Cumplimos con este editorial el rito de los buenos deseos al comenzar el año. No es este un formalismo. Cada año es una totalidad de acontecimientos y de retos, hijos del azar o de la voluntad humana, de origen interno o externo, decisivos, accesorios o indiferentes, a los cuales necesariamente debemos hacerles frente con inteligencia y voluntad; esto es, libremente.
Es este, por ello, nuestro principal deseo. Que sepamos hacer uso de nuestra libertad, por la cual, en última instancia, se nos juzgará, principalmente a los dirigentes de nuestro país. En este sentido, la medida de nuestras esperanzas o de nuestras desilusiones reside, en buena parte, en una mirada hacia el año que anoche terminó. ¿Cuál podría ser el veredicto más exacto? Sin duda aquel que provenga de un análisis objetivo de los hechos y que, además, recoja las diversas percepciones de la gente. Apelamos, por ello, al Informe sobre el estado de la nación y a la secuencia de encuestas efectuadas para este periódico por la empresa Unimer, de largo y reconocido prestigio, cuyos datos y comentarios hemos venido publicando cada cuatro meses. Ambas investigaciones coinciden en una valoración general, compartida por los investigadores y por las personas encuestadas: el estancamiento del país en diversos órdenes de la vida nacional y de aquí la sensación prevaleciente de incertidumbre y desconfianza. Aunque el Informe del estado de la nación se refiere a 1999, no creemos que esta opinión haya mejorado en el año 2000. Más bien, este estudio concluyó que, disfrutando nuestro país de tantas oportunidades y potencialidad para dar un salto hacia delante de manera sostenida, solo avance en algunos sectores por inercia, mientras queda rezagado o pierde su impulso en otros. Este ritmo fue definido gráficamente como "nadadito de perro" por el presidente del Banco Central, Eduardo Lizano, quien también ha dado la voz de alarma sobre la actitud política refractaria al cambio.
Habida cuenta de esta realidad, nuestros buenos deseos se orientan, principalmente, como expresamos, a nuestros dirigentes, no solo a los políticos, sino a todos los que ocupan posiciones estratégicas en el país; esto es, a quienes, de palabra, por ley o de hecho, en el ámbito del Estado, de la sociedad civil o de su misión religiosa, tienen un poder suficiente para cambiar las cosas o para llamar la atención a quienes están faltando gravemente a su deber. No es necesario pormenorizar en la acumulación de problemas nacionales. Un mediano conocimiento de la realidad nacional nos indica que la economía nacional ha declinado, que sus causas pueden prolongarse a lo largo de este nuevo año, que la mole de la deuda interna sigue inamovible y que, en el orden social, nuestro país presenta problemas y desafíos enormes cuya acumulación oscurece nuestro futuro. Nuestras páginas, a lo largo del año pasado, abundan en informaciones y comentarios sobre el particular.
Nuestro principal problema no es, sin embargo, de orden económico o social, sino político. Nuestro estancamiento y la desconfianza imperante en la gente se originan en una mentalidad y voluntad políticas atrofiadas. También en esta materia nuestras informaciones y editoriales han sido congruentes, como constante ha sido la reacción indiferente de la clase política. Esta conducta, a las puertas de un año eminentemente político, cuando la conquista del poder se torna en el objetivo primario, torna más preocupante nuestra situación. Llegados a este punto, los simples buenos deseos de año nuevo tendrían un carácter cínico o ingenuo. Preferimos, por ello, apelar a la conciencia de nuestros gobernantes y dirigentes. Esperamos que esta no se haya adormecido.