Laubert (1821-1880) los llamó “hombre-pluma”. ¿Se los imagina? Encorvados sobre una rústica mesa de madera, a la luz de una vela, con una pluma en sus manos y un tintero cerca del papel. Los dedos manchados. Las uñas negras por la tinta. La mano sin despegarse de su obra, mientras la historia fluye desde el corazón al cerebro...
Si el escritor francés naciera hoy, encontraría al hombre-pluma entre los viejos manuscritos coleccionados en bibliotecas, casi como si fueran piezas de museo, sino es que lo son ya.
Aquellos escritores creaban sus obras en cursiva, un tipo de letra que hoy, prácticamente, está condenada a morir según el decir de muchos expertos.
Como bien lo menciona la catedrática costarricense Amalia Chaverri, en un artículo publicado en La Nación del 17 de noviembre, “¿la preocupación por el ocaso de la escritura cursiva es solamente un asunto de nostalgia o constituye una emergencia cultural? Las dos cosas. Lo lamentable es que se ha perdido un arte ancestral y una huella del proceso de escritura. Si bien ahora todo facilita el trabajo del escritor, la opción del ‘borrar’ ( delete ) hace desaparecer esas huellas. Ya no se puede gozar de la encrucijada creativa, de las obsesiones, variantes de pensamiento o fantasmas del escritor; en otras palabras, la plasmación del proceso de génesis, crecimiento y maduración de un texto”.
¿Morir o resucitar?
La letra cursiva (o manuscrita, como también se le conoce) comenzó a desaparecer de los cuadernos de caligrafía hace varias décadas.
Quizá usted o alguno de sus amigos o parientes todavía recuerde cuando se la enseñaban en la escuela.
De unas tres décadas para acá, el uso de la cursiva prácticamente viene disminuyendo y está circunscrito a un programa de estudio que solo se aplica en tercer y cuarto grado de la enseñanza general básica.
El Ministro de Educación, Leonardo Garnier Rímolo, confirmó que, en el caso costarricense, no hay ninguna directriz sobre este tema. “Es un contenido más del programa de Español, específicamente en tercero y cuarto grado”, según le informó a Garnier la directora Curricular de ese ministerio, Giselle Cruz.
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Pero cuando ni los maestros saben escribir en cursiva, ¿cómo se lo enseñarán a sus estudiantes? Aquí podría morir cualquier intento de resucitar este tipo de letra, a la cual se le atribuyen más beneficios para el desarrollo del cerebro humano que los que podría tener la llamada imprenta.
El educador argentino Guillermo Jaim Etcheverry expone la encrucijada: “Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo”.
Guillermo Jaim Etcheverry sostiene que en países como Francia e Inglaterra, los sistemas de educación están trabajando por resucitar a la moribunda cursiva.
“En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos, traduciéndolos en palabras.
”El escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración”, sostiene el argentino.
Cartas de nostalgia
Tal parece, entonces, que escribir cartas de “puño y letra” es cosa del pasado.
Aún más lo es que esas cartas –si es que se escriben–, envíen sus mensajes en letra cursiva. Haga memoria: ¿hace cuánto tiempo escribió una carta usando la manuscrita?
En un artículo escrito por José Luis Cutello para el diario argentino El Clarín , se destacan las habilidades que desarrolla este tipo de escritura en el individuo.
Cutello consultó a la profesora de enseñanza media y superior en Lengua, Susana González, quien manifestó: “Sabemos que en la escritura cursiva está presente, de algún modo, la personalidad del individuo. De ahí la importancia de los estudios grafológicos en las diferentes disciplinas que tienen que ver con la naturaleza humana. La cursiva es una sucesión de rasgos ascendentes y descendentes, donde la mayor o menor soltura del trazo hace que la letra sea más redondeada o inclinada y, por consiguiente, deje impreso un estilo personal, que el niño va afianzando con su crecimiento y la práctica”.
La grafologista Cecilia Sandoval Precht, citada por el sitio web Mundo Mujer, de Colombia, enumera las ventajas de la cursiva sobre la letra imprenta:
Favorece que se perciba visualmente cada palabra como un todo.
Favorece la velocidad de la escritura.
Se retiene mejor en la memoria.
Otorga a la escritura una calidad personalizada que refleja las diferencias individuales en forma matizada y fina. La escritura manuscrita cursiva caracteriza a una persona tal como el tono y timbre de su voz, o su modo de caminar.
“La maravilla de nuestros pensamientos y emociones salen con vida al receptor, de la manera más personal, a través de la letra cursiva”, agrega.
Cecilia Sandoval no lo piensa dos veces para atribuirle a la aparición de la computadora y a toda la revolución tecnológica (uso de tabletas, teléfonos inteligentes y computadoras personales), la agonía de la cursiva: “Se ha comprobado que muchos niños de cinco y seis años comienzan a escribir sus primeras palabras pulsando en forma mecánica las teclas de la máquina y no afianzando la destreza motriz con uso del lápiz”, asegura la experta en grafología.
Por eso, Jaim Etcheverry pronostica con tal certeza: “La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo, no la podremos leer”.