Para analizar la actividad polìtica y el actuar moral (la función pública y la ética), es menester persistir sobre las consecuencias negativas de separar la política de la reflexión ética, el ser del deber-ser, los medios de los fines, el acto político del acto moral, y de confundir la “res pública” con el interés privado.
La racionalidad del Gobierno sobre los otros es la misma que la racionalidad del Gobierno sobre sí mismo; es decir, no se puede gobernar (de una manera correcta) a los otros, si uno no se gobierna a sí mismo desde la ética, que debe (o debería) morar en el gobernante.
En Costa Rica,dos expresidentes (y otras personas) se encuentran a disposición de la justicia. Pero también, como sostuvo Epicuro, “el hombre debe ponerse a disposición de sí mismo”. Esa disponibilidad de la conciencia replegada sobre sí en la cavilación de sus propios actos, puede engendrar el arrepentimiento sincero, o la pertinaz obcecación autojustificatoria: “son actos privados, comisiones por trabajos, dineros habidos honradamente, etc.”.
Aristóteles (en La Política ) evocaba el juego donde siempre se es gobernante y gobernado. Algunos de los que ejercen el poder, no se han ubicado en la transitoriedad, en la fugacidad inexorable y absoluta de la impermanencia del poder, de los bienes, de la vida misma. Y actúan con una voracidad que pareciera expresar una estructura básica de personalidad, una orientación del carácter social (Fromm) de hombres y mujeres vinculados al poder público y privado.
Tres lecciones. En la formaciónde la personalidad, desde Freud, la constitución del superyo (esto es, la conciencia que posibilita la autocrítica y el reproche, y el ideal del yo: el orgullo del ser que queremos y debemos ser, el anhelo y la exigencia de perfección, se van forjando por la internalización de las normas morales y los valores ideales, representados fundamentalmente –pero no solamente– por la figura del padre). ¿Qué retazos de imágenes paternas internalizaron y mutaron dos expresidentes? No lo sabemos con certeza.
Del emperador Antonino, recuerda Marco Aurelio, recibió tres lecciones: 1- La de no identificarse con el papel político que ejerce uno (“cuídate de cesarizarte, de impregnarte”). 2- La de practicar las virtudes (“conservarse simple, puro, honesto, grave, natural, amigo de la justicia, piadoso, benevolente, afectuoso, firme en el cumplimiento de los deberes”). Finalmente, recordar los preceptos de la filosofía, como el de “respetar a los dioses, socorrer a los hombres y saber cuán breve es la vida”. Representan el intento perenne de la constitución, de la construcción de uno mismo como sujeto ético de sus propias acciones, de la soberanía sobre sí, más allá de la mediación material del dinero y la ambición.
En la reflexión kantiana, las cosas (objetos) poseen un valor relativo, los seres humanos, un valor absoluto. Frente a los pueblos, los gobernantes tienen deberes absolu- tos; para ello, deben contar con un valor interno expresión de la conciencia de sí: la dignidad. Pero esta estructura axiológica ha sido perversamente invertida. Recordemos uno de los conocidos (y criticados) imperativos categóricos de la ética kantiana: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal”. No es bueno para Costa Rica que las máximas (conductas) inmorales se tornen universales.