Sentarse a ver la Cruz de Alajuelita, desde el corredor de su casa, era un placer para él. Incluso cuando los árboles del lote de su vecino Uriel Badilla le oscurecían el paisaje los mandaba a podar.
Tenía 6 años, allá por 1933, cuando se construyó la emblemática Cruz enclavada en el cerro San Miguel. Desde entonces quedó fascinado con ella.
Esos momentos de contemplación le daban mucha paz e inspiración, los cuales acompañaron a don Otto Vargas, el maestro, hasta los últimos días en su tierra, su cantón-cantón, la tierra del chinchiví.
El hijo predilecto de Alajuelita, uno de los grandes de este país, también compositor y enorme saxofonista, dejó su ombligo, su alma, su espíritu y un gran vacío en Alajuelita, en Tiquicia, y en el mundo de la música con su partida el 3 de febrero de este 2017 que ya agoniza.
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Se marchó a los 89 años dejándonos una gran herencia musical. A los seguidores del Club Sport Herediano les regaló la música del famoso tema Ninguno pudo con él, letra escrita por el periodista Javier Rojas González.
Don Otto amó siempre al que fuera un pintoresco cantón, un pueblito chiquitico al sur de la capital, como lo describe el desaparecido cantante Antonio Zavala en su canción Alajuelita, tema grabado con Sus Diamantes. Este es un himno, un homenaje a una tierra de la que han brotado músicos excepcionales como Lalo Rojas, primo de don Otto; Lan Badilla, Carlos Rojas, más conocido como Rojitas, fallecido el 4 de mayo de este año, uno de los mejores trompetistas que he conocido y quien nunca quiso agarrar el asunto en serio porque se hubiera perdido de vista.
Pero Alajuelita, aquella Alajuelita, también adoptó a otros grandes de la música como Alexis Gamboa, líder de Pura Vida. Alex y su hermano Talí, puriscaleños de cepa que parecían nacidos en Alajuelita le dieron vida al famoso trío Los Millonarios, y sacudieron las paredes de la Cosa Nostra, recordado bar que funcionó en un casota de paredes de adobe. Sus mejores años también los vivieron en este cantón los legendarios rockeros Hermanos Vargas, quienes llegaron desde San Ramón, tierra de poetas y que también disputa con Alajuelita la creación del chinchiví.
Sin embargo, con don Otto, siempre elegante, bien vestido, y un verdadero come años porque nunca aparentó su edad, se rompió el molde porque él fue un visionario que fundó la Fabulosa de Otto Vargas, con la que alternó con famosos grupos como la Billo’s Caracas Boys, de Venezuela, cuando ese gran país producía talento a montones y aún no habían aparecido ni los Hugo Chávez ni los Nicolás Maduro.
De Alajuelita el maestro saltó a Los Ángeles, Nueva York, Nueva Orleans; toda Centroamérica, parte del Caribe pero siempre regresaba a su querida tierra a pesar de que en sus últimos 30 años de vida vio como su linda Alajuelita, también mi Alajuelita, se nos empezó a ir entre los dedos.
Nunca la quiso abandonar porque sus pensamientos seguían aferrados a aquel pueblito de ríos limpios, de extensos cafetales, hermosos potreros, el pedacito de tierra que se convertía en el corazón de todo San José con las mejores fiestas, en enero, en honor a San Cristo de Esquipulas.
Los festejos populares de hoy en Zapote son un remedo de aquellas celebraciones a las que llegaban visitantes hasta desde Guanacaste en sus carretas jaladas por yuntas de bueyes, que en mi niñez me parecían gigantescas.
Don Otto amó esa tierra que abastecía de frutas, verduras, legumbres, trastos de losa... de todo, a los capitalinos. Los alajueliteños sacaban a pie sus productos en carretas, carretillos, caballos, carretones hacia el corazón de la capital. En medio de esa gente humilde y trabajadora él empezaba a sonar porque era imposible que el niño de diez años pasara inadvertido con su saxofón.
Sin embargo ese pintoresco pueblo apacible, trabajador, creativo empezó a despintarse cuando políticos colmilludos y pésimos dirigentes municipales convirtieron la bella hacienda la Verbena, entre San Felipe de Alajuelita y Escazú, en caseríos sin ninguna planificación, en Riteve, en delincuencia. El verdor se cambió por cemento, por drogas, se derribaron cientos de árboles de pino que convertían aquella calle en un extenso y hermoso túnel verde.
Esta ya no era su Alajuelita, nuestra Alajuelita. 573 denuncias por diversos delitos se registran este año en todo el cantón, según datos del OIJ. Tachas, asaltos a peatones y casas, a edificios, robos, son cosa común.
El día que más delitos ocurren en la tierra que vio tanto talento crecer son los jueves, y se registran 21 homicidios, 18 hombres y 3 mujeres asesinados este año. Al leer estas líneas las cifras deben haber crecido.
Según el índice de desarrollo humano, aquella tierra que era la huerta de las familias pudientes del centro de San José, hoy ocupa el lugar 73, entre 81 cantones. A pesar de esta dura realidad don Otto siguió enamorado de Alajuelita, nostálgico, tocando, componiendo.
“Esta es mi casa, esta es mi tierra”, les decía a sus hijos Cecilia, a quien bautizó en honor a Santa Cecilia patrona de los músicos; tampoco le hizo caso a Maribel, ni a su hijo menor el periodista Otto Vargas Masís, cuando le pedían dejar el cantón.
Ese era don Otto Vargas, un enamorado de la música y de su tierra, quien sigue vivo gracias a su enorme obra y a la visión de Carlos Gutiérrez, Pitusa, quien con su grupo La Solución lo revive en el escenario porque interpreta montones de arreglos musicales con los que el maestro le enriquecía el repertorio... Cuando bebí un domingo chinchiví, yo comprendí que nunca más me iría de allí...