Liu Xiaobo no podía tener una tumba. El preso político más famoso del mundo había sucumbido finalmente ante un cáncer de hígado. Ahora llegaba el momento de deshacerse de él. Con sus cenizas esparcidas en el mar se diluiría su última amenaza: una tumba que, en su silente gravedad, se convirtiera en sitio de peregrinaje para los disidentes chinos. Pero ahora el mar hablaba por él.
Algunas veces, encerrar a un opositor es darle un megáfono más poderoso que cualquier ejército. Eso le pasó al gobierno de China con Liu Xiaobo, un intelectual cuya voz modesta se convirtió en uno de los más clamorosos llamados por un cambio en el país más populoso del mundo, regido enteramente por el Partido Comunista desde 1949.
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Contra ese pensamiento único, Liu Xiaobo dirigió sus más agudos dardos desde los años 80, cuando adquirió fama internacional como académico, crítico literario y poeta. En julio de 1989, como para el resto de China, ocurrió el “gran quiebre” en su vida: la brutal supresión de la plaza de Tiananmen, en Beijing, que buscó silenciar la oposición al gobierno pero que, a lo largo de los años, se ha convertido en el motor de la disidencia.
Liu Xiaobo fue encarcelado por primera vez de 1989 a 1991; volvió a prisión en 1995 por un año y, en 1996, por tres años más. Su campaña giraba en torno a la libertad de expresión: sin el derecho a debatir y disentir, argumentaba, era imposible seguir adelante en China.
En el 2009, llegó el último arresto de Xiaobo. Tras ayudar a redactar y difundir la Carta 08, un documento que llamaba al fin del partido único en China, fue sentenciado a 11 años tras las rejas por “incitar a la subversión contra el poder estatal”. Ahora sí, el gobierno quería a Liu Xiaobo lejos del micrófono. A su esposa, la poeta Liu Xia, también, y fue encarcelada. Su casa fue allanada. Sus papeles desaparecieron.
El nuevo arresto le dio un megáfono al disidente. En el 2010, recibió el Premio Nobel de la Paz.
“Con el fin de ejercer el derecho a la libertad de expresión conferida por la Constitución, uno debería cumplir con su responsabilidad social de un ciudadano chino. No hay nada criminal en lo que hecho. Pero si se presentan cargos contra mí por este motivo, no tengo quejas”, declaró al aceptar el galardón, desde prisión.
Su cuerpo se quebró. El cáncer, al final, terminó por silenciarlo. Aunque quizá ahora hable con más fuerza.