El teléfono de Pablo Sandino vibró la mañana del jueves 8 de enero del 2015. Cuando contestó, la voz de su jefe, Aracelio García, sonaba agitada.
“Pablo, necesito que vengan todos los botes que puedan porque nos estamos hundiendo”. Pablo se sintió sorprendido, creyó que era una broma. “No, la cosa es en serio”, replicó García, justo antes de que la llamada se cortara.
Sandino, quien trabajaba con García en una marina, llegó 16 minutos después con el primer bote de ayuda, y encontró un escenario dantesco: alrededor de 50 personas flotando en aguas abiertas, en torno a un barco que se hundía con celeridad.
El hundimiento del catamarán se convirtió, pronto, en una de las tragedias acuáticas más importantes y recordadas en la memoria reciente del país.
La historia de la llamada entre Sandino y García, narrada por la periodista Hulda Miranda para La Nación , ofreció una perspectiva cercana a los sucesos que, esa mañana, concluyeron con tres turistas extranjeros fallecidos y 106 sobrevivientes que fueron rescatados de las aguas del Pacífico.
Los peligros del mar han estado latentes desde los principios de la historia humana.
Aunque –por distintas razones– La Nación históricamente ha enfocado su cobertura en la Gran Área Metropolitana, las noticias de hundimiento de pangas, vuelco de lanchas y demás suertes de naufragios han formado parte de sus páginas de Sucesos durante todas sus sietes décadas de existencia.
Sin embargo, dos eventos recientes parecen resaltar por encima de los demás, al punto de que –en el caso del hundimiento del catamarán– pusieron sobre la mesa la necesidad de discutir el Reglamento Inspección Embarcaciones Nacionales, legislación de 1989 que regula los navíos que zarpan de tierra nacional.
La otra gran tragedia marítima reciente no ocurrió frente a las costas de nuestro país, sino las del vecino del norte.
El sábado 23 de enero del 2016, las autoridades de Nicaragua confirmaron el naufragio de una embarcación en el mar Caribe. Murieron 13 turistas costarricenses, de un grupo de 25.
La tragedia enlutó al país, y se declaró duelo nacional. Los sobrevivientes llegaron un día después al país, en un vuelo que aterrizó en Base 2, terminal remota del Aeropuerto Juan Santamaría. Allí, comenzó el proceso de seguir viviendo tras escapar a las garras del mar.
Como bien lo puso la reportera Eillyn Jiménez, quien cubrió la llegada a Base 2 para La Nación : “Entre abrazos, besos y lágrimas sus parientes los veían y tocaban, una y otra vez, como para verificar que, sí, estaban vivos”.