Este 14 de setiembre nadie cantará el himno nacional en mi casa. ¿Cómo hacerlo, cuando Viviana Quesada Campos, responsable del homicidio de mi tío, José Joaquín Belgrave Soto, hubiera cumplido su pena de 6 años de prisión por este delito cometido en el 2000 en Heredia?
¿Cómo podríamos celebrar a la patria si el Estado de derecho declaró prescrito el crimen de profanación del cadáver de mi tío, y en consecuencia la absolutoria para la presunta responsable, mediante su apelación acogida en el 2006?
Quesada obtuvo una significativa reducción de pena que le permitió ser liberada incluso antes del 14 de septiembre. Las autoridades consideran que estos años de prisión (de 9 meses) conforman tiempo suficiente para el castigo de alguien que no solo asesinó, sino que también supuestamente quemó y seccionó a una persona, aunque no se la pueda juzgar por estas últimas acciones, prescritas por la lentitud impertérrita de los tribunales.
No es único. Más allá del enorme dolor que persiste en la familia, preocupa saber que este caso no es único. A diario, costarricenses y extranjeros son asesinados en el país, sin que medie un sistema de justicia que resuelva estos crímenes de forma integral, según los principios que dieron origen al proyecto de nación, convertido ahora en una república que se desmorona como los huesos de los que amamos.
En Guatemala se dice: “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos”. Es doloroso reconocer que ese sea el norte de una vida, pero es la memoria la que nos mantiene vivos, y en Costa Rica pareciera que nos falla con demasiada facilidad para afrontar el sistema que hemos creado.
Si en el país ni siquiera a los asesinados podemos hacer justicia, ¿cómo esperamos que el sedimento de este suelo procure estabilidad a sus futuros ciudadanos, si está manchado ingratamente con sangre de sus hijos?
Acción retardada. La prescripción de los delitos en Costa Rica no es nueva. El Estado tarda tanto tiempo en juzgarlos que los homicidas son castigados únicamente por una cuarta parte de sus acciones; no obstante, la justicia pregona que realmente somos responsables de nuestros actos y, en virtud de nuestra intención y del daño causado a terceros, seremos debidamente juzgados.
Nadie está en capacidad devolvernos la sonrisa franca, la conversación inteligente y el cariño de José Joaquín Belgrave Soto. Sin embargo, porque su sangre nutre la nuestra, no podemos olvidar lo sucedido ya que nuestra memoria no prescribe. En un país eternamente nublado no se espera que la bruma se disipe, se actúa; por eso, guardaremos silencio este 14 de setiembre.
En mi familia no cantaremos ningún himno al lado de un asesino. ¿Y en la suya?