El 9 de agosto de este año, el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica publicó resultados atípicos. Tras hacer una consulta telefónica a 1.018 personas distribuidas por todo el territorio nacional, el CIEP concluyó que el 37,1% de los encuestados calificaron de buena o muy buena –y solo 29,8% de mala o muy mala– la labor del cuadragesimosétimo presidente de la República, Luis Guillermo Solís Rivera.
Los resultados no eran normales; no, en todo caso, si se les comparaba con los números que Solís había arrastrado a lo largo de su administración. El presidente, que llegó al poder tras una victoria contundente ante Johnny Araya, del Partido Liberación Nacional, aprendió muy rápido que la popularidad es frágil. Tras iniciar labores con un índice de aprobación de alrededor de 40%, sus números se desplomaron continuamente: para finales del 2015, menos del 20% de los encuestados le daban una calificación favorable.
Quizás fue la respuesta natural ante las expectativas: 1.300.000 personas le dieron a Solís su voto en abril del 2014, en la segunda ronda frente a Araya, pese a que solo unos meses antes, ni siquiera sabían quién era el entonces candidato del Partido Acción Ciudadana. El 2013 acabó y el 2014 inició con apenas algunas posibilidades de obligar a una segunda ronda ante el PLN.
Sin embargo, 127 días después, ante un Estadio Nacional al tope y un país pendiente vía televisiva, digital y radial, Solís juró ante el pabellón y la Constitución y se convirtió en Presidente. Casi desde ese momento, con nombramientos polémicos en puestos clave en el Poder Ejecutivo –sobre todo Melvin Jiménez, como ministro de la Presidencia, y Mariano Figueres, como director de la Dirección de Inteligencia y Seguridad–, la popularidad de Solís comenzó a mermar y sus números de aprobación se desinflaron.
La administración Solís Rivera tuvo que esperar 1.189 días, entre el traspaso de poderes del 8 de mayo del 2014 y el 9 de agosto del 2017, fecha de publicación de la encuesta del CIEP, para volver a tener más calificaciones buenas que malas entre la población.
16 días después, Juan Carlos Bolaños admitió haber asistido a varias reuniones en Casa Presidencial, y Costa Rica –y, con ella, la administración Solís– dejó de ser la misma.
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En el despacho de Luis Guillermo Solís, en Casa Presidencial, hay una fotografía enmarcada que recuerda el día de su juramentación: abrazado por su padre mientras uno de sus hijos sonríe atrás; la banda tricolor abraza el tórax del presidente. Fue, dice, el momento más emotivo de su labor.
En aquel momento, Solís no podía imaginar cómo concluiría su gobierno. Predecir el futuro es difícil en cualquier profesión, pero más todavía en una tan volátil como la política. Por ello, cuenta, tiene, detrás de su escritorio, un retrato de José María Castro Madriz, último Jefe de Estado y primer Presidente de la República.
“La tengo ahí para recordar la magnitud de la responsabilidad que asumí. Sentarse en la silla del Presidente tiene implicaciones de muchísimo peso, y plantea a quien la ocupa profundas reflexiones de hacia dónde quiere llegar uno, pero en ese momento no podía imaginar para dónde iba”.
Es lógico. Solís no podía adivinar los desastres naturales, las crisis políticas, los choques con la opinión pública y con los otros poderes , los escándalos a los que se tendría que enfrentar incluso ahora, en el ocaso de su administración. Pese a las circunstancias, sin embargo, asegura sentirse contento y agradecido con lo que su equipo y él han logrado.
Su alegría se fundamenta, sobre todo, en las dificultades: le tocó gobernar en situaciones que, dice, no han sido sencillas. Cita la ausencia de un plan fiscal, la minoría legislativa, la curva de aprendizaje a la que debió enfrentarse buena parte de su gabinete, inexperto en el ejercicio del poder y con una expectativa nacional muy grande “después de décadas de parálisis y retrocesos”.
“En ese conjunto de condiciones, haber conseguido lo que se logró en términos de reactivación de la obra pública, infraestructura escolar, atención a acueductos, estabilidad macroeconómica en un contexto latinoamericano contracturado, crecimiento del turismo, lucha contra la desigualdad y la pobreza; y haber logrado colocar al país, en medio de esas circunstancias, un poco más adelante de manera tal que la próxima administración sea mejor que esta, y el próximo Presidente sea mejor que yo, a mí me produce una gran alegría”, dice.
Admite que no se ha logrado todo, “pero hay mucho encaminado”.
Admite también que, en la coyuntura actual, cuando los tres Poderes de la República están siendo investigados por vínculos a uno de los casos de corrupción más explosivos que se recuerden en el país, puede sonar extraño hablar de alegría y agradecimiento.
Al momento de nuestra entrevista, a mediados de noviembre, Solís venía bajando de una avioneta que lo trasladó de Liberia a Pavas, y de un carro que lo llevó de Pavas a Zapote. Su gira por el Pacífico norte tenía como objetivo visitar el Mercado Regional Chorotega, uno de los tres mercados regionales diseñados por su administración, y que se terminará en once meses.
Eso, cuenta, le llena el corazón de alegría. Cita también los avances en la Ruta 257 –que conecta la Ruta 32 con Moín y, eventualmente, con el nuevo muelle de APM Terminals–, la construcción de la nueva escuela de La Carpio, el centro de convenciones del propio Mercado Chorotega, previsto para inaugurarse en abril.
“Cuando yo miro eso y lo coloco a la par de los errores que hemos cometido y de las críticas que hemos recibido, que son absolutamente válidas también, yo me siento satisfecho”, dice.
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Recién llegado a Casa Presidencial, hace tres años y medio, Solís dijo haber encontrado una cancha embarrialada, que entorpecía el trabajo de su gabinete. Ahora, dice, “la cancha está mucho más pareja, en mejores condiciones, pero hay lugares donde los desafíos siguen siendo mayúsculos, que tienen que ver con la estructura del estado costarricense y la cultura política nacional”.
Solís tiende a explicarse con ejemplos. Esta vez cita la dificultad con que topó para simplificar trámites que faciliten la cotidianidad de la gente. Sucede incluso en cosas sencillas, dice, como eliminar la solicitud de copias de cédula de identidad para trámites en el sector público, el carné de la Caja Costarricense del Seguro Social o la orden patronal. “O la incapacidad que tenemos de atender con un simple formulario el acuerdo que tiene el Instituto Nacional de Seguros con las aseguradoras para que cuando haya un choque pequeño, que no implica heridos, usted corre el carro, intercambia formularios, firma y ya está”.
La maraña administrativa es un mal de la función pública. Es absurda, dice Solís, la necesidad de que un Presidente deba entrar con un machete a intentar desenredar esa maraña porque, si no lo hace, no sale una obra en particular. “Es un problema que no se resuelve sino desde una reforma del Estado mucho más profunda, que yo no tenía la capacidad ni el tiempo para llevar a cabo, y que tampoco prometí”. Asegura que la tentación de las instituciones públicas de trabajar como estancos ha sido un grave problema.
Espera, eso sí, en su intención de dejar la cancha mejor de como la encontró, dejar resuelto lo que califica el INRI de su administración, y una de las propuestas más polémicas y menos populares de su administración: el plan fiscal.
“Es increíble que tengamos la carga fiscal de un país africano. Si el plan fiscal no se aprueba antes del 8 de mayo, la próxima administración va a pasar momentos de suma dificultad. La gente sigue pidiendo como si estuviéramos en capacidad, pero no hay plata ni capacidad para pedir plata”.
Es claro que no todo es satisfacción para el presidente. Todavía arrastra un número de frustraciones que tienen que ver con el entrabamiento que produce un sistema político disfuncional; virtuoso en muchas cosas, dice, pero al tiempo muy disfuncional. Numera la incapacidad de articular y facilitar procesos, y la burocracia autorreferente.
“Tengo historias de burócratas que casi han llegado a decirme ‘sabe qué, usted ya ahorita se va y yo me quedo, así que nada de caritas’. Es una arrogancia de cuadros medios que no siempre actúan de buena fe, que obstaculizan con el fin de ejercer poder”.
La frustración no es exclusiva a ninguna escala; Solís asegura topar con ella en todos los ámbitos de la función ejecutiva, desde la gestión de trámites cotidianos hasta temas más grandes como la realización de obra pública.
“Que nos paren una carretera con un recurso de amparo porque hay 17 árboles a la par de un camino, cuando podríamos replantar esos árboles multiplicados por 500, me frustra. No es la carretera, es lo que la carretera significa para quienes podrían beneficiarse con ella”, asegura.
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En Casa Presidencial se siente un ligero aire de nostalgia. El inicio de la carrera electoral significa, también, el principio del fin de la actual administración. Solís no piensa continuar su carrera política. Se abraza a la posición que sostuvo desde que se planteó ser candidato: la presidencia es el principio y el final. El profesor de Historia que lleva a flor de piel ya vislumbra el regreso a las aulas, a la docencia.
La perspectiva de concluir su proyecto político evoca una mezcla de sensaciones en Solís, el presidente y funcionario, y Solís, el ser humano. Siente un profundo agradecimiento con el pueblo que lo escogió y le dio el que, dice, es el más alto honor que se le puede brindar a un ciudadano costarricense. Cuenta, también, que el cansancio físico es inevitable, que hay más libras y menos pelo –y el que todavía tiene está mucho más gris que antes–, que se mezcla con la sensación de satisfacción que mencionaba antes.
“Como persona, me siento más equilibrado. He aprendido a manejar mucho mejor mis sentimiento, a no dejarme avasallar por momentos de desánimo, que los hay”. Agrega que se siente más cercano que nunca a su pareja y a su familia, contrario a lo previsible. “Nunca dejé de verme con mis hijos los domingos para cocinarles”.
Sabe, también, que eso poco le interesa a la opinión pública. Sabe que es él quien debe responder por los yerros de su administración, sean o no su responsabilidad directa. Solís es, a fin de cuentas, el rostro del gobierno, para bien y para mal. Aceptar un cargo ejecutivo involucra, también, asumir, por definición, lo bueno y lo malo de la gestión.
“Soy el primer servidor de los costarricenses. A mí me escogieron para resolver problemas, no para justificar por qué no los logré resolver”, asegura. “Por tanto, la responsabilidad, con razón o no, es mía”.
Solís apunta a tener humildad para asumir los errores cometidos, magnanimidad para aceptar algunos de los que no cometió pero que se le atribuyen, y entender que los logros de la administración son de un equipo “y que el presidente tiene una posibilidad limitada de incidir en esos logros. Me siento contento de no haber ignorado mi responsabilidad. La vida, no solo la política, es todo: logros y fracasos”.
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En mayo del 2014, durante su discurso de toma de posesión, Solís prometió transparencia. “Deseo que el Gobierno –empezando por el propio Despacho presidencial– funcione como una gran vitrina o ‘casa de cristal’, que permita al ciudadano examinar y escrutar el desempeño de quienes administramos el Estados”, dijo aquella vez.
Tres años y medio más tarde, Solís asegura que se han hecho grandes esfuerzos por garantizar la claridad que prometió. Dice que ha dado cuenta de presupuestos, de viajes, de agendas, alimentación, salarios, pensiones; medidas que van desde lo más grande hasta lo más pequeño, como los folios del control de ingreso a Casa Presidencial.
“Me cuesta imaginar cosas que no se hayan colocado en clave pública. Yo no me puedo imaginar qué se escondió, nunca hubo orden de ocultar nada”, asegura.
Sin embargo, el clima de decepción política que se respira en el país responde, en parte, a hechos sucedidos precisamente en Casa Presidencial; las siete reuniones que el empresario Juan Carlos Bolaños, eje del escándalo por el cemento chino, sostuvo allí –Solís solo estuvo presente en una, de acuerdo con las declaraciones que el presidente dio a la comisión legislativa que investiga el caso– hicieron que una sombra se posara sobre Zapote y sobre Solís.
“Hay justificación para que la gente esté indignada con el tema del cemento. Yo también lo estaría”, dice Solís, a quien se le señala sobre todo por su pasividad ante los graves señalamientos hacia personas en sus círculos más cercanos en su gabinete. Sostiene que su posición es favorable a las investigaciones judiciales, que institucionalizar esos procesos es el camino a seguir.
“He tomado decisiones con serenidad, algo que alguna gente confunde con pasividad. Tengo un talante reflexivo, no soy un presidente impulsivo. No disparo desde la cartuchera”, se defiende. Agrega que, en su opinión, la buena política es una que basa decisiones en la reflexión y el cuidado, y no en el impulso o las presiones sociales; algo que, en tiempos de justificada desconfianza hacia las instituciones, resulta complicado.
“Estoy a favor de la apertura del duopolio del cemento. Si se cometieron errores en el diseño de esa política, deben ser las instituciones judiciales quienes resuelvan, investiguen y señalen a las personas responsables, y si esto cae sobre mi administración, seré yo quien atienda esos señalamientos, pero tiene que haber prueba fehaciente”.
Su posición es la defensa del estado de derecho y de los principios fundamentales de la legalidad; entre estos, sí, la presunción de inocencia. Está consciente, también, de que eso podría tomarse como complicidad y responsabilidad en el escándalo, pero eso no le quita el sueño.
“El caso del cemento es un tema central en el debate nacional, y ha afectado la imagen del gobierno y del Presidente”, reconoce. “He señalado que quienes hayan podido tomar ventaja de mi confianza actuaron de forma imprudente y pudieron haber cometido ilegalidades. Ya veremos. Pero no creo que ese factor deba opacar el legado de la administración”.
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El periodista estadounidense Chuck Klosterman tiene una teoría. Dice que a la gente se le recuerda por sus múltiples éxitos pero los define su mayor fracaso. Que a Michael Jackson, por ejemplo, se le recuerda por sus canciones, pero lo define el complejo de Peter Pan y los rumores de pedofilia que lo persiguen aún después de la muerte.
Para Luis Guillermo Solís, no es tan fácil determinar cuáles serían los éxitos por los que podría recordársele. Para una madre que no podía tener hijos, podría ser la regulación de la fertilización in vitro; para quienes fueron afectados por el Huracán Otto, seguramente sería la respuesta a esa emergencia. O la construcción de obras de infraestructura. O el seguro para parejas del mismo sexo. Dice que la importancia de sus triunfos no está en él, sino en quienes se han beneficiado de ellos.
Lo mismo aplica para los fracasos que podrían definirlo. Su impacto no lo determinará él, sino quienes fueron afectados por ellos. Lo determinará, también, el tiempo, luego de que en mayo próximo entregue las riendas del país a un sucesor que todavía no tiene nombre.
Luis Guillermo Solís, el profesor convertido en presidente, el candidato que ganó con más de un millón de votos y ahora preside un gobierno manchado por escándalos de corrupción, el hombre que prometió una casa de cristal y se encontró una cancha embarrialada, deberá entonces encontrar su lugar en la historia.