabacha muy sucia, si usted elige ponerse una camiseta o unos jeans de una marca equis (léase “genérica”), eso es lo que usted vende: “genérico”. Hay gente que está perfectamente satisfecha con mezclarse entre la multitud y no hay absolutamente nada de malo al respecto. Sin embargo, hay personas (como el ejemplo del doctor) para los cuales la vestimenta es parte de su trabajo y tiene que ser cuidada de la misma manera como la persona se comporta con sus compañeros, clientes, etc.
Lo anterior me lleva al siguiente punto: nuestra presidenta. Laura Chinchilla es una mujer en un puesto sumamente importante. Quizá uno de los más, sino es que el más importante del país. Ella literalmente nos representa a todos y cada uno de los ticos dentro y fuera de nuestras fronteras. Luego de años de verla en periódicos, televisores e Internet, me pregunto: “¿Qué representa nuestra presidenta con lo que viste?”.
En lo personal, ella me parece un reflejo de lo que viste la mayoría de nosotros: ropa de confección y diseño extranjeros; claro que, por su clase social, más fina. Esto sería perfectamente aceptable si no fuera por la naturaleza de su labor. Ella es la imagen de Costa Rica.
Hace un tiempo se habló de una inversión millonaria para rehabilitar su imagen y honestamente me pregunto si sus asesores saben algo de moda tica. ¿Tendrán contacto con editores de moda como Johnny Murillo, Ingrid Cordero o Tony Daza? ¿Sabrán que hay estudiantes y egresados de la carrera de diseño de modas de lugares como el INA o universidades privadas que son más que capaces de vestir a nuestra mandataria con ropa de diseño nacional, excelente construcción y de calidad? ¿Por qué hasta la fecha no ha utilizado ni una prenda de Casa Tripartito, Mauricio Cruz, Daniel Moreira, Marcelo Leiva, Gabriel Navarro, Carlos Villalobos, Marcelle Desanti y demás?
Ahora, no crea que usted, que está exento de darse el lujo de probar o adquirir tales prendas. ¿Recuerdan la anécdota con la que abrí el artículo? Han pasado 20 años. No solo hay casas de enseñanza y talento en la materia, ya acá pasamos de las maquilas y ahora hay bastante de dónde escoger. Desde zapaterías a su medida a marroquinerías, diseñadores de joyas a diseñadores de camisetas. Lo hay para todo presupuesto.
Por eso, mi propuesta es que no le tenga miedo al diseño nacional. Ya sea presidenta de la República, o el ama de casa, la moda tica da mucho que ofrecer. Compruébelo y dese la oportunidad de regalarse “un corte”.