Al intervenir en el Líbano, los europeos han tomado una decisión de largo alcance, cargada de riesgos y, al mismo tiempo, correcta. El motivo es que el futuro de la seguridad de Europa estará determinado por el Mediterráneo Oriental y el Oriente Próximo. Europa, le guste o no, ha emprendido un papel nuevo y estratégico en la región. Si fracasa, el precio que pagará será alto.
En vista de los serios riesgos que ha asumido, con plena conciencia de las consecuencias, es de la mayor importancia que se desarrolle una “estrategia maestra” europea para estas regiones, de manera que Europa pueda definir sus intereses tranquila y claramente. En cualquier variación seria de esta estrategia maestra, Turquía deberá desempeñar un papel central en lo político, militar, económico y cultural.
Salvaguardar hoy en día los intereses de Europa significa establecer un sólido vínculo (de hecho, un lazo indestructible) con Turquía como piedra angular de la seguridad regional, por lo que es sorprendente que esté haciendo lo contrario, cerrando sus ojos al reto estratégico que significa este país.
La modernización y democratización exitosas de Turquía, con una fuerte sociedad civil, el imperio de la ley y una economía moderna, no sólo será enormemente beneficioso para Turquía, sino que también exportará estabilidad y servirá como modelo de transformación en el mundo islámico. Por sobre todo, la modernización exitosa de un país musulmán de gran tamaño será una contribución decisiva a la seguridad de Europa.
Flanco oriental de Europa. Desde los días de Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna, la modernización de este país ha dependido de su perspectiva occidental o europea. Durante los últimos 43 años, esta ha estado definida por su interés en unirse a la Unión Europea y a la promesa de la UE de una futura incorporación. Sin embargo, en los mismos momentos en que es evidente que las crisis del flanco oriental de Europa (Irán, Iraq, Siria, el conflicto del Oriente Próximo, Asia Central y el Sur del Cáucaso, el terrorismo islámico, la emigración y las amenazas al suministro energético europeo) deberían dejar en evidencia la capital importancia de Turquía para su seguridad, Europa deja ver su desinterés en las relaciones turco-europeas.
Este otoño, la Comisión Europea debe dar a conocer un informe sobre los avances en las negociaciones para la integración de Turquía a la Unión. Puede producirse una peligrosa situación, ya que este documento amenaza con hacer fracasar el proceso completo.
La disputa clave gira en torno a Chipre. Turquía se ha negado a abrir sus puertos, aeropuertos y rutas a la República de Chipre, como está obligada a hacerlo por el Protocolo de Ankara, que establece los términos de las negociaciones de acceso de este país. Turquía explica su actitud por el hecho de que la UE no ha cumplido su promesa de abrir el comercio con el Norte de Chipre, que está bajo dominio turco, como resultado de un veto del gobierno chipriota griego de Nicosia. La UE hizo estas promesas en el Consejo de Europa en diciembre de 2003, y formalmente en el Consejo de Ministros de Exteriores en abril de 2004, pero hasta el momento no las ha cumplido. De modo que es Ankara (¡y no la UE!) quien tiene un argumento legítimo al respecto.
Cuando se firmó el Protocolo de Ankara, el gobierno del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdögan, logró algo que hasta entonces se había considerado imposible: rompió la oposición de décadas de los chipriotas turcos a llegar a un acuerdo entre las partes de la isla dividida. El norte de Chipre, turco, aceptó el plan del secretario general de la ONU, Kofi Annan (apoyado por una abrumadora mayoría de la UE) para resolver el prolongado conflicto. Sin embargo, el sur griego lo rechazó, instigado por su gobierno. Sería profundamente injusto y poco acertado que el informe de la Comisión Europea haga responsable a Turquía por su rechazo a hacer más concesiones al Chipre griego (que ahora es miembro de la UE) y, al mismo tiempo, se niegue a culpar al gobierno de Nicosia, que es la causa real del bloqueo.
Frustración con Europa. Algunos países de la UE (principalmente Francia, Alemania y Austria) parecen solapadamente complacidos por la perspectiva de un choque en este asunto, por la creencia de que obligará a Turquía a renunciar a su aspiración a formar parte de la UE. Sin embargo, esta actitud es irresponsable. La UE está a punto de cometer un grave error estratégico si permite que su informe de este otoño se guíe por miopes consideraciones internas de algunos de sus estados miembros más importantes.
¿Qué perspectiva tendría Turquía fuera de la UE? ¿Ilusiones panturcas? ¿Regresar al Oriente y al islam? Nada de eso funcionaría. Sin embargo, Europa no se sentará pasivamente a las puertas de Europa, que está obligándola a forjar alianzas con sus rivales regionales tradicionales, Rusia e Irán. Estas tres potencias, cada una de las cuales es de gran importancia para Europa, han sido rivales por siglos, por lo que una alianza entre ellas parece casi un imposible. Sin embargo, Europa parece empeñada en que así ocurra, muy para su perjuicio.
Dentro de Turquía, las encuestas sugieren que se está intensificando la frustración con Europa, mientras se ve a Irán de modo cada vez más positivo. Está creciendo un sentimiento de distanciamiento con Occidente, y las relaciones diplomáticas turcas con Rusia han llegado a un nivel de cercanía desconocido hasta ahora.
Por supuesto, hay una gran resistencia interna en Turquía al acceso a la UE. Por lo tanto, el resultado final del proceso de integración es una pregunta abierta en ambos lados. No hay duda de que Turquía tiene un largo camino que recorrer. Sin embargo, poner en peligro este proceso en estos momentos, con plena conciencia de sus costes posibles, es un gran acto de estupidez por parte de los europeos, y la estupidez es el peor pecado en política. En las relaciones turco-europeas, dos trenes viajan en la misma vía rumbo a una colisión frontal. Ni Turquía ni Europa pueden permitirse un choque que es demasiado previsible.