Desde tierra firme, el mar se ve como una gelatina a medio cuajar, del color del cielo y batida por los navíos que lo surcan. El viento sopla y las aguas se mecen, mientras los botes remolque intentan apaciguar el curso del ARC Gloria, el gran buque velero que se acerca a Puerto Limón dispuesto a atracar.
Mientras el navío, una histórica pieza de la armada de Colombia, se acerca al muelle, el coro de decenas de gargantas rompe con la silenciosa calma de las aguas. Las voces viajan a tierra desde los tres mástiles del Gloria donde se acomodan hombres vestidos con pantalones blancos y camisas de un color sólido, amarillo, azul y rojo, adquiriendo las formas de la bandera colombiana.
Ya a punto de atracar, las voces de los marineros se hacen más claras, ahora comprensibles, cantan versos que parecen salidos de otros tiempos, de épocas cuando el mundo seguía siendo un misterio para quienes se hacían a la mar.
Ah, ah, joi, capitán / Ah, ah, joi, timonel / Gloria al Gloria cantemos / marinos loor con amor.
Así cantan 58 grumetes, alumnos de la Escuela Naval de Barranquilla, provenientes de Honduras y quienes saludan así a Costa Rica, su puerto de paso por los siguientes tres días.
Entre cánticos marinos y un despliegue tricolor, atraca en Puerto Limón, el ARC Gloria, el buque insignia y embajador flotante de Colombia.
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El martes 14 de noviembre, pasadas las nueve de la mañana, un punto en el horizonte, frente a la costa caribeña de nuestro país, comenzó a acercarse lentamente, movido por los vientos que lo empujaban soplando sus 23 velas extendidas hasta que el pequeño punto creció para revelarse.
El Buque ARC Gloria, de Colombia, visitó nuestro país, la segunda ocasión en que lo hacía –la primera vez se acercó por el Pacífico y atracó en Puntarenas–, cumpliendo con su doble función histórica: la de ser una extensión de la academia naval del país suramericano y, al mismo tiempo, la de desempeñarse como un embajador errante, abierto al público para ofrecer a los visitantes un vistazo a la cultura colombiana y mejorar así las relaciones entre Colombia y el país que el barco visita.
El buque llegó a nuestro país con 138 personas a bordo, 80 de los cuales componen la tripulación del navío –es decir, miembros correspondientes de la armada colombiana– y el resto son alumnos en constante rotación, quienes, en su cuarto año de formación, encuentran en el buque el lugar idóneo para aprender ya no en la teoría sino en la práctica, zarpando a la mar.
De la servilleta al astillero al mar
La historia del Gloria comenzó hace más o menos medio siglo, no en las aguas ni en un taller de maderas, sino en una servilleta.
Fue durante un coctel que celebraron las autoridades colombiana de la época que el Comandante de las fuerzas armadas, Orlando Lemaitre, aprovechó la ocasión para conversar con el Ministro de defensa, Gabriel Reveiz Pizarro.
Lemaitre le dijo a Reveiz que era necesario adquirir un buque tipo velero que sirviera como plataforma de práctica e instrucción de los tripulantes de la armada. Reveiz, entusiasmado por la idea, le dijo ‘Listo, cuente con ello’, pero Lemaitre sabía que de la palabra de los políticos es mejor desconfiar; para asegurarse de que el otro cumpliría con su palabra, le pidió alguna prueba.
“Páseme una servilleta”, le dijo en respuesta Reveiz. Sobre ella, el Ministro escribió con tinta de una pluma Vale por un velero.
Unos meses después, comenzó, en el Astillero Celaya, en Bilbao, España, la construcción del ARC Gloria.
Se convertiría en el mayor de cuatro hermanos, todos buques veleros destinados a países latinoamericanos, todos construidos de con el mismo modelo.
Junto al Gloria, flotan en las aguas del continente el ARBV Simón Bolívar, de Venezuela; el BAE Guayas, de Ecuador; y el ARM Cuauhtémoc, de México.
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El Gloria llegó al mar hace 49 años, y desde entonces sus números no se han detenido.
Al atracar en Costa Rica, había recorrido 827.808 millas náuticas y había navegado 8.955 días. Es decir, que ha navegado el equivalente a 24,53 años consecutivos en el mar, y se ha desplazado una distancia igual a 117 vueltas al mundo.
A bordo del navío se han realizado 47 cruceros –es decir, recorridos entre el punto inicial y el punto final del viaje, sin tomar en cuenta las escalas en cada puerto visitado– de cadetes (oficiales que se preparan en la Escuela Naval de Cadetes, de Cartagena) y 25 cruceros de grumetes.
El crucero que lo trajo a Costa Rica comenzó a inicios de este año, en Cartagena. Cruzó el Canal de Panamá, llegó a Puerto Quetzal, en Guatemala, escaló a Vancouver, bajó a Manzanillo, en México, subió a San Diego, California, y a partir de allí la lista de puertos visitados se convierte en un desfile de puntos geográficos en las dos costas de América.
Balboa, Cartagena, Hamilton, Boston, Oporto en Portugal, Las Palmas en España, Cartagena de nuevo; luego las isla de San Andrés, Honduras, Costa Rica, Barranquilla, Santa Marta, Martinica, República Dominicana, y finalmente el 15 de diciembre la travesía concluye de nuevo en Cartagena, el puerto mayor del Caribe.
24/7
A espaldas del Comandante Hernando García Gómez, el viento hace bailar a una tremenda bandera colombiana, de 18 metros de largo por 13 de ancho. García contará, después, que es la bandera más grande que se despliega en los mares del mundo, sea el barco que sea.
Es una de las características más vistosas y atractivas del Gloria, visible desde kilómetros a la distancia y que se mantiene desplegada incluso cuando el barco está en puerto; por las noches, los alumnos la repliegan y doblan con cuidado, solo para volverla a extender a la mañana siguiente, como parte de sus asignaciones diarias a bordo.
“Cuando estamos en altamar, la jornada en el buque es similar a la de la academia”, explica García. “Los alumnos se levantan muy temprano para hacer las primeras observaciones astronómicas. Observan la posición de la luna, el sol y las estrellas, los pilares básicos de la navegación. Después realizan una rutina de entrenamiento físico, un programa de acondicionamiento, y luego reciben clases durante toda la mañana. En la tarde, es la fase práctica. Todo esto se alterna con las maniobras propias de la navegación, que no se programan porque dependen del viento. El Gloria es un velero, no tenemos motor”.
Dicha particularidad hace que el Gloria sea un navío, digamos, híbrido en cuanto a su tecnología: por una parte, dispone de las comodidades propias del siglo XXI –aire acondionado, calefacción, electricidad, agua potable–, pero también presenta a la tripulación los retos de la navegación más clásica.
El ARC Gloria es así por diseño y por petición: la intención del gobierno de Colombia era entrenar a sus cadetes en la tradición naval más pura posible. Así, la maniobra para manipular las 23 velas del buque requiere del trabajo de los 138 tripulantes, cada quien encargado de una tarea distinta que debe cumplirse a toda costa y casi sin espacio a errores.
“A bordo, el tiempo es bien relativo: no hay días festivos, no hay domingos, la operación del buque no se detiene”.
García lo compara con una ciudad despierta las 24 horas del día, los siete días de la semana. En el interior del buque se cuenta con dos desalinizadores para producir agua potable, con la que también se enfrían los sistemas electrónicos de navegación y se produce energía eléctrica; hay sala de cirugía, carpintería, tratamiento de aguas negras, manejo de basura sólida, lavandería, talleres, cocinas, despensas e incluso una capilla.
La actividad es permanente y constante, porque de ello dependen las cientos de vidas que navegan a bordo.
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El único momento en que la actividad del buque merma es cuando atraca en un puerto. Durante los días de la escala, solo un tercio de la tripulación permanece activa y en funciones de guardia; los demás tienen derecho a descansar y pasear en tierra firme.
“El buque puede pasar hasta 25 días en altamar; su única limitante son los víveres perecederos, que compramos en cada puerto”, explica García. “Pero también hay un tema de descanso que nos hace parar”.
La relación entre el comandante y el buque es de larga data: él mismo fue entrenado a bordo, en 1992. Abordó en Puerto Rico y fue partícipe de una regata memorable: la que celebraba los 500 años de la llegada de los españoles a América.
García no demerita ninguno de sus días en el mar porque, dice, “cada día es diferente. La navegación, sobre todo en un velero, está envuelta en un halo de romanticismo, de mística: cada día es una aventura, cada día tiene su grado de incertidumbre, sus preocupaciones”.
Sin embargo, de escoger un momento en particular a bordo del Gloria, García se remonta al 2014, cuando participó en la regata Velas Latinoamérica, que convoca a veleros de todo el continente para, partiendo de Cartagena y concluyendo en Veracruz, darle la vuelta al sur de América, navegando frente al Cabo de Hornos, el lugar donde se unen, en Tierra del Fuego, los océanos Atlántico y Pacífico.
“La confluencia de los mares y los vientos genera mares muy movidos”, recuerda. “Es una zona plagada de misterio y de mucho naufragios. Para un velero, es un reto muy complicado y superarlo fue muy especial”.
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La próxima vez que el ARC Gloria atraviese el Cabo de Hornos será en el 2018, durante la venidera edición del Velas Latinoamérica. Para entonces, el viejo buque tendrá 50 años, pero su tripulación no se preocupa: saben que durará muchos años más en el mar.
La confianza se las da el mantenimiento obsesivo que brindan a la nave, la resistencia de las maderas colombianas que se utilizaron en los interiores, el remozamiento general que recibe cada diez años.
Se las da, también, el coraje que se requiere, sí o sí, para aceptar la vida en el mar; el coraje que se les escucha a los cadetes, en sus voces poderosas, cantando trepados en los tres mástiles de 40 metros de altura, despidiéndose de Puerto Limón un par de días después de su arribo, justo antes de convertirse, de nuevo, en un lejano punto en el horizonte.