Todo empezó cuando su tema Refugee hizo su magia y quedé enganchado sin esperarlo. Se requieren de ciertos momentos y estados de ánimo que hacen que una canción o un buen libro hagan esa conexión con nosotros y nos cambie la vida y Tom Petty lo logró ese día. Era la banda de sonido perfecta para ese “bicho raro” del cole que era yo, antena pararrayos del bullying por preferir leer a los partidos de fútbol o escuchar un disco de The Cure, The Beatles o Black Sabbath a la canción de moda.
Y entonces empezó un recorrido que no ha tenido vuelta atrás. A partir de ahí nos hicimos compas, a partir de ahí tuve el atrevimiento de decirle el macho Petty porque en lo profundo sabía que teniéndole confianza podía contar con él para cuando un mal día o un corazón roto me pusieran por los suelos y necesitara de algún impulso para volverme a levantar una vez más.
LEA MÁS: Representante de Tom Petty confirma fallecimiento del cantante
Siempre confiable, me inspiró cuando en un punto de mi vida decidí empezar a hacer trillo como músico con mis distintas bandas. Sus canciones fueron indispensables cuando me animé a empuñar una guitarra y me dieron el valor suficiente para subirme a un escenario a cantar ante un público.
Como buenos amigos del alma diferentes momentos de la vida hicieron que nos separáramos por ratos para volver a encontrarnos otra vez. Y así seguimos por años, con la tranquilidad de saber que Tom siempre iba a estar ahí. Nunca nos percatamos que nuestros ídolos son seres humanos como cualquier otro, que tienen sus días buenos y malos, que tienen otra vida más allá de los flashes, que sufren, que envejecen, que se enferman.
La tarde cualquiera de un domingo de este 2017 de repente la noticia: Tom Petty se encontraba en coma luego de haber sido encontrado en su casa inconsciente, víctima de un paro cardiorrespiratorio. Otro más de mis músicos se preparaba para dejarnos. ¿Con qué derecho entra a la sala de abordaje para intentar ir detrás de Bowie, de Lemmy, de Cerati, de Spinetta, de Cohen? Como con la familia y las amistades, a veces los damos por sentados porque sabemos que están ahí, porque creemos que nada les pasará, porque tenemos la arrogancia de pensar que el tiempo y la vida los tendrán siempre a nuestro lado pero en el instante en que amenazan con irse entramos en pánico y no los queremos soltar. No quedaba nada más que encender una vela y esperar lo mejor.
Todo fue en vano. El lunes 2 de octubre el macho Petty, barbudo, con arrugas, con heridas de guerra de mil y un escenarios, viejo y sabio como un buen whiskie bourbon en las rocas e impregnado del blues y rock and roll del bueno, de ese que huele a carretera, a madrugada, a tarima, y cuya última ambición era dejar descansar sus guitarras y ser abuelo a tiempo completo, se nos escapó de este mundo.
Y sí, esa misma noche derramé lágrimas y como buen amigo le dí las gracias por todo con un trago de Bourbon en las rocas y cantando en voz baja Time to Move On, la canción de Petty que se ha convertido en mi mantra para cuando hay que salirse de la zona de confort, para cuando hay que tener esperanza porque todo está jodido y en crisis a nuestro alrededor y lo más importante y valioso: para cuando ya es hora de saber dejar ir. It’s time to move on/ it’s time to get going/ What lies ahead, I have no way of knowing/ but under my feet, baby, grass is growing. (Es hora de continuar, es hora de seguir adelante/Lo que nos espera, no tengo manera de saberlo/pero bajo mis pies, nena, el pasto está creciendo.)