Australia enfrentará este viernes a Honduras, a las 4 p. m., en el juego de ida por el repechaje entre Concacaf y Asia rumbo al Mundial Rusia 2018, en una ciudad de San Pedro Sula (norte) blindada, ya que los socceroos se moverán por zonas controladas a punta de botas militares y policiales.
En ese país oceánico hubo temor cuando Honduras ocupó el cuarto lugar en Concacaf, que lo mandó a la repesca, debido a la inseguridad. A esto se le agrega que el 60% de los casos de VIH/SIDA de esa nación centroamericana, se registran en esa ciudad.
“No hay nada qué temer, a los australianos los vamos a llevar a comer baleadas y pollo chuco”, dijo con humor a la AFP el comisario Jorge Rodríguez, portavoz de la Policía de la segunda ciudad del país, situada 180 km al norte de Tegucigalpa.
Las baleadas no son de plomo, sino frijoles molidos envueltos en tortillas de harina, un plato típico popular San Pedro Sula.
Tras la calificación de Australia al repechaje, estalló como una bomba en Sídney la noticia de que sus jugadores llegarían a la capital de los asesinatos y del VIH/Sida en Honduras.
Hace cinco años, San Pedro Sula fue bautizada por una ONG mexicana como la segunda ciudad más violenta de América Latina, después de la mexicana Ciudad Juárez, un feudo de los poderosos carteles de narcotraficantes. Ahora las cosas han cambiado, pero con despliegues militares y policiales.
El partido se disputará en el Estadio Olímpico Metropolitano, con capacidad para 40.000 aficionados, que tiene la cancha rodeada por serpentinas de púas y queda a la orilla de un cañaveral de más de 5.000 hectáreas, donde otrora los pandilleros llegaban a botar cuerpos o a desmembrar personas con motosierras.
Desde hace cuatro años, cuatro batallones —con 500 efectivos cada uno— de la Policía Militar de Orden Público (PMOP) tomaron el predio, lo rodearon con un cerco de alambres e instalaron su campamento.
Pero “esta es una bomba de tiempo, aquí, las maras nunca se van. Esto es un cementerio clandestino. El problema está latente. (Las maras) operan como guerrillas”, afirmó a la AFP un capitán de la PMOP en el portón de entrada al campamento, por donde salía un convoy de vehículos verde olivo de los distintos batallones.
Reconoció que la única manera de aplacar las "mara-guerrillas" fue desplegando ese ejército constituido por el presidente Juan Orlando Hernández, con 5.000 militares, más otros efectivos de batallones.
A la hora del partido “el estadio estará controlado con ocho burbujas o anillos de seguridad” de 1.200 policías y militares, dentro y fuera, que tendrán hasta drones, explicó Rodríguez.
“Todos (los efectivos) estarán equipados con radiocomunicadores, auxiliados por cámaras de vídeos y conectados a un comando central del teléfono de emergencia 911”, detalló. “Ya funcionó bien cuando vinieron Estados Unidos, Costa Rica y México” en el hexagonal de Concacaf, destacó el oficial.
Uno de los guardias de la Dirección de Medicina Forense, a donde llevan todos los cadáveres para practicarles la autopsia, Santos Leonel Reyes, expresó que hace cuatro años "ingresaba un promedio de 24 cuerpos al día, hoy tres a la semana".
"Hoy está tranquilo porque las 24 horas del día hay patrullajes en toda la ciudad. Ya no se dan las guerras por pleitos de territorios de las pandillas", añadió.
Sin embargo, un taxista, Manuel Martínez, reconoció que "Siempre hay zonas calientes a donde uno se puede meter. Yo si veo un individuo tatuado (como pandillero), no lo subo", expresó el taxista, mientras esperaba clientes estacionado frente al parque central de la ciudad.
Cree que a los australianos "no les puede pasar nada porque aquí a los futbolistas los protegen. Aquí solo se habla de fútbol y de política... no hay nada que temer", estimó.
"La única guerra que encontrarán (los australianos) es en el campo", dijo a la prensa el defensor capitán de la H, Maynor Figueroa, quien no estará en el primer partido por tarjetas amarillas.
Las pandillas juveniles o maras que llegaron a gobernar grandes áreas de barrios y colonias de las principales ciudades del país, como San Pedro Sula, sumaron hasta 25.000, donde ni los policías se atrevían a entrar, según organismos de derechos humanos.
La ciudad, de un millón de habitantes, en conjunto con otras comunidades cercanas que se explayan en el valle de Sula, se levanta al pie de la exuberante montaña de árboles frondosos de El Merendón.
Desde la ladera de la montaña baja una pequeña zona con las mansiones amuralladas de los ricos, seguida con una zona viva de bulevares con centros de diversión y comercios.
Luego sigue el parque central frente a la catedral colonial y unos pocos edificios elevados. Después están las viviendas de clase media con sus mercados populares con basura almacenada y por último las zonas calientes de las barriadas plagadas de delincuentes.
Según las autoridades, no había otra forma de imponerse a los capos y las sangrientas pandillas que plagando de contingentes militares y policiales la ciudad donde los mareros acribillaban a los pasajeros en los buses, rociaban de gasolina los vehículos y los quemaban, en una guerra no declarada por disputas de territorios para vender drogas y extorsionar a los comerciantes.