Toda su vida estuvo muerto, por eso no podía morir. Juró destruir al mundo, cuando el fin del mundo se veía venir. Más que un demonio, fue un hombre.
El viernes 8 de agosto de 1969 “El Ángel Exterminador” ordenó dinamitar el planeta; había “llegado la hora del Helter Skelter”.
Sus “gopis” salieron en estampida hacia una lujosa mansión en la afueras de Los Ángeles, al número 10050 de Cielo Drive, y ahí se dieron un atracón de violencia y sangre, que dejó la casa como un matadero municipal y a sus cinco ocupantes hechos picadillo.
El cerebro del crimen fue un hombrecillo de 1,57 cm de alto, que pasó 47 años encerrado en una prisión de máxima seguridad en California; respondía al código B33920 y su estadía en la Prisión de Corcoran costó $2,3 millones al contribuyente gringo.
Salvo que el lector de este obituario sea un extraterrestre recién llegado a La Tierra, es innecesario aclarar que el muerto de marras es Charles Manson, fallecido plácidamente el domingo 19 de noviembre, a las 8:13 minutos de la noche, en un hospital californiano.
En caso de que nadie reclame su cuerpo y bienes, las autoridades dispondrán del cadáver sin música ni ceremonia; o tal vez lancen sus restos al mar en una urna de sal, para que sus adoradores no tengan donde rendirle pleitesía.
Aunque solo pronunciar su nombre producía taquicardia, ni siquiera su mamá –Kathleen Maddox, una prostituta de 16 años– se atrevió a llamarlo; pasó sus primeras semanas con una etiqueta que rezaba: “Sin nombre Maddox”.
La madre se casó con William Manson -–un obrero– y después, para no decirle “cosa” le endosó Charles Milles; de la conjunción de esos dos padrastros resultó Charles Manson, si bien ni la mamá ni él supieron quién lo engendró.
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El niño casi salió del vientre materno a los correccionales; a los 13 años inició una veloz seguidilla de tropelías y a los 17 dio con sus huesos en la cárcel, donde lo calificaron de “agresivamente antisocial”, aunque en otros exámenes obtuvo un cociente de inteligencia de 121, superior al 90 por ciento de la población.
Si bien el criminal peligroso es el criminal educado, Charles era un analfabeto con un don extraordinario: la fascinación. Tenía una conducta demencial, pero una personalidad influyente y magnética.
Los más íntimos lo consideraban un filósofo y los anarquistas una mente brillante. Sus axiomas eran “Yo inventé a Dios” o “No soy nadie”, y a sus visitantes les profetizaba: “Si esto es lo que es pasar dos horas conmigo, imagínate pasar dos días.” De vez en cuando usaba un dialecto, bastante coherente según sus guardianes.
Poseía talento para la guitarra, una voz chillante y compuso 20 canciones, entre ellas Ojos de un soñador y Dicen que no soy bueno. Muchas de las piezas fueron interpretadas por artistas como Guns N`Roses, y Rob Zombie.
Detrás de los barrotes se convirtió en un símbolo de la cultura pop y recibía un promedio de 50 cartas diarias, sobre todo de jovencitas.
A los 21 años se casó con Rosalie Jean Willis, una camarera, y tuvieron a Charles Manson Jr. que después se cambió a Jay White y se pegó un tiro. Nada se sabe de otro retoño que tuvo con Leona Candy Stevens, y por ahí andaba un tal Mathew Roberts, que nunca pudo probar la paternidad.
Hace cuatro años la estudiante Afton Elaine Burton aseguró que Manson y ella se habían enamorado por carta; obtuvieron un permiso para casarse pero Charles canceló la boda porque la jovencita, 53 años menor que él, solo deseaba heredar el cuerpo y exhibirlo post-morten, como si fuera el cadáver de Lenin.
Tal cosa era a todas luces imposible dado que Charles estaba convencido de que “nunca moriría, por lo que era estúpida la idea de imaginarme guardado en un cofre de vidrio.”
Manson murió un domingo, el día de “La paz de Dios”; pero el hombre que fue jueves, en realidad era: una pesadilla.