Nació el 14 de Octubre de 1927 y, aunque se llamaba Sir Roger George Moore, todos ansiaban escucharle decir el nombre que le hizo famoso: levantando una ceja de su rostro magnético y como una invitación a una de sus siete aventuras que lo llevó a salvar al mundo, con mucha clase y elegancia mientras todos, malhechores y audiencia contenían la respiración, se presentaba, diciendo: “My name is Bond. James Bond” (“Mi nombre es Bond. James Bond”). A todos nos convenció de su autenticidad.
Una conocida anécdota lo demuestra: estando en un aeropuerto, un niño lo reconoció y le pidió a su abuelo que le acompañara a pedirle su autógrafo. Al principio el niño quedó desconcertado con lo que él escribió: “Con mis mejores deseos, Roger Moore”. El niño dijo a su abuelo que regresaran porque ese no era su nombre, sino “James Bond”. Al hacerle la observación a Moore, su brillante respuesta lo hizo sentirse el niño más feliz del mundo: “He tenido que firmar como Roger Moore porque si no… Blofeld –El villano de Spectre– podría localizarme”. El niño se convertía en ese momento en cómplice y protector del famoso espía.
Después de ser dibujante de animación y capitán del ejército inglés en la II Guerra Mundial y luego de varios trabajos menores como actor, el primer éxito llegó en 1957 con la serie Ivanhoe, seguido por El Santo (1962 a 1969), interpretando a Simón Témplar, el inolvidable personaje que rompió con todos los moldes en la TV. Además de atrapar el interés de adolescentes y adultos, el efecto de la grata personalidad de Simón Témplar se incrementó porque la serie permitía que, al iniciar cada uno de sus 118 capítulos, él se dirigiera al público, anticipándoles pistas de lo que estaban por ver. El mismo esquema usaba Alfred Hitchcock en su serie, sólo que no hay duda sobre quién atraía más.
Su estilo desenfadado anticipaba el carácter que luego daría al legendario 007, mientras estuvo en su piel. Témplar, el personaje principal en El Santo, era encantador y muchos deseaban ser como él: tenía autos veloces, chicas hermosas, aventuras emocionantes, el dinero no faltaba y su loable satisfacción era combatir el mal. Pero había una diferencia importante en la personalidad de El Santo que Moore aportaría luego a James Bond: como 007, su estilo no dependía de su físico, menos atlético que el de Sean Connery o Daniel Craig. Era elegante, refinado, cortés y con mucha clase. En él se explicaba sus preferencias: Un buen martini debía ser Shaken, not stirred (Agitado… no mezclado). Era un seductor pero, sobre todo, un caballero.
En su vida privada, casi como Bond, también hubo muchas mujeres. A los 42 años, justo al terminar su etapa como El Santo, había terminado también su matrimonio con Doorn van Steyn (1946 a 1953) y luego con Dorothy Squires (1953 a 1968), dos de las cuatro esposas que tendría.
Luego de que Sean Connery, el primer gran ícono del agente 007, cumplió con su inolvidable etapa (1962 – 1971), los estudios ofrecieron a Roger Moore el papel al que le aportaría más elegancia que testosterona, y en 1973 empezó su era con Vive y deja morir, seguido en 1974 por El hombre con la pistola de oro, La espía que me amó en 1977, Moonraker (1979), Solo para sus ojos (1981), Octopussy (1983) y en 1985, su última película En la mira de los asesinos. Para entonces tenía ya 57 años y con su típico buen humor decía que tenía 400 años de más para el papel que entonces abandonaba. Este período, el de mayor brillo de su carrera, lo compartió con su tercera esposa Luisa Mattioli, con quien estuvo casado 31 años (1969-2000).
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Con su cuarta esposa Kristina Tholstrup (2002 – 2017) vivió la última etapa de una espectacular vida. Respetado y admirado por sus compañeros de reparto, incluidas las llamadas “Chicas Bond”, su buen sentido del humor y generosidad prontamente les hacía sentirse cómodos en las filmaciones. Pese a su imagen de seductor, se consideraba muy tímido y nunca abusó de su posición para robar favores de las bellas actrices que le rodeaban. Como Bond, fue lanzado sin paracaídas de aviones, se enfrentó a Jaws, a tiburones, anacondas, bombas atómicas y a todos venció. El pasado 23 de mayo libró su última batalla, después de haber recibido especiales distinciones, entre ellas, Caballero de la Orden del Imperio Británico, Embajador de Buena Voluntad de la UNICEF y Comendador de las Artes y las Letras presentado por Francia.