El 11 de setiembre del 2001, cuando el mundo veía horrorizado cómo militantes suicidas estrellaban aviones civiles en edificios de la costa este de Estados Unidos, Zacarías Moussaoui ya se encontraba bajo arresto. No le hacía falta seguir las noticias para saber lo que ocurría, pues las autoridades pronto averiguarían que el francés estaba al tanto del mayor atentado terrorista de la historia.
Cuánto sabía en realidad Moussaoui de los ataques ejecutados ese día por la organización islamista Al Qaeda ha sido tema de debate desde entonces. Él mismo alimentó la especulación al cambiar con frecuencia sus declaraciones, a veces pintándose casi como indispensable y otras aduciendo que no era del todo parte del plan del 11 de setiembre. Igualmente, los informes de la CIA y el FBI sobre la participación de Zacarías nunca han sido concluyentes.
De todas maneras, Moussaoui se dejó atrapar por sus torpezas, apenas unas semanas antes de los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, y pagó por ello. Siendo el único integrante de Al Qaeda detenido en territorio continental estadounidense, hoy tiene la infame distinción de ser la única persona condenada por cortes de ese país a raíz de su participación en los ataques del 11 de setiembre del 2001.
En vista de que todos los secuestradores de los aviones murieron aquel día y que las cabezas de la red terrorista se escondían a miles de kilómetros, en Afganistán y Pakistán, Zacarías fue el ejemplo del castigo más severo por parte del sistema judicial al terrorismo: recibió la cadena perpetua, librándose por poco de la pena de muerte.
Su caso regresa de tanto en tanto a la agenda noticiosa. Días atrás, el 20 de mayo, su nombre volvió a circular, luego de que se informara que el hombre escribió a la corte una carta en la que “renunciaba” al terrorismo. También señaló que Osama bin-Laden era “un idiota” y que los jóvenes musulmanes debían cuidarse de "los engaños y manipulaciones de estos falsos yihadistas”.
Todo este “arrepentimiento” de quien en su momento se declaró “esclavo de Alá” no viene gratis: Moussaoui aspira a que se le relajen un poco las condiciones de su estricto confinamiento, dado que es uno de los residentes más “célebres” de la ADX Florence, la súper cárcel de máxima seguridad en Colorado. Ahí, en aislamiento, también purgan sus penas Joaquín “El Chapo” Guzmán y Theodore “Unabomber” Kaczynski, entre otros notorios enemigos públicos.
El convicto terrorista también quiere que se le permita atestiguar en el juicio que los familiares de varias víctimas del 11 de setiembre entablaron contra el gobierno de Arabia Saudita, país natal de 15 de los 19 perpetradores de los atentados y sobre el que desde entonces ha existido una sombra de sospecha, acerca del eventual conocimiento que había de los planes de Al Qaeda. Con una demanda millonaria de por medio, el testimonio de Moussaoui podría ser altamente perjudicial para la parte saudí.
En otro orden de peticiones, que ya rayan en lo absurdo, el francés ha solicitado que se le permita ser representado por Rudy Giuliani, actual abogado del presidente Donald Trump y exalcalde de Nueva York. Si bien Giuliani es hoy una especie de broma política y ha perdido su prestigio, la sola idea de que el alcalde que en el 2001 asumió el liderazgo de la reconstrucción neoyorquina y fue considerado un héroe pase a ser el defensor del condenado por aquella barbarie es ridícula, por decir poco (Giuliani incluso declaró en el 2006 en el juicio contra Moussaoui).
Zacarías no es el único detenido en relación con los atentados del 11 de setiembre, pues varios de sus excolegas llevan años en cautiverio sin juicio en la base de Guantánamo, en Cuba. Sin embargo, solo él ha enfrentado a un juez y un jurado estadounidense por el asesinato de 2.977 personas aquella soleada mañana del 2001. ¿Cómo llegó a convertirse en el desdichado símbolo de uno de los pasajes más atroces en la historia reciente de la humanidad?
Militante
Zacarias Moussaoui nació en mayo de 1968 en Francia, hijo de inmigrantes marroquíes. Su madre tenía 14 años cuando se casó con un hombre al que no conocía de previo. Tras separarse la pareja, la mujer crió sola a los cuatro hijos. Zacarías llevó una adolescencia sin sobresaltos y destacó en el balonmano, pese a ser víctima de algunos incidentes racistas en su juventud.
Tras salir de la secundaria, se trasladó a Londres, donde estudió administración de negocios. Ahí asistió a varias mezquitas y empezó su radicalización, lo que lo puso ya a mediados de los años 90 en la mira de las autoridades francesas. En 1998 visitó Afganistán y se enroló en campos de entrenamientos; se presume que fue en esos años que también inició sus vínculos con Al Qaeda.
En el 2000, Moussani viajó a Malasia, donde fue hospedado por Yazid Sufaat, considerado el principal operador de Al Qaeda en esa nación asiática. Sufaat también recibió ese mismo año a los terroristas saudíes Khalid al-Midhar y Nawaf al-Hazmi, quienes luego serían parte de los comandos suicidas que secuestraron los aviones el 11 de setiembre.
Con dinero de Sufaat, Zacarías viajó a Estados Unidos. En su calidad de ciudadano francés, obtener la visa no fue un problema.
Un mal piloto
Entre febrero y mayo del 2001, Moussani tomó lecciones de vuelo en una escuela de aviación en Norman, Oklahoma. Su desempeño fue mediocre y nunca hizo un vuelo solo, a pesar de acumular 57 horas de clases. Esa misma escuela también fue visitada por Mohamed Atta y Marwan al-Shehhi, quienes meses después pilotearían los aviones que se estrellaron con las torres del World Trade Center.
El 11 de agosto, Zacarías se trasladó a Minessota, donde se enroló en otra academia de vuelo. Ahí empezó a despertar sospechas cuando pagó $6800 en efectivo para recibir entrenamiento en un simulador. Sus preguntas a los instructores carecían de sentido y era notorio su desconocimiento de lenguaje aeronáutico o de los conceptos básicos para operar un avión. Fue Clarence Prevost, su maestro asignado, quien dio la alerta a los encargados de la compañía y estos al FBI.
El 19 de agosto del 2001, Zacarías Moussani fue detenido por el FBI: faltaban 23 días para los atentados terroristas. En cuanto a Prevost, aquel fortuito cruce de caminos lo llevaría en el 2008 a recibir una recompensa de $5 millones por parte del Gobierno.
Lo que sucedió en las tres semanas siguientes a la captura del francés se ha repasado una y otra vez desde distintas instancias, pero sí está claro que los cuerpos de inteligencia estadounidenses pecaron de ingenuos, burocráticos o egoístas en el manejo de la información sensible sobre la presencia de sospechosos de terrorismo en su país. Cuando las Torres Gemelas se derrumbaron el 11 de setiembre, muchos agentes supieron de inmediato que hubo errores imperdonables.
Como se ha demostrado, la CIA conocía que varios miembros de Al Qaeda habían ingresado a Estados Unidos pero prefirió no informarlo al FBI. Por su parte, agentes federales habían alertado sobre hombres de Oriente Medio que estaban tomando lecciones de vuelo en distintas academias del país, pero todas estas pistas quedaron enredadas en una red de secretismo que entorpeció cualquier esfuerzo por prevenir la tragedia que se avecinaba.
Moussani fue detenido por delitos migratorios (su visa ya había expirado). Aún así, despertó inquietud el hecho de que en su habitación se incautaron una computadora portátil, manuales de vuelo de Boeing 747, información sobre aviones fumigadores, un programa simulador de vuelo, cuchillos y guantes. Las autorizaciones para revisar el contenido de su computadora no se emitieron a tiempo y los pedidos urgentes de varios agentes del FBI para investigar a fondo a Zacarías fueron ignorados.
Otro error fue no interrogar a otros detenidos de Al Qaeda sobre Moussani. De haberse hecho, es probable que las autoridades se hubiesen tomado con más seriedad el interés del francés por las clases de vuelo. Aún así, hay disputas acerca de si Zacarías habría tomado parte en los atentados del 11 de setiembre, aún si no hubiera sido capturado antes, pues se ha dicho que Atta y los otros cabecillas del ataque no confiaban en él, además de su demostrada ineptitud como piloto.
23 días después de su detención, Zacarías Moussani cobró una importancia macabra. Ya era muy tarde.
El juicio final
Moussani fue acusado en una corte federal de Virginia en diciembre del 2001 de seis delitos, con posibilidad de ser condenado a la pena de muerta. Se le achacó conspiración para cometer terrorismo traspasando fronteras nacionales; conspiración para cometer piratería aérea, conspiración para destruir aviones, conspiración para uso de armas de destrucción masiva, conspiración para asesinar empleados estadounidenses y conspiración para destruir propiedad.
Su eventual vínculo con los atentados del 11 de setiembre nunca se pudo esclarecer con detalle y el Gobierno no logró aportar evidencia que lo relacionara directamente con los ataques, pero siempre estuvo claro que estaba al tanto de que se secuestrarían aviones civiles para estrellarlos contra edificios y que no hizo nada por impedirlo o alertar a las autoridades. Y con eso fue suficiente.
Durante el proceso judicial, que fue extenso y extenuante, Zacarías cambió una y otra vez su testimonio: una vez dijo que no sabía nada del asunto; otra aseguró que su plan no era participar en el ataque contra Nueva York y Washington, sino secuestrar luego otro avión en una fecha posterior, y más adelante aseguró que sí debía apropiarse de una aeronave el 11 de setiembre, la cual estrellaría contra la Casa Blanca.
En la corte, su comportamiento fue errático e impredecible. Insultó a la jueza Leonie Brinkema en múltiples ocasiones, despidió a sus defensores públicos, insistió en que padecía alguna enfermedad mental y luego lo desmintió, pidió representarse a sí mismo, se declaró culpable de cuatro de los cargos y la jueza descartó su admisión de culpabilidad.
Finalmente, Moussani se apegó a su versión de que no estaba al tanto de los planes para el 11 de setiembre, pero que sí dijo ser parte de otro complot terrorista que Al-Qaeda ejecutaría posterior a esa fecha. También manifestó que sabía que ninguna corte estadounidense le creería y que inevitablemente se le sentenciaría por su participación en los atentados, sin importar lo que dijera.
El 3 de mayo del 2006, el extremista francés fue condenado a cadena perpetua. Se libró de la pena de muerte por un pelo, pues se necesitaba unanimidad en el voto de culpabilidad en alguno de los tres cargos de terrorismo, la cual no se dio por solo un jurado que no estuvo de acuerdo. Cuando Brinkema lo sentenció a seis cadenas perpetuas consecutivas, Zacarías gritó “América, ustedes perdieron y yo gané” y vaticinó que Estados Unidos nunca atraparía a Osama Bin Laden (como bien sabemos el líder terrorista fue localizado y ejecutado por soldados estadounidenses en el 2011).
Desde entonces, Zacarías Moussani ve los días pasar en su celda, alimentado y vigilado por el gobierno estadounidense que juró destruir. Sus cartas a la corte son frecuentes, así como los rechazos a sus peticiones. Tras casi 20 años de detención, su fidelidad por la causa yihadista ha flaqueado y hoy repudia a Al-Qaeda, el Estado Islámico y a cualquier otro símbolo del extremismo islámico. La prisión hace que cualquiera reevalúe sus “convicciones”.
En caso de ser cierto que tuvo algún vínculo con los atentados del 11 de setiembre del 2001, Moussani a lo más que llegó a ser fue un peón menor dentro del plan para ejecutar los mayores atentados terroristas de la historia. Un eslabón insignificante en el ornanigrama de Bin Laden al que la torpeza y una extraña coincidencia de circunstancias dejó como el único disponible para sentar en el banquillo de los acusados.
Los otros acusados del 11 de setiembre
Si bien Zacarías Moussani ha sido el único condenado por una corte estadounidense por los atentados del 11-9, otros miembros de Al-Qaeda también han enfrentado a la justicia por sus supuestos vínculos con los ataques.
Mounir El Motassadeq: Un marroquí que fue parte de la llamada “célula de Hamburgo”, a la que pertenecieron Mohamed Atta y otros de los secuestradores del 11 de setiembre. Detenido por las autoridades alemanas, ha sido llevado desde el 2003 en varias ocasiones a juicio por su vínculo con los atentados. En el 2007 fue condenado a 15 años de prisión.
Farid Hilali: Este marroquí fue señalado por España como integrante de Al-Qaeda y de estar al tanto de los planes del 11 de setiembre. Detenido en el Reino Unido en el 2004 y extraditado a España, pasó cinco años encarcelado sin que se le acusara formalmente; a la postre fue liberado en el 2009. En el 2012 las autoridades españolas admitieron que no tenían ninguna evidencia en su contra.
Khalid Sheikh Mohammed, Ramzi bin al-Shibh, Mustafa Ahmad al-Hawsawi, Ali Abd al-Aziz Ali y Walid Bin Attash: Detenidos entre el 2002 y el 2003 en Pakistán, todos estos hombres son considerados piezas de importancia dentro del engranaje de Al-Qaeda que estuvo detrás de los atentados del 11 de setiembre del 2001.
Khalid Sheikh Mohammed (KSM) es ampliamente reconocido como el “arquitecto” de los ataques del 11-9. Este paquistaní fue cercano a Bin Laden y el encargado de propaganda de la organización. Interrogado bajo técnicas de tortura, confesó no solo su rol estratégico en ese plan, sino también en el asesinato del periodista Daniel Pearl y muchas otras acciones terroristas.
Ramzi bin al-Shibh (yemení) fue parte de la célula de Hamburgo y si bien su intención era viajar a Estados Unidos para ser uno de los secuestradores, no recibió la visa, por lo que sirvió de facilitador externo, enviando dinero a sus compañeros. Mustafa al-Hawsawi (saudí) es sospechoso de haber ayudado financieramente a los atacantes; Ammar al-Baluchi (paquistaní) es sobrino de KSM y lo habría ayudado con la logística del 11-9, y Walid bin Attash (yemení) fue el guardaespaldas de Bin Laden y quien habría seleccionado y entrenado a varios de los secuestradores.
Los cinco llevan más de 15 años detenidos por la CIA, primero en prisiones clandestinas en Europa y luego en el campo de prisioneros de la base militar de Guantánamo, en Cuba, donde hoy permanecen. Se ha confirmado que todos fueron interrogados por medio de tortura (incluyendo ahogamiento) y que el gobierno estadounidense buscará la pena de muerte cuando los lleve a juicio en una corte militar, acusados de casi 3000 asesinatos. Está previsto que el juicio se realice en enero del 2021, casi 20 años después de su captura.