Opinión

El mono y yo

Ojalá apreciáramos más el entorno natural y fuéramos menos ‘personas de cemento’

Los monos cariblancos son una de las muchas atracciones naturales del Parque Nacional Cahuita, donde en La Punta es posible verlos por decenas a nuestro alrededor, jugando en el piso o sobre la rama de un almendro. Se han vuelto algo “sociables”, en el tanto que no huyen de los humanos, aunque, en la ciudad, las personas huimos cada vez más de las otras, encerradas en apartamentos sin conocer ni al vecino, o cerrando los ojos a las que deambulan y duermen en las calles..., ¡y ya no vemos!

No sabemos si los cariblancos llegan a observarnos para tratar de entender por qué les hemos ido esquilmando sus espacios, o en aras de encontrar el simio darwiniano que llevamos por dentro con la esperanza de que apreciemos más nuestro entorno natural y seamos menos personas de cemento y varilla, enclaustradas en malls, y fumando felices el humo de las muflas en media ciudad. Los guardaparques no se cansan de pedir que no se les dé comida porque se les genera un problema: de un pronto a otro, prefieren la comida chatarra dada en la mano de un turista, que la búsqueda de un fruto en la cima de un árbol; y, claro, ¡se enferman!

Hace unos días, tuve ocasión de volver al parque y fui sorprendida por alguien que me tomó una foto con un cariblanco. La historia fue así: me acerqué al almendro y le tendí mi mano, y él puso la suya sobre la mía; luego, yo le hablé y él se quedó un ratito, y finalmente decidió irse. Lo vi marcharse por su camino de ramas tejidas hacia el cielo. Como la foto me pareció “de postal”: “Imagínensela: yo con una mano extendida y el monito con su mano sobre la mía..., viéndonos” (¡suena hasta romántico!), entonces, chistosamente se la envié a algunos amigos con este texto: “Como ven, mis técnicas de negociación mejoran”.

Lo importante es el camino. El mensaje generó respuestas. Alguien indagó: “¿Cómo le fue en la negociación porque el mono tiene cara de intransigente?”. Expliqué que, aunque era machista, intimidador, misógino y egocéntrico, poco a poco la situación cambió y, finalmente, la negociación “fue un éxito”. Otra persona me dijo: “Usted me convenció de una idea viéndome igualitico que al mono”; de inmediato le respondí que tenía la misma libertad que el mono para aceptar la idea o desecharla. Me puse a elucubrar (¡vaya vagabundería!) en las ventajas que tiene el mono del máximo uso de su libertad: lo miré, y me miró; le pedí que me diera la mano, y me la dio (no me vayan a editar así: le pedí la mano, y se casó conmigo, porque me expulsan de la Página quince y me hospedan en Pavas); se quedó lo que quiso y cuando quiso se fue... Es el resumen de tantas relaciones que tenemos en la vida, en que conocemos a alguien, caminamos un rato por el mismo sendero y, de pronto, cada uno toma una ruta distinta. ¿Por qué cambiamos el rumbo? Por causas laborales, diferencias políticas; a veces ni hemos pensado por qué, pero nos distanciamos... Quizás, como decía el poeta Kavafis, lo importante no es Ítaca sino el camino transcurrido para llegar a ella, y lo enriquecedor que fue el haber conocido a tantos que se cruzaron con nosotros, conversaron, nos dieron una mano o les dimos la nuestra; tantos que han sabido darnos su amistad, su consejo, su sabiduría, su compañía.

Envié la foto a alguien diciéndole que era “la foto de las 2 monas”, solo que yo no pude salir corriendo de rama en rama, y debí volverme a esta ciudad, de calles con huecos, humo en los carros con marchamo de RTV y monos citadinos que andan de rama en rama en una reunión y en otra, y de un edificio a otro. A falta de espacio, y de almendro, colorín, colorado..., ¡la historia del cariblanco ha terminado!

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