Como India o México, Costa Rica, aunque en chiquitico, es país de grandes contrastes; en medio de ellos, tirando y aflojando, avanzamos. Todo va y viene, envuelto en una prisa sólo aparente, mientras conciliamos los opuestos dando tiempo a que frío y caliente se entibien. Al caminar vamos mostrando cómo todo, todo, puede convivir en una relativa paz social, también aparente, curiosamente formada por miles de paces interiores perdidas.
Al tiempo que se destapan ollas de las que escapa el mal olor de fraudes, abusos y especies semejantes, otras se van tapando para guardar pestilencias para el futuro, que no han de faltar porque son parte del aderezo.
Así y todo, poco a poco, como siempre, a pesar de las prisas aparentes y de los malos olores y de la paz interior que no se encuentra, envuelto en nieblas que confunden, rayos de sol se filtran para que la esperanza se alimente y… el contraste se mantenga.
Es así que acontece, en medio de desmanes institucionales tras los que se escudan fechorías personales, que van alumbrando el paisaje rayos de esperanza, con fulgores también individuales, cuyo foco permite adivinar la vereda que conduce al futuro.
Vemos cómo, a pesar de los peros, el Alcalde de San José se empeña en construir un ambiente saludable, el Ministro de Educación anuncia trocar la educación sexual de asunto moral en tema de formación (lástima que, desde hace años, el Ministerio de Salud podría haber dejado claro lo que el sexo es, un tema de salud) y la Ministra de Obras Públicas comprende que para disminuir las muertes de peatones en carretera la solución no es abrocharse el cinturón (como reza una valla en la circunvalación de Los Hatillos) sino mejorar las calles, enseñar a conducir, regular y aplicar la ley, sin restar importancia a que los conductores usen el cinturón de seguridad y, sobre todo, conduzcan con responsabilidad.
Y, como corresponde a este país de contrastes, la mayor parte de rayitos de sol no salen del esfuerzo individual amparado a los recursos de los ámbitos institucionales del Estado, sino del esfuerzo ciudadano, solitario o en pequeños grupos. Dignos de mención, por ejemplares y ejemplarizantes, son los agricultores que derivan su energía de la queja a la acción y acogen el cultivo orgánico y la variedad de productos, asomados a rendijas por donde adivinan las necesidades nacionales e internacionales, y los artistas que, como los integrantes del Grupo Malpaís, llenan nuestro aire de ritmos, sonidos y excelencia, e historias que nos recuerdan que existe un “mal país que es… paraíso”.
Costa Rica puede si los costarricenses, no el impersonal Estado, hacemos que se pueda.
Tampoco se trata de aplaudir a los emprendedores, que bien lo merecen, sino de imitarlos. El país somos todos y, definitivamente, sí se puede.