En 1791, dos años después del triunfo de la Revolución Francesa, Olympe de Gouges lanza su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, que empieza así: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta; por lo menos no le privarás ese derecho”. Y señala: “La mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna”; “la libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciosos de la mujer”.
Las “ticas” del siglo XXI debemos defender la herencia de las mujeres francesas, la que nos legó Yolanda Oreamuno cuando escribía: “¡Que no haga la mujer poses de feminista, mientras no haya conseguido la liberación de su intelecto, de lo mejor de ella misma preso dentro de su propio cuerpo!”(1933); y el logro de las sufragistas que vieron en la Constitución Política de 1949 el reconocimiento de la ciudadanía para la mujer y, con ello, sus plenos derechos civiles y políticos.
Debemos ejercer nuestros derechos y reclamar cuando quieran obligarnos a caer en el estereotipo de “calladitas... más bonitas”; es un asunto de responsabilidad histórica y de deber con todas las que vienen detrás.
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