Quedará en la historia como el primer artista afroamericano que tuvo la misma popularidad dentro de la audiencia negra como con el público blanco. Su música fue capaz de conquistar por igual a las dos esferas de un Estados Unidos todavía dividido por la segregación racial, a mediados de los años cincuenta.
Fue pionero y así se lo hicieron saber los artistas posteriores que lo vieron como una fuente de inspiración, entre ellos, The Beatles, The Beach Boys y los Rolling Stones. “Si quisieran darle otro nombre al rock and roll, se llamaría Chuck Berry”, dijo alguna vez John Lennon.
Su paso del rhythm and blues al rock and roll vino acompañado de grandes aportes al género; lo condimentó con picante y con letras entretenidas que, en general, hacían alusión a su vida en St. Louis, su pueblo natal.
A una guitarra característica le sumó un movimiento de piernas que se apodó como “el caminado del pato”, y así quedó registrado en videos en blanco y negro, históricos ya.
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Se dice que su carrera también fue un ejemplo de la actitud y el estilo de vida del rock de antaño, aunque las travesuras y desaciertos económicos lo llevaron varias veces a la cárcel.
A los 29 años, después de su faceta como estilista y barbero conoció a la leyenda Muddy Watters, quien le allanó el camino para una oferta de contrato con la discográfica Chess Records.
A partir de ahí empezaron a venir los éxitos, empezando por un cover de Maybellene (1955) y Roll Over Beethoven (1956) cuyo título y letra hacían referencia a la posibilidad de que el R&B sobrepasara de la fuerza histórica de la música clásica.
Antes de que se acabara la década Berry había posicionado otros clásicos, como Rock and Roll Music y la inolvidable Johnny B. Goode, su tema más conocido para generaciones posteriores, especialmente por su inclusión en el soundtrack de la película Volver al futuro (1985).
Solo una vez llegó al número 1 en la lista de éxitos de Billboard; fue en 1972, cuando lanzó una versión en vivo del tema My Ding-a-Ling. Posteriormente su fama fue decayendo con el paso de los años, pero –a la vez– su listón de leyenda fue creciendo.
Nunca se quedó quieto: en un bar en St. Louis, Missouri, ofreció al menos un concierto mensual durante 18 años, de 1996 hasta el 2014, “Mi voz se fue, mi garganta está gastada y mis pulmones se vacían con facilidad”, dijo poco antes de dar sus últimas presentaciones.
Desde 1979 el planeta Tierra no escuchaba un álbum nuevo con música suya hasta que salió el disco Chuck, en junio de este año, poco después de que falleció tras nueves décadas de vida. Fue su carta de despedida, un epitafio musical a una larga carrera en la que interpretó música influyente y socialmente estremecedora.
Con el deceso de la quintaescencia del rock and roll, el género perdió a la última gema de una generación dorada, aquella que derrumbó las barreras raciales a punta de una guitarra de sonido crujiente y una brillante sonrisa decorada por un fino bigote que se movía de manera divertida mientras cantaba “Go Johnny go go…”.