¡Agustín, Agustín!, levántese, ya son las cuatro, el café se le enfría. Su papá y sus hermanos ya están listos para sembrar el arroz de su pedazo.
–Ya voy, que me esperen un momento.
–Acuérdese, el que madruga come pechuga y el que mañanea come guinea.
Y como no se levantaba, volvió a insistirle: –¡Muchacho, apúrese! Están terminando de ordeñar y ya Goyo pasa por la leche y usté todavía no está listo. Odilio, Trino y Onías lo están esperando.
–Ya voy, ya voy, mamá. De por sí me va a pasar lo mismo que el año pasado.
–¡No sea tan necio! Dios no desampara a nadie. Todos los años no son iguales. Este año la lluvia está muy regular.
–Pero el año pasado los chapulines se comieron los frijoles y el año antepasado la sequía me jeló el arrozal. Me persigue la mala suerte.
–Ya verá cómo este año va a coger sacaos de arroz.
De peces y aguas. Y con este diálogo comenzó el día para ellos hace ya muchos años, cuando se sembraba arroz por estas tierras y cuando no habían descuajado tantos árboles ni silenciado el canto de los pájaros, y el río Siquiares tenía abundancia de peces y aguas limpias. Hoy la insensatez humana se empeña en destruir la naturaleza y en vivir solo “en presente”, sin unir pasado, presente y futuro. La ambición ha arrollado al hombre y, como dice un autor, “otros son los amores que perduran”, no el de las cosas, el poder, los honores o la riqueza que, convertidos en fines, desnaturalizan a la persona.
Este pequeño río sirve ahora de línea divisoria de dos zonas: la industrial al norte y la urbana al sur. Apenas un cauce de cuatro o seis metros de ancho las separa. Los malos olores y la contaminación acústica hacen de la segunda una zona cada vez menos urbana. Y una destazadora de pollos lanza al aire unos olores nauseabundos insoportables, tan insoportables como la tolerancia de alguna autoridad sanitaria.
Igual a como creía mi personaje sobre los chapulines y la sequía, la fetidez y la contaminación acústica persisten año con año. Sobre la naturaleza imprevisible e indomable el hombre no tiene mando, pero sí sobre proyectos, leyes y reglamentos. Aquel mal presagio de Agustín se ha transformado en negligencia, compadrazgo, indolencia, indiferentismo o algo más.
Abel y sus hijos partieron para Los Llanos a las cuatro y media de la mañana con el último canto de los gallos, la pálida luz de las estrellas y la brisa fresca del amanecer. Llevaban en la carreta la semilla, el melgador para hacer los surcos, almuerzos y calabazos de agua. Esperanzados y bien dispuestos como buenos agricultores, sembraron el arroz. Agustín iba detrás tapándolo con una rama de guayabo para que no se lo comieran los pájaros y que así germinara. Ese año la cosecha fue abundante. Él compartía con su madre semejante gozo.
– Mamá me lo dijo: va a coger sacaos. Ya puedo comprarle a Jorge la vaca de leche que trajo de Río Cuarto y me voy a comprar ropa para diciembre y un corte para mi mama.
Letal peligro. Una tarde luminosa de verano, junto al aventador de arroz y pilas de sacos, su padre recordaba cómo caían de la machina rebosantes granos dorados, tan dorados como los primeros años de Agustín, cuando el trapiche no le había molido el brazo. Desde entonces todo el pueblo comenzó a llamarlo el manco Víquez. Le gustaba ser tan conocido. Era parte de su consuelo. Mas una noche oscura, ya muy tomado, hizo de la vía férrea su cama y un tren lo arrolló y lo mató. Su madre ya no pudo despertarlo nunca más. Solo se decía: –La muerte es parte de la vida. Siempre le pedí que dejara el licor, pero no me hizo caso. Tenía que pasarle: el que busca el peligro en él perece.
El arado abrió un surco muy hondo en su alma y con el tiempo la fe le hizo fructificar otra semilla. Nunca se apoyó en sus propias fuerzas. No habría resistido el dolor acumulado desde antiguo, y poco a poco le fue naciendo una energía fecunda para enfrentar la vida.
Ramona, mujer trabajadora, de carácter y de alma grande, todas las madrugadas iba a la cama de su hijo, henchido el corazón de recuerdos y de ese infinito amor de madre, y con el delantal azul de flores blancas se secaba las lágrimas lentamente.