Se elevó el gigante y todo Costa Rica junto a él. A solo un minuto del pitazo final, tal como lo soñó en esas noches largas de insomnio, apareció con un cabezazo para la eternidad.
Le había costado dormir desde hace varios días, cuando palpitaba la clasificación, el festejo y la Copa del Mundo, que se le negó hace cuatro años, pero esta vez no sería así.
Al 95', en medio de las torres catrachas, Kendall Waston impuso su 1,96 m. al mismo tiempo que Óscar Ramírez corrió de lado a lado desde su banquillo, como no lo había hecho en toda la eliminatoria mundialista.
El balón tocó los cordeles, Machillo gritó y todo Costa Rica junto con él. La euforia reflejada en dos escenas para la historia, precedidas por dos decisiones tan simples como decisivas.
El movimiento de la desesperación. Mandar a Waston al área en busca del milagro, después de un partido para el olvido.
El segundo: dejar a Bryan Ruiz en el campo. Lo pudo haber sacado, no era su noche, había fallado como pocas veces, pero el capitán estaba ahí, presente.
La última jugada fue la única buena en 90 minutos, pero bastó. Burló a Emilio Izaguirre con una finta brillante y lanzó un trazo preciso al área, en donde estaba el gigante para sellar el boleto y garantizar la fiesta en la Fuente de la Hispanidad.
Fue en el último suspiro y en el peor partido de la Sele en la eliminatoria. El equipo parecía incapaz de levantarse de la lona después de la anotación de la H.
De bostezar y por lapsos dormirse fue el compromiso. Ajena a su estilo, la Mayor acabó por acomodarse a la propuesta de Jorge Luis Pinto, de esperar al error y evitar los riesgos en ofensiva. El fútbol terminó por ser un somnífero, con escasas ocasiones de peligro, ante la falta de fluidez.
Los mediocampistas se olvidaron de los pases al espacio, y por el contrario, le permitieron a la H tener pocas preocupaciones, hasta que se encontraron con la anotación, obra de Eddie Hernández al minuto 67.
La movilidad de Celso Borges y David Guzmán fue casi nula y los catrachos tuvieron la lectura adecuada para interceptar los pases, obligando al juego largo, tan ineficaz para la Sele.
Pasaban los minutos y la celebración se miraba lejos. Marco Ureña desaprovechó la única opción real de peligro de la Tricolor, cuando mandó a las nubes un disparo dentro del área.
Honduras se percibía muy cómoda, sin grandes dificultades para frenar el aparato ofensivo de la Selección Nacional.
Desde las butacas enardecidas, la feligresía coreaba 'Colindres, Colindres', pero ahí no estaba la solución. Honduras reforzó su muralla y maniató a los hombres más habilidosos de la Sele, con faltas, pelotazos, golpes fingidos y hasta con Amado Guevara perdiendo tiempo, luego de ser expulsado del duelo.
No había manera. Machillo lo probó todo, hasta el último recurso, cuando Waston se proyectó al ataque, dejando su posición habitual en la retaguardia.
Una descolgada que se recordará para siempre, como las lágrimas de Bryan Oviedo, el abrazo de Machillo con sus padres, el llanto de niño de Rónald Matarrita... y las otras lágrimas, las de dolor. El archirrival herido con una daga mortal.
Los catrachos lloran desconsolados, derrotados, hundidos. Reclaman por los seis minutos de reposición, pero nada vale.
Waston corre, nadie lo puede parar. Se quita la camiseta, mira al cielo, extiende sus largos brazos como si abrazara a cada aficionado en el Estadio Nacional.
Es un abrazo que se siente y un rostro que no se olvida. El de las fotografías y las portadas, el de Waston vuelto loco y todo Costa Rica junto a él.