"Imagínese a una prostituta caminando por las calles de San José. Una mujer joven y elegante. De una familia pobre y marginada. En esa época (años 70), en San José, había calle y no bulevar. Imagínela caminando desde la Chelles hasta Radio Monumental. De un lado a otro. A su lado pasan carajillos gritándole zorra. Luego llega el cliente. Se acuesta con él, paga y se va. Luego, llega otro. Ahora imagínesela de noche, entrando a un salón de baile, acomodándose la minifalda. Sube las gradas y llega a la pista. Ahí es admirada por cómo baila. La respetan, la quieren, la aman. Le dicen cosas hermosas. Bueno, eso ahí, ese es el meollo y la profundidad del patrimonio cultural y material del swing criollo".
Cuando Eric Madrigal era un niño, su madre Grace, "la primer maestra graduada nativa de San Isidro del General" solía bailar en el salón El Prado en San Isidro del General.
"Siempre la acompañaba porque era amiga de los conjuntos y me dejaban entrar".
Luego, Eric se mudó a San José a vivir con sus abuelos para formarse como ingeniero químico. Los domingos, cuando su madre lo visitaba, solían ir a a Ojo de Agua y después de bañarse en la piscinas, iban al bailongo en el Palenque.
En los años 70's Madrigal continúo bailando la música de la época: disco y salsa; y a finales de los 80's –cuando nacieron las primeras academias de baile– unos primos le ofrecieron entrar a clases de swing criollo.
"Cuando les pedí una demostración lo hicieron tan mal, que yo dije 'eso no lo quiero aprender'".
Sin embargo, unas décadas después, el swing criollo ocupa un importante espacio en la cabeza de Madrigal.
Fundó la Asociación Cultural del Swing y el Bolero Costarricenses, y lleva cinco años investigando un bache de tres décadas en la historia del origen de este baile.
Tal proyecto lo ha hecho llegar a reflexiones como la escena de la prostituta. Y también lo condujo a los creadores, los fundadores de los primeros pasos de este baile. Son muchos, cientos. Algunos de sus nombres nunca se conocerán. Pero Eric pudo llegar a cinco de ellos, y a partir de sus relatos, la historia comenzó a tomar una mejor forma.
En abril de este año, Madrigal comenzó a ejecutar una beca taller ("un estímulo económico para que personas físicas y jurídicas desarrollen proyectos vinculados con el fortalecimiento y la salvaguarda de la herencia cultural") que ganó el año pasado con el Ministerio de Cultura y Juventud.
Su proyecto se llama: Historias de vida de los bailarines de swing criollo costarricense de la década de 1965 a 1975: articulación de la memoria histórica .
El bache
De acuerdo con Madrigal, del swing criollo se conocen dos materiales importantes: un documental llamado Se prohibe bailar suin, (2003) y la tesis Brincos y vueltas a ritmo de swing, de las antropólogas Claudia López y Paola Salazar.
"Existe una historia oficial que dice que el swing criollo nació en los años 50’s en las bananeras en Limón. Pero esa teoría no tiene sustento testimonial. Sí bailaban swing, pero el americano. El de Glenn Miller. Pero bueno, ahí –supuestamente– se originó. Luego, la línea en el tiempo, nos tiraba a 1987, al programa Los piratas del ritmo de Canal 7. Entonces yo, como bailarín, me puse a pensar qué pasó durante esos 30 años. Y lo que me encontré fue una comunidad".
Por el lado de su madre, Eric aprendió a bailar bolero, mambo, chachachá, y guarachas. Por el lado de su abuela danzón, vals, mazurcas, y polca.
En el 2000, se comenzó a sentir "medio rellenito".
Entonces entró a un gimnasio pero no le gustó. Entonces recordó lo mucho que le gustaba bailar y entró a la academia Merecumbé. Su primer día fue un 17 de julio, un miércoles, su cumpleaños. Luego de la clase, la profesora los invitó a bailar al salón Karimar.
"Yo entré a ese lugar. Vi la pista, escuché la música y no salí de ahí. Iba todos los días. Me enamoré profundamente del swing y del bolero criollo; y de la comunidad de la pista y el sentido social. Aparte, eran excelentes bailarines".
"Como expresión anímica, el swing es muy fuerte, como lo es la cumbia. Es una música que libera. La cumbia fue creada por esclavos, por eso se baila en Colombia de una forma que el pie imita el grillete. Barriadas de gente muy pobres, libertos que se escapaban, negros que huían de la esclavitud. Entonces, cuando uno está bailando siente como una transformación. Está diseñada para que usted, que viene con una carga de problemas, llegue a la pista, baile y sienta cómo se transforma. Ese es el sentido de la expresión cultural".
Entonces, para ponerle rostro a la historia, Eric comenzó a entrevistar a personas mayores de la época, sobre cómo aprendieron a bailar, y así se topó con un embudo.
"Ellos hablaban de una persona en particular, de 'Pelusa'. Ninguno dijo que aprendió a bailar en las bananeras".
Madrigal comenzó a recorrer calles de San José preguntando por el tal 'Pelusa' y otros nombres que indicaban ser los creadores del los primeros pasos del swing tico.
Conforme la beca fue avanzando, Eric se planteó su propio método de investigación. "No me iba a acercar a la historia como historiador, porque no lo soy, sino como bailarín".
Para identificar a estas personas, Madrigal les reunió ciertos requisitos que debían cumplir. El más trascendental, el que los agrupó de mejor manera, era que todos debían hablar al revés.
Por ejemplo, en vez de decir tengo hambre, debían hablar así: goten breham.
Al parecer, esa era una característica que los entrevistados le aseguraban a Eric como una huella para reconocer al grupo fundador. Era una dinámica de grupo, así como la forma de bailar.
Por ahora, la beca sigue en tránsito y son varios los proyectos que están por venir. En noviembre de este año terminará. Con varias dinámicas, Eric ha reunido a estas personas –los creadores– y los nuevos bailarines del swing para crear debate y discusión, pero sobre todo para que los saberes de los bailarines de los 70's sean transmitidos alas nuevas generaciones.
"Yo quiero que la gente entienda que el swing no es baile nada más para bailar. Es un constructor de nuestra identidad. De lo que somos. Es una llamada de atención a dejar de atrás el materialismo. Dejar de vivir solo por las cosas. Hay una espiritualidad muy profunda en nuestras expresiones culturales que rescatan y nos llaman la atención al pueblo. Por eso es patrimonio; y el patrimonio es muy preciado, es la joya de la abuela".
La dama de la pista
Cecilia tiene una pierna rota. Anda en una silla de ruedas y, por ahora, solo puede bailar sentada. Cecilia majó una semilla de cas y se cayó para atrás. Tiene pines, y no puede subir las gradas de su casa, así que tiene que dormir en la sala. Dice que es la guachi. Cecilia tiene el pelo negro y los ojos demasiado dispersos. Los brazos los mueve como si sufriera miles de espasmos en pocos segundos. Cecilia debería ser un ícono del feminismo, un estampado en una camisa.
"Cuando tenía 12 años, en 1965, vivía en Cristo Rey, debajo de una panadería, y justo al frente de una cantina que se llamaba La Mamba que ponía swing. Yo desde mi cuarto, me volvía loca, me encantaba".
Cecilia Venegas tiene 62 años. Vive en Ciudad Colón, rodeada por plantas y un pato sin dueño. Vive con su esposo, un "hippie que trabaja en la Asamblea", como él se define, y su hijo que estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica.
"Yo me escapaba por la ventana y caía en los sacos de harina. Luego, el panadero me dejaba puesta una escalera para poder regresar".
En ese tiempo, Cecilia conoció a un grupo de amigas que le hablaron sobre otro salón en Zapote, y en Desamparados. Ahí se acercó a los bailarines de la época, Jorge Miranda, Edgar Moraga, Gilberth Umaña, Walter Alvarado, y otro montón más de criaturas legendarias.
"Me fui de la casa a los 15 años. Viví en casas de amigas, pero ellas salían todos los días, y yo me hice igual. Era como un trabajo: todos los días. Nunca me cansé".
Juntas practicaban pasos en parques o en alguna casa.
Este grupo de mujeres representa una parte importante de nuestra historia, desde el punto de vista femenino. A pesar de que nunca se percibieron como tal. En ese entonces, nada más eran.
Para sobrevivir, algunas de las chicas que bailaban en los salones se prostituían. Esto no era visto como algo menor, pero lo trataban con respeto y un silencio prudente por parte de sus amigos. Aclaran que los hombres eran caballeros calificados y clasificados.
Las mujeres eran las de la plata, las que mandaban. Las que compraban el desayuno cuando amanecían bailando, y la ropa de los hombre para que siempre estuvieran presentables.
"Con el swing, sobrevivimos chuleando a viejillos. O llegábamos a un restaurante, y el dueño estaba enamorado de 'La China' entonces todos comíamos. O un viejillo que era zapatero estaba enamorada de mí, entonces íbamos a comprar zapatos y yo le decía, 'un día salgo con usted' y yo llegaba seis meses después. Pero teníamos que hacer eso así, con un trabajo no hubiéramos tenido tanto tiempo para bailar".
"Más de una vez fuimos todos a un restaurante a almorzar, y luego salíamos corriendo. Parecíamos caballos por la avenida central. Los patrulleros ya sabían quienes éramos, entonces nos caían y nos metían al cajón".
Pero Cecilia duró poco tiempo en estas andanzas. Un día se asomó para ver lo que pasaba en el salón El Pigal, y notó a bailarinas que usaban guantes y biombos.
"Me gustó tanto que hablé con una bailarina que se llamaba Camelia, y me dijo que ella me presentaba al coreógrafo. Me dijo que llegara al día siguiente en la tarde, y fui y de una vez me metieron al grupo".
Pronto, a Cecilia le salió un contrato para bailar en Venezuela. Ya para ese entonces era reconocida como una excelente artista de vedette en el país, un espectáculo de cabaret. Se fue con 17 años. Falsificó la firma de su mamá para poder salir de Costa Rica, y aterrizó en Caracas, específicamente, en el salón El golpe, propiedad de una francesa.
Recorrió un total de seis nightclubs en su larga estadía, y cada 15 días le enviaba $200 dólares a su familia. Durante esos años, viajó varias veces a Costa Rica. No más de tres días, cada vez. En uno de esos viajes, buscó a sus compañeros de baile y a sus amigas. Pero todo se lo encontró diferente. Era 1982, y "Ya no se sentía lo mismo".
"Yo siempre pensaba en regresar. Yo dejaba el apartamento en Caracas intacto. Pero un día conocí a mi esposo Arturo, y no regresé. Fue como al año de aquel viaje que vine a bailar. Nunca más volví, hasta dejé una cuenta bancaria del Banco Mercantil pero no me acuerdo ni cuanto tenía".
Cecilia creé que heredó el baile por parte de su madre, quien era cocinera de Los Juncales, en Desamparados. "Mi papá era mecánico. Se armaba un carro, de esos que vienen en cajas, en una hora. Mamá bailaba en Los Juncales, y cuando salía de la cocina, se pasaba al salón".
Pero también, cree que aquello tenía que ver con la libertad que gozaban, que era profundamente, plena.
"Una vez nos fuimos caminando hasta Puntarenas, desde San José. Porque venían los Billo's Caracas Boys. Duramos como tres días. Pasamos a donde una amiga en Palmares, ahí comimos. Mercedes 'La Gorda' le decíamos, pero no era gorda. Tengo como 30 años de no saber de ella. Dormimos ahí como dos horas y luego seguimos caminando. De noche y todo. Nos alcanzaron cuatro motos con Tony, Ronald, 'Pelusa', y el hermano de 'Pelusa' –que ya murió–, pero ellos iban con otras mujeres, entonces nada más nos pitaron".
El grupo tocaba hasta las 7 de la noche. Entonces de 11 a 5 de la tarde, durmieron en la arena. Lavaron la ropa en el mar y la secaron ahí mismo.
"De por sí que usábamos ropilla toda chiquitilla, entonces no era mucho lo que había que lavar. Íbamos en chancletas y las botas las llevábamos porque bailábamos siempre en botas de charol por la rodilla. Con un paño nos tapamos en la playa. Es que antes no pasaba nada. Ahora uno se trata de tomar una cerveza en la playa, y llega el policía. Antes hasta motilla y todo. 'Ahí viene la paca', decía alguno, y enterrábamos en la arena el purillo. La paca pasaba oliendo y apenas se iban, lo sacábamos de la arena".
El caballero del 'swing'
Hace cinco meses, el hijo menor de Gilberth Umaña, Jack David, murió cuando un muchacho le metió una puñalada mientras esperaba en la parada del bus.
"Lo mataron por celos. Él iba para el colegio de noche, y como iba con la muchacha, el otro muchacho lo esperó".
Para poder sobrellevar la muerte, Gilberth baila. "Usted sabe lo que es encontrármelo en el suelo desangrándose. Esa vara para mí fue fatal. Eso hizo que casi dejara de bailar, pero mis amigas no me dejan. Está tiernito todo, ni ha ido a juicio el mae".
Umaña, a los 15 años, estudiaba en el Liceo Napoleón Quesada Salazar. También jugaba básquetbol y fútbol. Pero apenas encontró el swing, dejó de ir a clases. "Uno sabe que si hubiera estudiado tendría otra clase de vida. Tendría cosas que ahora no tiene. En eso se arrepiente uno. Pero en lo que he vacilado y lo que he conocido y he disfrutado jamás".
Gilberth y Cecilia, –así como los otros protagonistas de este reportaje– son considerados los creadores de los primeros pasos del swing criollo. Todos compartieron un momento en el tiempo y espacio que los definió como los precursores de este baile. Su estilo de vida, en aquel entonces, era muy mal visto y fueron catalogados como "la chusma".
Los consideraban vulgares y vagabundos, y amparados por la supuesta Ley de la Vagancia, la fuerza pública constantemente los arrestaba. Por esto, aprendieron a hablar al revés. Para poder comunicarse cerca de personas que no los comprendían.
"Yo dejo de bailar una semana y me enfermo. Tengo que bailar porque eso es lo que me reanima, lo que me da vida. Vea que hasta con la muerte de mi hijo, que es tan doloroso, por lo menos el baile me saca de eso. Me llena emocionalmente, aunque llore y llore pero siempre voy a bailar".
Como todos los que conforman ese grupo dejaron los estudios para pasar metidos en los salones, sus trabajos actuales son informales. Por ejemplo, Gilberth vende tiempos y lotería; y a veces compra perfumes en la frontera para luego vender.
En sus años mozos, las preocupaciones eran otras.
Por ejemplo, si los hombres que bailaban no eran muy buenos, eran rechazados por las damas. Es decir, públicamente humillados, y esto les inquietaba la mente. Para poder ligar en aquel tiempo, había que bailar, y bailar muy bien.
"Llegué al swing a los 15 años porque iba a donde un amigo que tenía una radio, y nos sentábamos en el corredor, y él ponía el radio y ponía música y ahí tratábamos de bailar".
Un día, ese amigo, lo llevó al salón Blue Moon en Calle Blancos. Como eran altos, pasaban sin cédula sin ningún problema.
"Ahí vi bailar por primera vez a 'Pelusa', y me quedo viendo y pienso 'qué manera la de este mae para bailar'. Porque bailaba como en cámara lenta. Era tan especial, y el bolero ni para qué, parecía que andaba en el aire".
Entonces Gilberth se inspiró. "Me llevaba dos pasos en la memoria, me iba para la casa, y ponía música y me agarraba hasta de las puertas, ventanas, de las paredes. Vivía con mis padres, y ellos me decían que era una vagancia. Que mejor estuviera estudiando, que bailar en salones no dejaba nada".
Claro que no eran los únicos. "Había gente que nos preguntaba que porqué bailábamos eso si era de pachucos, y más de una vez nos decían: 'sí bailan un swing más los sacamos. Eso solo lo baila la gente indeseable'".
Pero contra todos los pronósticos, el swing nunca dejó a Gilberth. Sus hijos, como él lo asegura, nacieron de la pasión de andar bailando. Además de que Umaña nunca dejó las pistas desde los 15 años.
Era reconocido por ser un caballero, y por su sedosa cabellera, siempre larga. Y por su hermano, que no era parte de lo común. "Murió hace como 9 o 10 años. Le dio un tumor en la garganta. Es que él estaba loco. Se comía los vasos, eran loqueras de él para que la gente viera. Hacía apuestas".
Gilberth no era así, su estilo se acercaba más al de los Beatles, y constantemente –gracias al swing– se ausentaba de esta dimensión.
"No había truco más grande para el swing que la marihuana. Uno sentía que bailaba en las nubes".
Bailando como Ali
Edgar Miranda bailaba desde los 21 años imitando los brincos que daba Muhammad Alí cuando boxeaba y lo hacía porque "En los salones a mí se me olvidaba todo, se me olvidaba la pobreza. Se me olvidaba todo, todo, todo. Ya yo estando en el salón del baile, me convertía y todo se me olvidaba”.
Hasta la fecha.
"Casi que todos éramos de la clase marginada. Eran mujeres que vendían chicles, papas, melcochas. Les decían portaviandas. La que era sirvienta y las que trabajaban en casas, esas eran las que iban a bailar. Por eso ahí nos relacionábamos todos. Las muchachas de la vida".
'Moraga' –como se hace llamar en honor a su abuela– vive en los más de Chepe, lo más céntrico, lo más bullicioso, lo más mágico de esta ciudad. En una casa vieja de piso y paredes de madera, en barrio Luján. Al lado, tiene su negocio de zapatería, el de siempre.
A los 16 años nació su primera hija, Rocío. Entonces tuvo que buscar un oficio. Asistía al taller de zapateros de día y de noche bailaba. No dormía. "Los zapateros influyen mucho en la política, en el ambiente costarricense. En aquel tiempo los nicaragüense venían y aprendíamos juntos. No había fábricas, no había calzado chino. La zapatería era como la fiebre del oro".
La primera compañera de 'Moraga', la mamá de Rocío era bailarina; por eso Miranda le entró al baile. Además, ya traía la espinita del ritmo. A los 13 años, comenzó a bailar con su hermana y su mamá. Iban a un salón en Paso Ancho y las acompañaba para ver bailar a ‘Pelusa’. En las tardes, iban al Herediano. Ahí, una vez, bailando con su hermana, le dejó el ojo morado tratando de dar una vuelta. Esto le aseguró que para poder bailar swing criollo necesitaría mucha práctica y ser más ágil. Sin importar lo que podía perder a cambio.
"La mamá de Rocío era muy trabajadora, no era prostituta, pero no funcionó porque perdía a las novias por andar bailando".
Hasta la fecha.
"La segunda mujer con la que me casé no baila, entonces entré en una depresión. Por la cuestión del baile hasta ahora sigo soltero. Pero uno nunca está solo, siempre tiene una pareja".
Por esto, porque Miranda comprende la importancia del baile en una relación, por muchos años se dedicó a enseñar. El swing criollo era su baile favorito porque requería de mucha rapidez mental, y así como los otros, asistía a los salones para estudiar y admirar a 'Pelusa', y de una vez se surtía de pasos para ir a practicar. Este grupo de bailarines solían vivir en pensiones cerca de los salones.
Llevaban una vida nómada que todos recuerdan con cariño. En una misma habitación dormían todos. Eran amigos y familia. Como aseguran ellos, todo era "paz y amor".
El galán coqueto
Vivió en las calles por un periodo muy oscuro de su vida. Consumía drogas de toda clase, estaba demasiado flaco, y no bailaba. Ahora vende 'tiliches' para irse defendiendo. Hace poco, se reencontró con sí mismo.
Walter Alvarado sigue estando flaco, pero esto puede ser porque se fuma un paquete diario de cigarros desde los 17 años. También puede ser porque ahora camina de 7 de la mañana a 4 de la tarde, de lunes a martes, y de jueves a lunes por San José vendiendo lotería. O puede ser porque desde muy joven baila en salones.
Tantos que todavía mantiene presente la lista: “La sodita de Guadalupe en el cruce de Moravia, el salón El Guadalupano, Las cruzadas, El Gusano, La carreta, El Pirro en San Sebastián, en Zapote Montecarlo, el Cañaberral”.
También recuerda la música que solía poner en la rocola. Este grupo de adolescentes no asistía tanto a los salones que tenían orquestas. La entrada era mucho más cara y el ambiente más señorial. Preferían los bares con cantina al frente, piso de madera, y rocola cerca de una larga mesa . En los salones, los hombres esperaban a que acabara la pieza, para pedir a una de las mejores bailarinas del swing. Eran muy cotizadas y eran muy pocas las que bailaban bien. "Era era la química de la dinámica".
"Las rocolas de aquella época era una belleza. Le poníamos una peseta o 25 centavos. Tenían música de todo, de Julio Jaramillo, Daniel Santos, Charlie Figueroa, y Benny Moré".
Walter se destacaba en su época –y sin duda alguna, en la actualidad– por su chaine. Siempre bien vestido, con buena colonia y collares de plata. Así como los otros, dejó la escuela. Pero sus padres lo ayudaban económicamente. Hoy vive en la casa donde creció, en Guadalupe, junto a su madre.
"Yo aprendí a bailar con una escoba. Yo escuchaba la cumbia o los boleros, y con la escoba hacía los pasos y soltaba la escoba y luego la agarraba, y así fui perfeccionando. Yo me inventaba los pasos, pero donde yo vi el swing bonito fue en Blue Moon. El primero que yo vi bailar, que era muy fino, fue 'Pelusa'".
Una vez que Walter se integró, comenzó a crear su propio estilo. "Todos teníamos diferente tipo de ropa pero muy similar. En ese tiempo utilizan botines de tacón cubano, de plataforma, pantalones campanas, las camisas anchas también, tipo ropa de Sandro. Además de cuello de tortuga".
"Era un hecho que yo llegaba al salón con la mejor ropita que me alcanzara".
A pesar de su buen vestir, cuando llegaba la patrulla a recoger a los "vagabundos", se iba en banda.
"De hecho, casi todos éramos vagos. Entonces llegaban a hacer limpieza; y se acababa la fiesta, el bailongo y todo. Las mujeres veían que nos íbamos, y se apagaba el vacilón, y la noche tan linda. De ahí nos pasaban a Detención General, la que estaba detrás del Registro Civil, y el que podía pagar la multa la pagaba, y sino nos decían que nos iban a acusar de vagancia".
Cuando les tocaba pasar la noche encarcelados, se armaban los bailes dentro de la celda. En ese tiempo, las mujeres eran detenidas junto a los hombres.
"Alguno se ponía a cantar y bailábamos dentro de la celda, porque era una noche triste y fría. En veces como hacíamos tanto escándalo, los policías ponían una manguera y nos echaban agua. Era una persecución muy tremenda".
Pero para Walter, ni siquiera este episodio fue tan oscuro como el que encontró en las drogas. Otra parte de la química de la dinámica era la libertad de amar.
Los hombres que asistían a los salones –específicamente ese gremio– se enamoraban impulsivamente.
Bailaban, tenían hijos, se casaban con las hermanas de los amigos. El romance fluía en el swing criollo, y acostumbrado a tener un par, cuando Walter se encontró solo, se encaminó hacia el adormecimiento total.
"Yo vivía en una oscuridad tremenda. Caí en eso por depresiones de la vida, por las mujeres que me dejaron, pero cómo no lo iba a hacer si no aportaba ni trabajaba y andaba consumiendo droga. Así que todo lo perdí".
Un día, su mismo grupo de amigos drogadictos trató de asaltarlo y casi lo matan. El susto fue definitorio para que Walter despertara.
"Ya llevo tres años de regresar a lo que siempre fue mi pasión. Volví a ser el Walter que siempre fui; a tener mi vanidad y delicadeza que siempre me destacó. Siento que resucité de lo que fui en un principio. Me encanta ver a la gente bailar, y ver esa pasión. Ir a bailar y tratar de hacer un paso nuevo. Lo lindo, lo que siempre me gustó. Eso me ha hecho de nuevo sentir esa alegría espiritual que tenía muerta dentro de mi organismo, mi corazón y mis sentimientos".
'Pelusa'
Jorge Miranda vive en Cristo Rey, allá es conocido como 'Coquito'. Pero su primer apodo, el que lo definió por décadas es 'Pelusa'. Le decían así porque siempre uso el pelo largo, y un amigo del barrio josefino lo molestaba diciendo que se le haría pelusas en las orejas.
Cuando su padrastro y su madre murieron, heredó –junto a sus hermanos–, un taller en donde arreglan lavadoras. Arriba del negocio, Miranda, de 77 años, vive acompañado por familiares.
Si algo definió a estas personas que bailaban swing de adolescentes sin preocuparse por su futuro, es eso. Su espíritu libre continúa intacto. Pero Miranda no llegó al taller por gusto. De pronto, se vio en la necesidad de enderezar su vida. Pero antes de que tomara esa decisión, "ya viejo", como asegura él, pasaron muchas otras cosas.
El baile, como al resto, le ofreció una gran escapatoria. Muy pequeño, en su hogar, hubo desintegración familiar, lo cual lo forzó a andar rodando en casas de amigos. Hasta que su madre le ofreció una casa en Paso Ancho, ahí junto a sus amigos bailarines, dormían, comían, y fumaban –en paz– marihuana.
La primera vez que entró a un salón fue en la Uruca, donde nació. "Era un saloncillo que le decían El chispero, otra cantina con el salón dentro. Ahí bailé un merengue que se llama Pega palo".
El tema de la marihuana, en aquel tiempo, se trataba distinto. Ahora todos reconocen que consumían la droga para poder inspirarse, desahogarse, "liberar la mente". Pero también reconocen que, 50 años después, no tienen vicios.
"Conocí la marihuana por una noviecilla que tenía. Pero francamente ella me engañó porque yo me acuerdo que en ese tiempo las abuelitas fumaban tabaco que compraban en el mercado y lo enrolaban con un papel amarillo, igual al del puro. Entonces una vez, ella me dijo: 'fumemos, es mi abuelita la que los compra'. Entonces la probé y me sentí de viaje como inspirado, y de ahí pasó un tiempo y seguí fumando. Como al año de esa inspiración tuve que cambiar mi estilo de baile, y en vez de hacerlo de lado, lo hice de frente".
De acuerdo con Walter, ver a 'Pelusa' bailar era todo un privilegio: "Bailaba muy fino. Era un hombre con una técnica y una personalidad. Tenía una educación. Era un maestro, un arte. Era un ballet el hombre".
Esto, evidentemente, le generó buena fama entre las mujeres. Tiene 14 hijos con tres esposas que ya murieron. Pero solo una de ellas fue su gran y último amor, Giselle Solís, conocida como 'La China'.
Se conocieron desde pequeños en las pistas de baile. Pero fueron pareja muchos años después. Durante ese lapso de soltería, 'Pelusa' se dedicó a enamorar a otras y a bailar. Siempre bailar.
En su familia, su padre era parte de un trío, y todos bailaban algo. Pero no fue hasta un domingo, de verano que 'Pelusa' llegó a su destino.
"Estaba casi oscureciendo cuando unas muchachas me invitaron a conocer El Chavarría. Un salón con rocola. Tenía como 21, 22 años. Para ese entonces, ya sabía bailar cumbia y bolero".
Después de eso, nunca más dejó de asistir a El Chavarría, y comenzó a estudiar los pasos de baile de los demás. Notó como todo estaba influenciado por Glenn Miller, pero todavía le hacía falta algo. Entonces Miranda comenzó a tomar la mano de su pareja, algo que hasta entonces, y como apuntan los testimonios de la época, nadie había hecho. Y eso se le atribuye a 'Pelusa' como una invención del swing tico.
Su estilo nació dentro de los salones de baile más antiguos de San José. Miranda solía visitar el Pérez, o el Turín. "Lo legítimo mío es el paso base, que es de frente".
A los 30 y algo, 'Pelusa' mantenía su fama y el honor de bailar swing , pero se vio un día muy viejo para andar en esas. Entonces decidió cambiar su vida. Al plan, se le unió su esposa 'La China'. Para poder lograr el cometido, Miranda llegó al taller de su familia. Cambió los trajes blancos y limpios, por ropa vieja y sucia. Pero lo logró, y poco a poco aprendió el oficio, y lo mantiene hasta la fecha.
"Mi papá siempre me decía: 'Jorge detrás de usted viene gente nueva. Cuando quiera viene a aprender y cambiar de vida'".
Y eso hizo. De día trabajaba y de noche bailaba. Era una rutina, y todo pintaba bien, hasta que el alcohol se apoderaba de 'La China'.
"Ahí comenzaron los años duros y tristes".
"El problema es que era muy brava, alcoholizada pensaba que yo tenía un romance con una vecina, y quería irse de la casa. A mí una vez casi me incendia. Pasamos como 10 años en eso. Tuve 6 hijos con ella, y a todos nos tocaba recogerla de los caños, en pleno aguacero, pleno sol. Sufrimos mucho. Al final, murió en la casa, tranquila. Entonces dejé de ir a los salones por andar cuidándola. Porque lo merecía, vieran ustedes que mujer más…".
Giselle Solís vendía chicles desde muy niña. Se fue de la casa como de 14 años. "Sufrió mucho, violaciones. Ella iba al salón en Paso Ancho, bailábamos y como amigos pasamos muchos años. Después le mataron a un marido, y al final se fue quedando conmigo y comenzamos a formar algo serio".
Durante el tiempo en que 'La China' estuvo sobria y con vida, solía acompañar a 'Pelusa' a unos recorridos que daban por San José, encerrados un carro viejo y pequeño, y algo destartalado añoraban los viejos tiempos, cuando la única razón que tenían para existir era el baile.