En el barrio de Saavedra en Buenos Aires, a 500 metros del estadio del Platense, nacieron los hermanos Giacone. Su madre es turrialbeña, pero se volvió tan argentina que pocas veces les cocinó gallo pinto. Su padre, don José, fue futbolista y fanático del equipo del pueblo.
Su progenitora, doña María Garita, conoció a don José en Estados Unidos. Él jugaba fútbol, ella era secretaria. Cuando el padre de don José se enfermó de cáncer, le propuso a doña María que se devolviera con él a Argentina, en donde hicieron una vida juntos.
Con excepción de una breve visita a Costa Rica en 1980, los Giacone jugaron, estudiaron, se criaron y crecieron en Saavedra. En el Platense hicieron sus ligas menores rodeados por un entorno futbolero. Y muy lejos de Costa Rica.
De su primer viaje a suelo tico, cuando José tenía 9 años y Diego siete, recuerdan haber visto algunos partidos de fútbol por televisión. Diego se llevó consigo una camiseta de Herediano que le regaló su tío Rafael Garita.
La camiseta florense fue su primer y único recuerdo del fútbol tico, antes de tomar la decisión de partir a Costa Rica en 1997, 17 años después. El primero en llegar fue Diego, después lo acompañó su esposa, luego sus padres y por último José, actor principal de esta historia.
La familia completa dejó su terruño por las dificultades económicas que se vivían en Argentina, que le habían causado algunos problemas de salud a don José.
Vendieron su casa, su carro y todas sus pertenencias en busca de una nueva vida. Diego obtuvo un contrato en el fútbol tico, lo que sirvió como trampolín para tomar la decisión.
José Giacone era un jugador propenso a las lesiones, que también trabajó como personal trainer en Argentina. Tiene formación militar y fue salonero en una soda, su primer oficio en Costa Rica.
Como futbolista militó en la segunda división de su país y fue dirigido por Ricardo Caruso Lombardi, un polémico técnico y comentarista de televisión que destacó por salvar a seis equipos del descenso y ascender a otros dos.
Este entrenador formó los cimientos tácticos de José Giacone, quien era un férreo volante de contención, con una buena lectura del tiempo y el espacio, pero con problemas de rodilla.
Antes de mudarse a Costa Rica, Giacone dividía su tiempo entre las prácticas con el club Sportivo Italiano y su trabajo como entrenador personal en un gimnasio. Ahorró algo de dinero y pronto viajó a San José.
Con el apoyo de su hermano, abrió una soda en el centro de la capital. Trabajó como salonero a tiempo completo hasta que matriculó un curso de técnico dirigido por Carlos Santana, en ese entonces pieza influyente en la liga menor de Saprissa.
Santana se lo llevó a la S como visor; luego pasó a ser entrenador de las fuerzas básicas; dirigió a todas las categorías y en todas levantó la Copa, hasta que recibió la oportunidad en la Universidad de Costa Rica, en donde dio el salto definitivo: ascender al equipo.
Lo definen como un técnico resultadista y ganador, que establece el estilo de su equipo con base en las características de sus jugadores, pero siempre con la premisa de armar una defensa sólida, punta de lanza de sus éxitos en Belén, la UCR y Pérez Zeledón.
Estricto y serio de primera entrada, Giacone es visto como un militar... y en realidad lo es.
A los 17 años, cuando aun era obligatoria la formación militar en Argentina, pasó un año completo en medio de un régimen de madrugadas diarias, lagartijas y exagerada disciplina.
Por medio de un sorteo, el gobierno determinaba cuáles jóvenes debían asistir al ejército. Y a José le tocó vivir un año completo allí.
"A nadie le gusta porque la experiencia es dura. Hay que levantarse a las 4 a. m., comer mal, descansar poco, te cortan el pelo como se les ocurre. Para mí el servicio militar nunca marca a nadie, lo hace la educación de tus padres", recuerda Diego, su hermano.
Con un paso complicado por Alajuelense y Saprissa (como asistente técnico de Jeaustin Campos), Giacone ha conseguido perfeccionar su método en los clubes pequeños, y ahora en Herediano, con el que aspira a conseguir su segunda corona.
Pérez Zeledon es el mejor ejemplo de la efectividad del entrenador, cada vez más acoplado al fútbol de Costa Rica y, como buen soldado, fiel a la disciplina táctica.