Su rostro serio no solía cambiar; el bajo tono de voz que complicaba descifrar sus palabras aumentó en algunos momentos, casi dando la impresión de ser un malhumorado.
Durante su periplo por el país, Benito Floro siempre fue un hombre de pocas sonrisas. La primera, la apreciamos en todo su esplendor el 26 de diciembre del 2016, cuando arribó al Aeropuerto Juan Santamaría, con el país envuelto aún en aires navideños, y fue recibido en ese momento como la gran esperanza de salvamento para un Alajuelense que, con la historia de Benito ya finiquitada, aún sigue sumido en un mar de dudas.
Ahora bien, su estilo parco a la hora de dirigir y conversar con la prensa, es solo eso, su estilo. Incluso, una vez que terminaba de dirigir un partido, se le podía apreciar desde lejos sonriente y distendido, a pesar de que rara vez los números de su equipo jugaran a su favor.
Sus allegados dentro y fuera del ámbito futbolístico en el país, lo confirman. Varias fuentes comentaron lo mismo: “Tiene un gran sentido del humor”. “Es una persona jovial”. “En la mesa es el que pone los chistes”. “Uno se muere de risa cuando está con él”, nos contaron.
Pero ya se sabe que las apariencias engañan y la nube negra que cubrió su estadía en el banquillo liguista, en cuanto a resultados, tampoco le granjeaba simpatías ni de rojinegros ni de la mayor parte de la afición. Soso, lo habrían percibido muchos.
Eso sí, llegó a sacar el torete que lleva dentro en varias oportunidades, sobre todo cuando los dardos de los periodistas insistían en su salida del equipo o reparaban en las cláusulas de su contrato.
En un proyecto en el que no logró cumplir ni el 30% del plazo trazado (tres años), tuvo pocas emociones, o al menos la mayoría del tiempo las vivió sin evidenciarlas.
No le gustaba dejar nada al azar, incluso previo a las conferencias de prensa estudiaba con Ferlin Fuentes, encargado de comunicación alajuelense, cuál sería un posible escenario y ante qué preguntas se enfrentaría.
“Es una persona con un gran dominio del momento, con ecuanimidad para intentar llevar adelante lo que en ese momento podría llamarse un problema”, afirma Alejandro Villegas, preparador físico de la Liga y amigo cercano.
Ninguna persona consultada se atreve a decir si el estratega se fue triste o desilusionado del país, pero sí saben que a sus 65 años, la experiencia florece en escenarios de tensión.
Su primera pasión es enseñar
El peso de su currículo, aunque añejo, lo hizo cobrar altas sumas de dinero, pero también transmitir uno que otro aprendizaje o consejo sobre la gramilla del Morera Soto.
Alejandro Villegas lo define como un pedagogo del fútbol. “Muchas veces lo vi en la cancha quitándose un taco y quedando en media, o sin media, para explicarle al jugador como poner los pies, cómo poner el arco...”.
Esa siempre ha sido su preferencia: ser un formador. Ya lo había reconocido a este diario en 1996, cuando La Nación le hizo una entrevista porque sonaba como candidato para dirigir a la Selección Nacional.
“El fútbol es la mayor motivación de mi vida y mi otra profesión es la de profesor de escuela. Por eso me encanta enseñar al futbolista joven... esa es mi mayor vocación”.
Durante este tiempo nada cambió. Su entorno gira alrededor de ello, en su casa dedica horas al estudio y edición de videos. Cuando lo ocupa otra actividad, se olvida por completo de la pelota, sobre todo si se refiere a música o gastronomía.
Floro no traslada el trabajo a sus conversaciones. Irónicamente, habla poco de fútbol.
Cuando no estaba dirigiendo, leyendo un libro o cocinando para él y sus invitados, era fácil encontrarlo en el restaurante Como en Casa, en Alajuela.
Ese fue su lugar favorito para comer un salmón, el plato que más le solicitó a Cristina Gutiérrez, la propietaria del establecimiento.
Uno de sus placeres es disfrutar de la buena comida, pero sin excesos. Su físico delata los hábitos alimenticios.
La carne no está dentro de su dieta; nunca solicitó un postre, pero la porción de chocolate negro y la taza de té de manzanilla eran infaltables después de comer.
Durante muchas de esas cenas sonó el flamenco ante su petición y de esta danza podía conversar por horas.
La última vez que regresó a ese restaurante lo hizo para despedirse, porque el empedrado camino en Alajuelense llegó a un final tan esperado como necesario.
No era difícil de presentirlo, aunque él no mencionó palabra alguna al respecto, y fue hasta ese lunes, cuando llegó a un arreglo con la Liga, que empezó a despedirse.
“Al rato de haber tomado una decisión me llamó y me dijo: ‘Ya no voy más, se terminó”’, recuerda Villegas.
A casi cuatro meses desde esa llamada, no olvida Costa Rica. A 8.700 kilómetros de distancia conserva el vínculo que empezó hace más de 20 años atrás.
Su amistad con los exporteros Gabelo Conejo y Frank Carillo siempre lo mantuvieron ligado al país y las nuevas relaciones creadas durante su estadía en el 2017 lo reforzaron.
Desde Silla, Valencia, ciudad donde permanece al lado de su esposa y disfruta de la etapa como abuelo, ha consultado por los colores rojinegros y por la Selección Nacional.
“Siempre hablamos y pregunta cómo le va (al equipo)”, cuenta Villegas.
Él asegura que el estratega guarda cariño por el club del que salió luego de ocho meses sin encontrar los resultados esperados, lleno de críticas y con un sinfín de cuestionamientos por su salario.
De eso no quería saber más. Para esta reseña no aceptó ser entrevistado. Dentro de su código dice tener una regla de no hablar sobre los equipos en los que ya no está, según me hizo saber mediante un mensaje de WhatsApp.
Por esa misma vía le dijo a Juan Vicente Carvajal, su amigo y agente de jugadores, sentirse feliz por la clasificación de la Tricolor al Mundial 2018.
“Me pidió que le transmitiera un saludo y felicitación a Óscar Ramírez”, recordó Carvajal.
Probablemente ese interés demuestre que el paso turbulento de técnico y director deportivo estuvo lejos de su estancia en un país que se le hizo familiar en poco tiempo.