Desde hace muchos años he tenido unos personajes favoritos, por razones difíciles de explicar. Entre ellos destaca Hsuan tsang (siglo VII d. C.), a quien se llama el Príncipe de los peregrinos, por ser el más famoso.
Viajaban con las caravanas de camellos, de oasis en oasis, por la ruta de la seda que bordeaba el gran desierto de Taklamakan. Esa región, en el interior de China, es hoy la provincia de Sinkiang (Xinjiang), que antes se llamó Turkestán chino o Turkestán oriental. Por pasos peligrosos, entre montañas, llegaban a Afganistán, y de ahí, nuevamente por pasos difíciles, al subcontinente indio, en lo que hoy es Pakistán.
Cruzando muchas tierras a través de la India, en muchos casos, su destino final era el gran monasterio-universidad de Nalanda, con capacidad para 2.000 monjes residentes. Ahí permanecían, a veces muchos años, estudiando con algún famoso maestro de la filosofía budista hindú.
Por mar. Hubo otros monjes chinos, buscadores del conocimiento también, que viajaban por mar, en vez del interior de Asia, hacia la isla de Sumatra, en el sudeste asiático, donde había un reino budista en cuyos monasterios permanecían varios meses estudiando la lengua sánscrita, para continuar luego, siempre por mar, hasta llegar a la India para dirigirse al monasterio de Nalanda.
Terminada su preparación en sánscrito y filosofía budista, los monjes regresaban a China con manuscritos filosóficos y objetos religiosos. La influencia cultural que estos monjes ejercieron en sus monasterios fue de enorme importancia en la cultura china, ya que incluso formaron grupos de traductores de los textos originales en sánscrito al chino.
La hazaña del Príncipe de los peregrinos llegó a ser parte de la tradición oral china y, finalmente, se concretó, varios siglos después, en una gran novela titulada Un viaje hacia el oeste, llevado a cabo por este personaje.
El mono mágico. Entre los cuentos que los niños chinos han oído a lo largo de muchos siglos, está el del famoso mono mágico que ayudó al monje en sus viajes. Tal historia nos recuerda la figura de otro personaje en la gran obra literaria hindú: el Ramayana.
Cuando conocí la historia de esos monjes peregrinos, admiré su valor al realizar viajes tan difíciles y llenos de peligros, con el fin de adquirir conocimientos filosóficos hindúes en los textos originales en sánscrito. A veces, sintiéndome identificada con ellos, he pensado que yo también fui una peregrina del conocimiento, en algún momento de mi vida, para llegar al corazón de la cultura hindú.