Domingo 19 de febrero. Leo un artículo de Edgar Espinoza angustiado por los des-manes de Trump. Un claro exponente de la antipolítica conservadora y autoritaria costarricense (como bien lo calificó don Constantino Urcuyo), miembro del tándem conyugal que, desde los medios, posicionó a auténticos Trump criollos, lamenta ahora que el conejo sacado de la chistera del negativismo periodístico tenga sarna y le supuren los ojos. ¡Ve vos!
Lunes 20. Los contertulios de los Desayunos de Televisión Española, de periódicos tan distintos como El País o ABC, siempre en desacuerdo sobre todos los temas, arriban a un consenso: Trump “fue precedido” por el descrédito de la prensa debido a los ataques a que ha sido sometida por años por los políticos. ¡Oiga usted!
No señores. Trump fue precedido por la irracionalidad del pensamiento mágico, más publicitado que refutado por unos medios de comunicación que salivan ante la jugosa rentabilidad de las supersticiones religiosas.
Trump fue precedido por el rancio machismo del mundo publicitario que financia a esos medios y satura sus espacios de entretenimiento. Trump fue precedido por la niebla de incertidumbre sobre hechos contrastados y rumores propalados, permitida por la liviandad informativa de una prensa “ponemicrófonos y recabaopiniones”, para la que la objetividad es decir que Galileo dijo A y que el Papa contestó B.
Trump fue precedido por la elevación de las cuitas de la farándula al rango de noticia, hecha por un periodismo que, declinando su papel de élite social, sustituyó como criterio de relevancia el de “interés público” por el de “lo que le interesa al público”.
Trump fue precedido, finalmente, por el descrédito de la política, el catastrofismo populista y la actitud complaciente de los periodistas hacia el público, tratando como verdad revelada su clima de opinión antipolítica y no enfrentando nunca sus prejuicios e insinceridades (como aquella de que son buenas-buenísimas víctimas inocentes de unos políticos malos-malísimos sin cuyo estorbo esto sería el paraíso).
Hablar de todo sin informar de nada. El remanido encuadre de conflicto en la cobertura política y la simplificación pueril de los asuntos públicos, les ha ahorrado arduas horas de trabajo y análisis, aparte de que les ha evitado más de un pleito con su audiencia o sus anunciantes, a precio, eso sí, de hablar de todo sin informar de nada.
No, Trump no salió de las viejas y odiadas estructuras partidarias. No es político de fila y ficha. Procede, por el contrario, de las entrañas de las ondas electromagnéticas que desvelaban a McLuhan, y que, ahora, tejen el enjambre digital en el que nacemos, nos reproducimos y morimos los homo ludens.
El hijo natural de la sociedad del espectáculo, de la cultura del reality show. Un lixiviado del infotainment, cuyo lente siempre prefiere la entretenida locuacidad del bufón. En las sinceras palabras de Martin Baron, director del Washington Post: “Me preocupaba la cobertura de los canales de televisión, que emitieron mítines enteros sin interrupciones, así que tuvimos horas y horas de Trump haciendo toda clase de declaraciones, algunas de las cuales no eran verdad. Y eso me preocupaba porque no estaban haciendo lo mismo con Hillary Clinton, y no lo hicieron tampoco con sus rivales durante las primarias republicanas”.
Que la prensa sea ahora víctima predilecta de Trump no lo dudo, pero que pretenda declararse inocente por su surgimiento me parece inaceptable. Inaceptable y preocupante.
Ruina moral. La victoria de Trump contra las advertencias de los principales medios que llamaron a no votar por él, certificó la ruina moral de la prensa. Su pérdida de autoridad moral, de influencia. En los últimos años las corporaciones de medios han crecido, se han diversificado, varias ya han mejorado sus finanzas, y, sin duda, tienen mejores y más eficientes departamentos comerciales y de ventas, pero en la salida de la crisis han perdido su fuerza moral y dejaron de ser lugares atractivos de trabajo para muchísimos jóvenes críticos que, en la universidad, soñaron con ser periodistas.
De poco sirvió gritar a dos pasos del despeñadero “¡no voten por Trump!” cuando llevaban años facilitando (por acción y por omisión) su advenimiento.
Paradójicamente mis mayores esperanzas las tengo cifradas en los periodistas. El buen periodismo, que lo hay, tanto en EE. UU. como en Costa Rica, amortiguará los efectos más nocivos del matón de casinos instalado en la Casa Blanca. Mi esperanza está puesta en los frenos y contrapesos de la democracia liberal, en la que la solidez de las instituciones es mucho más determinante que la lucidez de los líderes (en solo un mes, el sistema judicial estadounidense ha mostrado más vigor frente a Trump que en sesenta años el Tribunal Supremo Popular frente a Castro).
Mi esperanza es que Trump acabe siendo una vacuna (dolorosa, pero vacuna al fin) que funcione como advertencia, escarmiento y correctivo para todos los actores políticos, porque todos, de alguna manera, han echado leña a la hoguera que le insufla aliento a su verborrea. Para ello, eso sí, será necesario que los ciudadanos todos, los políticos, la judicatura, los sindicatos, la patronal y, claro, los medios de comunicación y la prensa, echen para su saco y asuman una actitud más adulta y responsable que la de limitarse a decir “yo no fui, fue teté”.
El autor es abogado.