“No, no quiero. No me siento cómoda, por favor. Ayer fue un poco agresivo. No quiero que me toque. Por favor, no quiero hacer algo que no quiero”, y otros ruegos se le escucha decir a la modelo italiano-filipina Ambra Battilana Gutiérrez en una grabación capturada, de forma encubierta durante una investigación del Departamento de Policía de Nueva York.
Ya es de sobra conocido a quién le suplicaba la modelo y aspirante a actriz: Harvey Weinstein, el magnate de Hollywood que, tras décadas siendo uno de los productores más poderosos del mundo del entretenimiento, ha caído en desgracia luego de que decenas de mujeres lo acusaran de comportamiento inadecuado y abusivo. A la fecha, la lista asciende a 93 acusadoras; 13 de ellas lo señalan por violación.
El de Weinstein no es, ni por asomo, el primer caso de grandes jugadores de Hollywood siendo señalados por acoso o abuso sexual, pero su historia sí tiene un elemento en particular que la diferencia de las demás; un detalle que, en el gran orden de cosas, no tiene apenas importancia –no cuando se le compara a los testimonios de decenas de mujeres abusadas–, pero que a la vez funciona como una especie de hilo narrativo que atraviesa décadas de una cultura de violación en la meca del cine.
Ese elemento diferenciador es el nombre Ronan Farrow.
Durante diez meses, Farrow investigó los rumores en torno a Weinstein, desenterró documentos y entrevistó a 13 mujeres que se atrevieron a compartir sus testimonios. El reportaje de Farrow, que incluía la grabación de la modelo Battilana Gutiérrez, fue publicado el 10 de octubre anterior, en la revista The New Yorker, y junto a otro reporte del New York Times publicado un par de días antes, puso los primeros clavos en el ataúd de la carrera de Weinstein, quien es ahora un paria en el universo de fama y poder que durante décadas ayudó a construir. El mundo, de forma colectiva, repudió al magnate.
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Para Ronan Farrow fue una pequeña victoria, pero sus motivaciones no eran meramente morales sino personales. Su apellido delata: su madre fue la memorable actriz Mia Farrow. Con su padre no se habla, porque su padre es Woody Allen, el histórico cineasta quien, al tiempo que ha dirigió algunas de las mejores películas de todos los tiempos, también logró esquivar las acusaciones de abuso sexual durante años.
Los poderosos intocables
Hablar de Hollywood es hablar de fama, de obras que han maravillado al mundo durante un siglo, de cine y de dinero y de poder. Mucho menos se ha hablado, históricamente, de quienes ejercen ese poder, los titiriteros que no salen frente a la cámara sino que controlan los hilos de la industria desde sus escritorios y, sobre todo, sus billeteras.
Harvey Weinstein era, hasta hace un mes, uno de esos titiriteros; uno, por cierto, de los más influyentes en la historia del cine y el entretenimiento. Su poderío jugó en su favor, de acuerdo con casi todas las mujeres que lo han señalado en las últimas semanas. Por ejemplo, en la grabación del intercambio entre Weinstein y Battilana Gutiérrez, el productor dice que está “acostumbrado a esto”, mientras sostiene sus avances ante el rechazo de la mujer.
Su influencia y su posición en la industria lo hacían parecer intocable y todopoderoso: si una actriz se le resistía, no tendría nunca una oportunidad de perseguir su carrera en el cine; si una actriz lo acusaba, Weinstein seguramente se encargaría de que la mujer no volviera a recibir papeles importantes y su carrera quedaría en la ruina. El sistema estuvo siempre en favor de Weinstein porque él –y tantos más como él– lo controla.
“Los hombres en posiciones de poder en la mayoría de los grandes negocios –Hollywood, Wall Street, Washington y otros– se ven a sí mismos en un mundo en el que las reglas no aplican”, dijo al Los Angeles Times un productor que prefirió mantenerse anónimo.
En ello coinciden básicamente todos los testimonios de mujeres, tanto los que han aparecido en las últimas semanas como los que fueron ignorados durante décadas: el poder respalda a los perpetradores y no solo silencia a las víctimas, las extorsiona.
Avalancha de testimonios
George Clooney tenía razón.
En una entrevista reciente, el actor dijo que esperaba que el caso contra Harvey Weinstein fuera un momento parteaguas para la sociedad, “que las mujeres se sientan suficientemente seguras para hablar de estos temas, que sientan que les van a creer y que los hombres que cometen estos crímenes no se sientan seguros y sepan que si hacen estas cosas van a ser acusados, demandados, juzgados y encerrados”.
Si bien los engranajes de la justicia apenas se están moviendo, en semanas recientes se ha visto un aluvión de acusaciones y señalamientos. La lista de hombres –todos ellos en posición de poder sobre sus víctimas– acusados de comportamiento inapropiado crece prácticamente a diario.
Apenas horas antes del cierre de edición de esta revista, se conoció de una investigación realizada por el fiscal del Condado de Los Ángeles en la que cuatro mujeres acusan a Danny Masterson –Hyde en la serie That 70's show– de haberlas violado a principios de la década pasada.
Más temprano, la guionista y productora Wendy Riss Gatsiounis aseguró a la revista Variety que, en 1991, el actor Dustin Hoffman se comportó de forma inapropiada con ella; un día antes, Anna Graham Hunter publicó una columna acusando al propio Hoffman de haberla acosado en 1985, cuando la mujer tenía 17 años.
El fin de semana, el actor Kevin Spacey, estrella de la serie House of Cards, de Netflix, fue acusado por el actor Anthony Rapp de haberse propasado con él cuando Rapp tenía 14 años. Spacey emitió un comunicado en el que aseguraba haber estado borracho y no recordar el incidente; su declaración se concentró más en declarar su homosexualidad, algo que fue tomado como un intento por desviar la atención en medio de las fuertes acusaciones de días recientes.
Así, en orden cronológico inverso, la lista se extiende sin parar.
En ese viaje en el tiempo, encontraríamos a Casey Affleck, quien fue demandado por la productora Amanda White y la cinematógrafa Magdalena Gorka, de I’m still here, cinta del 2010. Affleck –hermano de Ben, quien también fue señalado por tocar los pechos de una presentadora de televisión– no tuvo problemas en ganar el Óscar a Mejor actor este año, por su papel en la película Manchester by the sea.
También toparíamos con la decena de mujeres que acusan de comportamiento inapropiado y acoso sexual al líder del mundo occidental, el presidente los Estados Unidos, Donald Trump, quien oficialmente dijo que todas esas mujeres son unas mentirosas.
Encontraríamos las muchas de acusaciones contra Bill Cosby, quien fue acusado por decenas de mujeres por acoso y abuso sexual. 35 de ellas mostraron su rostro y compartieron su testimonio en la edición del 27 de julio del 2015 de la revista New York. En la portada de dicha revista, las 35 mujeres aparecen sentadas en hileras junto a una silla vacía: la silla de la impunidad.
Más atrás, también encontraríamos, finalmente, a Woody Allen, acusado de haber abusado sexualmente de su hija adoptiva, Dylan Farrow. La primera vez que Dylan habló sobre las acciones de Allen fue en 1992, cuando se las mencionó a su madre Mia. Dylan tenía siete años.
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Ni los alegatos contra Allen de parte de su hija, ni las acusaciones contra Affleck, ni la avalancha de señalamientos y pruebas en contra de Cosby generaron, pese a todo, el punto de quiebre que sí ocasionó el caso de Harvey Weinstein.
“Hollywood tiene una larga historia de comportamiento abusivo de todo tipo, un productor tirándole el teléfono a su asistente y ese tipo de cultura de abuso y de aprovecharse de la gente”, dijo Matthew Belloni, director editorial de la revista The Hollywood Reporter, durante una entrevista con la cadena radial estadounidense NPR. “Creo que la gente en la industria se siente avergonzada de que acciones como las de Weinstein hayan sucedido durante tanto tiempo”.
Sea cual sea la razón, el cambio en las reacciones es innegable. La lista de acusaciones no crece a diario por casualidad, sino como resultado de decenas de mujeres que decidieron enfrentarse a la misma cultura de abuso de la que fueron víctimas.
El hilo que ata a Hollywood
“¿Se resistió en el momento?”.
“Un poco, pero no realmente porque...”.
“¿Porque qué?”.
“Porque tenía miedo de él”.
Así va el testimonio que ofreció Samantha Gailey al jurado durante el juicio del cineasta Roman Polanski. Gailey lo acusó de haberla violado durante una fiesta, en marzo de 1977, en casa de Jack Nicholson.
La víctima dijo que repitió varias veces a Polanski su deseo de irse a casa. Dijo que el hombre –entonces de 43 años– la besó y que ella le dijo que se detuviera y se alejara. Dijo que Polanski le arrancó su ropa interior y la penetró; cuando la niña le dijo que no tomaba anticonceptivos, Polanski la penetró analmente.
Gailey tenía 13 años.
En febrero de 1978, horas antes de recibir su sentencia, Polanski huyó a Francia. Desde entonces, ha evitado vivir en países que podrían extraditarlo a Estados Unidos.
Décadas después, en el 2009, Polanski fue detenido mientras intentaba ingresar a Suiza, donde recibiría un premio por su trayectoria en el Festival de Cine de Zurich.
El arresto causó indignación entre varios pesos pesados de Hollywood, que firmaron una petición exigiendo la liberación de Polanski. Dos nombres en particular destacan de aquella lista.
Eran Harvey Weinstein y Woody Allen.